Efectos colaterales y respuestas

Una de las críticas más difundidas contra el Gobierno es por un supuesto populismo que provoca inflación. Sin embargo, los autores señalan que la suba de precios es inherente al modelo y que se soluciona con más inversión.
Incrementar la competitividad

Por Ivan Heyn y Esteban Kiper *

Uno de los pilares del proceso de crecimiento económico acelerado, diversificación productiva, reducción del desempleo y del empleo informal, mejora en los salarios reales y disminución de la pobreza e indigencia en la Argentina ha sido el sostenimiento de un tipo de cambio real competitivo y diferenciado. El éxito de este esquema macroeconómico radica en que permite balancear los desequilibrios propios de una estructura productiva heterogénea, desdoblando la evolución del salario en dólares de la trayectoria del salario real. Desde el boom de precios internacionales, la inflación pegó un salto, y la dinámica salarial comenzó a superar la tasa de depreciación del tipo de cambio nominal. Los salarios en dólares se están incrementando y, en consecuencia, la economía tiende a perder competitividad.

Las voces más difundidas atribuyen la responsabilidad del proceso inflacionario a la política fiscal o monetaria del gobierno nacional. Según estas miradas el proceso de crecimiento y el modelo económico podrían desplegarse con niveles mucho más bajos de inflación si no fuera por las inclinaciones populistas del Gobierno. La hipótesis de este artículo es que la inflación y cierta pérdida de competitividad son rasgos inherentes al modelo de desarrollo económico adoptado y que, en todo caso, si se pretende sostener el crecimiento acelerado y matizar los efectos colaterales, lo que se necesita es más y no menos gasto e intervención pública.

El sostenimiento de un tipo de cambio competitivo induce inflación por diversos factores. En primer lugar, al encarecer los bie-nes importados eleva el precio máximo que pueden fijar los productores nacionales de bienes transables. En segundo término, al promover la generación de empleo mejora el poder de negociación de los asalariados (sube salario real) y aumenta la masa salarial real (suba del salario real y sube el empleo). Los incrementos de los salarios en el marco de una estructura económica con importantes barreras a la entrada en muchos sectores (monopolios) tienden a trasladarse aunque sea parcialmente a precios. Por su parte, la suba de la masa salarial real, presiona sobre los precios de los bienes de oferta más inelástica, como los alimentos (carne, lácteos). Además el modelo, al volver más rentable la colocación de productos en los mercados externos, indujo que muchos productos que no se exportaban comiencen a venderse en terceros mercados, reduciendo su oferta doméstica y agravando los problemas generados por el rápido crecimiento de la demanda (cortes baratos a Rusia, frutas y verduras, etc.). Finalmente, el nuevo paquete tecnológico aplicado en el agro tendió a aumentar la incidencia de la soja en detrimento de otros cultivos, profundizando estas tensiones.

Estas presiones inflacionarias son inescindibles de los procesos de desarrollo. Corea del Sur tuvo un crecimiento de su renta per cápita del 7 por ciento anual durante 20 años entre los años ’60 y ’70 con una inflación promedio del 20 por ciento; y algo similar sucedió mientras tenía lugar el milagro brasileño. Cabe destacar que hasta el boom de precios de las commodities la economía no había perdido competitividad y la inflación se situaba en torno del dígito, a pesar de la trayectoria ascendente de salarios y gasto público. La mejora en los precios internacionales mostró que el objetivo de tipo de cambio real limita las posibilidades de absorber shocks de precios positivos, quedando como único instrumento el manejo de las alícuotas de retenciones, que por problemas de índole política no fue viable. De todos modos, la pérdida de competitividad no fue muy pronunciada porque nuestros socios comerciales reaccionaron ante el mismo shock apreciando el tipo de cambio nominal y dejando las paridades reales relativamente estables.

Hoy, las alternativas tradicionales frente a las potenciales pérdidas de competitividad que podría enfrentar la economía argentina en función de la dinámica salarial no parecen viables. Depreciar el tipo de cambio nominal no parece que pueda ser efectivo, porque desataría rápidamente reacomodamientos del resto de los precios de la economía. El manejo de las retenciones no parece viable políticamente. Entonces, la posibilidad de sostener en el tiempo la competitividad y diferenciación cambiaria dependerá de la capacidad del sector público de desarrollar novedosos instrumentos de intervención que permitan equilibrar la productividad/rentabilidad de los diversos sectores de la economía mediante créditos dirigidos, políticas comerciales activas o medidas para-arancelarias, incrementar la competitividad sistémica aumentando la inversión pública en infraestructura, el desarrollo tecnológico, la educación, o coordinar la distribución del ingreso para evitar que se intensifique la puja distributiva. Los países que lograron desarrollarse tardíamente superaron estos desafíos.

