Una epopeya contra la pobreza y por la inversión

Una epopeya contra la pobreza y por la inversión

La Argentina requiere políticas de Estado, basadas en el consenso político para poder recrear un modelo de largo plazo que conduzca a revertir el retroceso secular en los económico y social.

El Papa Francisco, en la apertura de la Pastoral Social que la Arquidiócesis de Buenos Aires convoca hace 23 años, dejó un mensaje sobre la necesidad imperiosa de “amistad social” para enfrentar los problemas dramáticos que se vive hoy en la Argentina, que se puede sintetizar en “enfrentar al futuro montado sobre los escombros de las conquistas del pasado que hemos destruido”

La pobreza, según el Avance del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, ya supera al 44% de la población. Pero sin las ayudas gubernamentales esa cifra, estiman los investigadores, superaría al 53% de la población. Hace 46 años alcanzaba a 1 millón de personas y hoy suman más de 20 millones. ¿Es imaginable algún fracaso colectivo mayor?

Económicamente se puede decir que semejante nivel de pobreza es la consecuencia del estancamiento. Hoy el PBI por habitante es igual al de 1974, según Martín Rapetti. Sin rumbo, la consecuencia es la decadencia y la desesperanza.

El mensaje de Francisco definió la necesidad de la escucha y aclaró que la escucha requiere que se parta del principio que “el otro” tiene algo bueno para decirme. También dijo que hay dos enemigos de la “amistad social”: la ideología y la pasión. Ambas son enemigas de la escucha.

Las ideologías, dice Francisco, son enemigas en cuanto “logran desarmar lo concreto de la naturaleza humana” y la pasión cuando “busca eliminar al otro”.

A propósito y preocupado, como todos, por un clima político deshilachado, el embajador Juan Archibaldo Lanús recordó una opinión de Witold Gombrowicz: “los argentinos son inteligentes, pero habitados por una anomalía o perversión que los enceguece y los priva de toda facultad de entendimiento. Más se sube en la escala social, peor es”.

Esa ceguera que priva de la facultad de entendimiento, Francisco lo ubicó en “el cuando ideología y la pasión nos gobiernan” que nos alejan de la realidad.

Otro intelectual, que conoció el país por haber vivido muchos años atrás, con esa capacidad de observación que brinda “el no pertenecer”, José Ortega y Gasset, exhortaba a los argentinos “a las cosas”. A privilegiar la realidad, la materialidad de las cosas que se deben hacer.

José Ortega y Gasset, exhortaba a los argentinos “a las cosas”. A privilegiar la realidad, la materialidad de las cosas que se deben hacer

De estas reflexiones a estos días han pasado muchos años. Es cierto, hubo ciclos de vigoroso crecimiento económico y social. La más reciente expansión es la que ocurrió desde la salida de la Segunda Guerra Mundial hasta 1974. Después de ese período, un giro descomunal y una siembra de la discordia produjo lo que es la base de la decadencia: el estancamiento de la productividad que, como es de imaginar, derivó en la improductividad social.

La productividad mide la capacidad de una economía para generar el bienestar colectivo de la sociedad. Y desde ese punto de vista es como si el tiempo no hubiera pasado.

Un puro presente

Los argentinos, aquí y ahora, a este presente lo están haciendo eterno, pese a que ni es un estado gozoso. Todo lo contrario. No hace falta hacer el inventario. Todos lo sufren.

Hay, sin duda, un hecho económico concreto que ha desplazado hacia el pasado: la declinación sistemática de la tasa de inversión: el ahorro convertido en decisiones productivas de futuro. Gran parte del excedente fugado es también reflejo de un horizonte encajado. Y de una sociedad paralizada y sin apetitos de grandeza.

La Argentina acusa una declinación sistemática de la tasa de inversión: el ahorro convertido en decisiones productivas de futuro

Sin inversión reproductiva en crecimiento, no hay futuro. En ese escenario se multiplica la pobreza, se hace insostenible el gasto público y no hay manera de lograr el saneamiento de las cuentas externas. La acumulación es la condición “sine qua non” de todos los derechos. Es difícil de aceptar, pero sencillo de entender.

Es este, el de la inversión, el segundo problema para resolver en la próxima década, porque el nivel actual no alcanza a reponer el stock de capital.

La inversión, el segundo problema para resolver en la próxima década, porque el nivel actual no alcanza a reponer el stock de capital

Para incrementar el empleo productivo y para mejorar significativamente la productividad media, se requiere como mínimo incrementar en 50% la tasa de inversión promedio de los últimos años: un esfuerzo colosal, y “tener ideas claras qué hacer desde el Estado para lograrlo”.

Ese es el tercer problema: lograr un “consenso” que garantice la continuidad de la política en la próxima década. Sin “consenso” no hay garantía de continuidad y no hay shock de inversión posible. Alberto Fernández consumió el 25% de su gestión, si bien condicionada por la pandemia, incrementando la pobreza y reduciendo la tasa de inversión. No fue su objetivo. Fue una consecuencia. La pregunta es si podría haberlo evitado o podría estar tratando de evitarlo.

La gestión anterior tuvo el mismo resultado. Pero sin pandemia. Hizo lo mismo y peor, porque dejó una deuda en dólares.

El “consenso” es la condición necesaria. El “consenso” requiere de la amistad social como observó Francisco. Pero no sólo no es suficiente, sino que es imposible, sin una previa “visión de largo plazo” puesta a disposición del diálogo.

Si la dificultad del consenso es el tercer problema con el que se inauguró la década próxima, la ausencia de “visión de largo plazo” es el cuarto problema, cuya resolución ha de ser previa al consenso. “La economía del futuro es hacer la vida más hermosa”, cantaba el monje y enorme poeta Ernesto Cardenal: el bien común pacíficamente construido.

 

Por Carlos Leyba

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