El entusiasmo con la política exterior, síndrome del ocaso

Por Carlos Pagni

Cristina Kirchner se reunió el lunes con el uruguayo José Mujica y hoy almorzará con el chileno Sebastián Piñera. Por la tarde partirá hacia los Estados Unidos, para participar de la Cumbre de la Seguridad Nuclear, organizada por Barack Obama. También hablará en un almuerzo con empresarios, ante la cariñosa mirada de Néstor Kirchner, que la acompañará en el viaje.

Los diplomáticos argentinos no consiguieron, tampoco esta vez, que la Presidenta se reúna a solas con Barack Obama. Hasta anoche ella seguía sin entrar en la lista de los invitados a entrevistarse con el anfitrión. Acaso tampoco comparta con el carismático Obama la censura del régimen iraní, la posición que más avecina a Buenos Aires con Washington. En los documentos que vino negociando la radical Elsa Kelly -auxiliar de la Presidenta en la reunión- el régimen de Teherán quedó fuera de la agenda. Se hablará de aumentar la seguridad en la manipulación nuclear con fines civiles (medicina, energía, etc.), no en los armamentos.

Es posible que en las discusiones la señora de Kirchner advierta lo importante que hubiera sido promover al argentino Rogelio Pfirter, tal como lo hacían varias potencias decisivas, a la dirección del Organismo Internacional de Energía Atómica. El Gobierno votó por un sudafricano, pero el que ganó el cargo fue un japonés, Yukiya Amano, secundado ahora por otro argentino, Rafael Grossi.

De estos desvelos globales la Presidenta descenderá a otros más cotidianos. Si la primera potencia mundial la trata con indiferencia, con la segunda está en conflicto.

En Washington se cruzará con el presidente de China, Hu Jintao, a quien dejó plantado en enero, y cuyo gobierno suspendió importaciones de aceite de soja por US$ 2000 millones. La Presidenta se sentirá más cómoda agitando la bandera del canje de deuda como si fuera un certificado de buena salud. Además del significado financiero, la salida del default le permite dar una alegría a los demócratas de Obama y Hillary Clinton, en cuyas filas militan los principales lobbistas de los holdouts .

Aunque Obama no los reciba y deban deambular por pasillos de menor rendimiento audiovisual, los Kirchner se están entusiasmando con la política exterior. Es un síndrome clásico de los mandatarios que se acercan al ocaso de su liderazgo. No es una iluminación tardía. Es un hallazgo emocional. Descubren que fuera del país existe una comunidad que se interesa por los temas de veras importantes. No como la oposición y el periodismo domésticos, que en vez de agradecer las delicias que les ofrece el Gobierno andan revolviendo la basura de riquezas mal habidas o decretos mal promulgados. Afuera hay otra agenda, y otros incomprendidos.

El comando para 2011

Sin embargo, la Cancillería no induce sólo sueños evasivos. Allí se está montando un comando para retener el poder en 2011. La Secretaría General de la Unasur es la pieza central de este proyecto.

Viajes, entrevistas con celebridades, declaraciones internacionales, reportajes, fotos, muchas fotos: el Gobierno supone que desde la Unasur Kirchner puede revitalizarse para la elección presidencial. Pero, si no alcanzara ese objetivo, el cargo prestaría otros servicios: como la designación es por dos años, renovable por dos más, Kirchner tendría otra ocupación asegurada, además de la diputación, para su primer bienio fuera de Olivos. Además, el tratado fundacional dice que quien desempeñe la función gozará de inmunidad. Todo sea para acallar el grito de guerra de Elisa Carrió: "Lo queremos preso".

La normativa establece, también, que la secretaría será ejercida en Quito con dedicación exclusiva. Pero en la Casa Rosada adelantan que Kirchner no dejaría Buenos Aires ni renunciaría a la banca. Aun así, la mayor excentricidad de esta elección es otra. Los países de la región no estarían ofreciendo esa jerarquía a un ex presidente, sino a un candidato a presidente. Es decir, a alguien que está luchando por el poder en su país.

El estatuto de la Unasur establece que "el secretario general y los funcionarios de la Secretaría se abstendrán de actuar en forma incompatible con su condición de funcionarios internacionales". ¿Cómo hacer campaña sin violar esta prescripción? Quizás algún gobierno, antes de votar por Kirchner, se lo pregunte.

No será el de Uruguay. Mujica sabe que, al administrar el veto de su país sobre Kirchner, tiene una llave del proceso interno de la Argentina. Esta es la razón por la cual viajó a Buenos Aires el lunes. Quería despejar algunas incógnitas que Jorge Taiana no le reveló a su ministro de Relaciones Exteriores, Luis Almagro.

Es comprensible: el cambio de postura de Mujica respecto de Tabaré Vázquez es el resultado de una larga negociación que no protagonizó Taiana, sino un canciller en las sombras que conecta a los Kirchner con las expresiones más radicalizadas de la izquierda regional, desde el MAS de Evo Morales hasta la dictadura de los Castro. Es Rafael Follonier, un antiguo militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que, igual que Mujica, disfruta de la clandestinidad -así se explica que el encuentro del lunes no figurara en la agenda oficial-. Hay un solo registro de estos contactos: la foto de ambos en el funeral de Raúl Alfonsín, el año pasado.

Antes de abrirle el paso a Kirchner, Mujica quiere asegurarse de que se liberarán los puentes internacionales. A ambos lados del Plata se presume que el fallo del tribunal de La Haya no dirá que Botnia contamina.

El compromiso de acatar esa sentencia supone que la Casa Rosada desplazará a los piqueteros de Gualeguaychú. ¿Lo hará aunque signifique recurrir a la Gendarmería? Mujica duda. Y teme: en su país los Kirchner no son queridos. Además, su antecesor, Vázquez, podría burlarse de lo que también constituye un ensayo interno de diferenciación.

Para facilitar la operación, Mujica viene proponiendo lanzar un plan de inversiones conjuntas y reelaborar los tratados sobre los ríos comunes. Una propuesta sentimental para el peronismo: el del Río de la Plata fue suscripto por Alberto Vignes durante la última gestión de Juan Perón. De eso Mujica sabe: puro setentismo.

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