* Economistas de AEDA.

Una falsa dicotomía

Por Miguel Straffela y Juan M. Graña *

Para lograr una mejora en las condiciones de vida de los trabajadores elevando el salario real no alcanza con realizar un análisis recortado de la suba de precios, sino que es necesario comprender el marco en que ésta se desencadena. En otras palabras, es imprescindible analizar las bases del modelo económico inaugurado con la salida de la convertibilidad. El modelo actual se sostiene sobre dos pilares. Un tipo de cambio real competitivo, combinado con retenciones a las exportaciones de ciertos bienes, y una política de desendeudamiento. ¿Qué rol juega y en dónde radica la importancia de cada una de estas dos cuestiones?

Analicemos la primera. Dado que las empresas nacionales se caracterizan, en general, por tener una escala reducida en términos internacionales y, en consecuencia, un atraso en la productividad del trabajo que ponen en movimiento, presentan serias dificultades para competir a nivel mundial. Por ello se esgrime, recurrentemente, la necesidad de contar con un tipo de cambio alto para compensarlo, pedido cumplido con creces tras la devaluación de 2002. Ahora bien, resulta inevitable reconocer que el verdadero contenido de la devaluación fue una brutal caída de los salarios reales (cercana al 30 por ciento), reduciendo los costos laborales y aumentando la rentabilidad de las empresas, lo que impulsó la acumulación de capital a nivel interno.

La nueva paridad cambiaria determinó una subvaluación del peso, encareciendo adicionalmente la producción extranjera. Ambas cuestiones (caída del salario real y protección cambiaria) permiten que los capitales locales puedan competir, aun con una productividad baja. Adicionalmente, el Estado acompañó una progresiva, aunque lenta, política de recomposición salarial. Ante ese escenario, y como los bienes transables cotizan internacionalmente, el mantenimiento de un tipo de cambio alto genera las condiciones para un incremento de precios hasta que éstos coincidan con los internacionales traducidos en pesos. Adicionalmente, dado el margen de protección ante la competencia extranjera generado por la devaluación, resulta que el aumento de los salarios puede ser trasladado a precios sin necesidad de resignar márgenes de ganancia. De este modo se pone de relieve que el fenómeno inflacionario no es resultado de la suba del salario sino consecuencia necesaria del mantenimiento de un tipo de cambio alto para mantener en operación pequeños capitales poco productivos.

Así configurada, eventualmente esta estrategia de tipo de cambio competitivo presenta límites. En la medida en que se generalice el aumento de precios, el tipo de cambio real tiende a apreciarse, erosionando la protección cambiaria inicial: la competitividad se va diluyendo. Así se pone de relieve que la base sobre la cual se puede continuar acumulando capital en la Argentina es mediante la transferencia hacia estas empresas de dos fuentes extraordinarias de riqueza con el fin de compensar el atraso tecnológico: la renta de la tierra (que fluye hacia el país mediante la exportación de bienes primarios) y el salario real reducido.

Ante esta tendencia intrínseca al nuevo modelo, la política de desendeudamiento y acumulación de reservas llevada adelante por el gobierno permitió evitar la apreciación del tipo de cambio. Al obligar a los exportadores a vender sus divisas y luego recuperar con bonos los pesos emitidos para comprarlas, el Banco Central impidió, hasta cierto punto, que el valor del dólar cayera, al tiempo que acumuló una masa importante de reservas utilizadas en reiteradas oportunidades para cancelar deuda externa.

Asimismo, el aumento de la recaudación que se tradujo en importantes superávit fiscales permitió tomar medidas adicionales para contribuir con el sostenimiento de esas empresas: el otorgamiento directo de subsidios, fundamentalmente al transporte y la energía. Estos actúan abaratando la fuerza de trabajo, evitando que muchas salgan de producción.

El reconocimiento de la lógica de funcionamiento del modelo, entonces, lejos de impulsarnos a aceptar resignadamente la dicotomía entre inflación o desempleo, nos obliga a pensar en la necesidad de trascender este esquema para lograr superar los límites al aumento sostenido del salario real. La transferencia de riqueza (renta de la tierra) hacia los capitales industriales resulta necesaria, pero en el marco de esquemas orientados a la obtención de mejoras significativas en términos de productividad y en la calidad de los empleos generados, y no a ciegas. Es necesario pensar en la aplicación de políticas industriales que identifiquen dónde actúan estos capitales ineficientes y cuáles son, entre ellos, los que tienen algún potencial para incrementar su productividad. Así como evitar a la vez el cierre masivo de otras que ayuden a mantener altos niveles de empleo, pero teniendo como norte siempre una política que reconozca el problema estructural de nuestro país y busque solucionarlo.

* Economistas. Grupo para la Transformación Política de Izquierda.

Comentá la nota