¿Dónde termina la escalada de agresiones de Cristina Kirchner contra Alberto Fernández?

¿Dónde termina la escalada de agresiones de Cristina Kirchner contra Alberto Fernández?

El reciente respaldo de la ex mandataria a Sergio Berni fue el último episodio de una saga de cuestionamientos y desautorizaciones hacia el Presidente que comenzó el mismo día de su asunción, cuando le pidió que no gobernara para ganarse la tapa de los diarios. Por Ernesto Tenembaum.

 

La república Argentina ha ingresado en las últimas semanas en un experimento político único en el mundo. Su característica básica es que existe un Presidente, elegido por el pueblo, pero ese Presidente recibe periódicamente desautorizaciones o agresiones públicas por parte de su Vicepresidenta, que es más poderosa que él. Como se trata de un diseño novedoso, es prematuro especular sobre cómo terminará la aventura. Pero si sale bien será estudiado por los cientistas políticos en el futuro. Por lo pronto, conviene destacar que, a medida que pasan los meses, ese proceso se acelera y el fenómeno se torna cada vez más agresivo.

Esta semana que termina, por ejemplo, un funcionario de segundo nivel sugirió que el Presidente tenía comportamientos de traidor. Unos días antes había agredido físicamente a un funcionario del Presidente y calificado de inepta e hipócrita a una ministra del mismo Presidente. En condiciones normales, ese funcionario hubiera sido eyectado inmediatamente de cualquier Gobierno. Pero el nuevo experimento argentino produjo otro desenlace: la Vicepresidente hizo saber claramente que lo respaldaba y el hombre está más fuerte que antes.

El funcionamiento de este nuevo método se puede observar en los efectos políticos de la odisea que vivió M., la niña que vivía en situación de calle y cuya desaparición conmovió al país a mediados de marzo. Durante un par de días, la niña fue la protagonista de todos los programas de noticias. Eso movilizó a todas las fuerzas del Estado. Sergio Berni, el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, conoce muy bien los mecanismos del rating. Por eso, en el día clave de la búsqueda, cuando era necesario en otros lugares, estuvo en el piso de tres programas de televisión distintos.

M., finalmente, fue rescatada, muerta de frío y de hambre. Berni armó todo un show alrededor de ese resultado, con el que tuvo muy poco que ver. Por ejemplo, cuando llegaron los medios al lugar donde todo estaba resuelto -el mendigo detenido, la menor recuperada-, las cámaras pudieron mostrar una puesta en escena absurda pero muy eficiente: cientos de agentes bonaerense, algunos de ellos con armas largas, se desplegaban en el terreno donde no había ninguna amenaza ni ya nada para hacer.

Berni había preparado también una conferencia de prensa donde se mostraría como el héroe en la resolución del drama. En ese momento, entró al lugar Eduardo Villalba, el viceministro de Seguridad de la Nación. Berni se descontroló: no quería compartir cartel. Entonces, agredió a Villalba. La primera versión de lo ocurrido narraba que Berni se le fue al cuello. “¿Qué hacés acá, hijo de puta?”, le gritó. Ambos protagonistas confirmaron, con matices, la escena de pugilato. Berni volvió entonces a pasearse por los canales: desafiante, provocador. Calificó de “hipócrita” e “inútil”, a la ministra de Seguridad, Sabrina Frederic.

Como Frederic es una funcionaria designada por el presidente Fernández, era lógico que el desafío tuviera algún desenlace. No pasó mucho. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, jefe de Berni, silbó bajito. Fernández apenas dejó trascender que intercambió “chats” con su ministra: ese era todo el respaldo. Un grupo de funcionarias del gobierno nacional empezaron a acusar a Berni de violento en las redes. Berni respondía golpe por golpe. “Violencia es estar a cincuenta kilómetros del lugar donde desapareció una nena”, escribió en Infobae. Y luego, escaló contra el Presidente. “Yo no boicoteo este proyecto. Siempre estuve aquí, a diferencia de quienes se fueron, estuvieron diez años cascoteando al kirchnerismo, y después volvieron. ¿Queda claro?”.

El miércoles pasado lo que quedó claro es por qué Berni se permite esos lujos sin pagar costos. Ese día era 24 de marzo, una fecha sagrada para todo el país, porque se recuerda el origen de la dictadura más sangrienta de la historia. Sin embargo, el Presidente no participó de ningún evento oficial. Es muy raro lo que ocurrió: se recordaba a los mártires de la dictadura y Fernández no estaba en el acto central. El recordatorio fue monopolizado por la vicepresidenta de la Nación. A su lado estaban Axel Kicillof, y Maximo Kirchner, su ahijado político y su hijo mayor, respectivamente. Pero Fernández no. ¿No había sido invitado? Axel y Máximo asentían ante cada una de las frases de Cristina.

Por si faltaba alguna señal clara, además, Cristina había ubicado en la primera fila de ese acto nada menos que a Sergio Berni, el ministro bonaerense que horas antes había destratado a Alberto Fernández. El método en marcha. Berni es, para más datos, un ex militar que estuvo vinculado al sector carapintada del Ejército, cuando se rebelaban contra la democracia para pedir la impunidad de los asesinos. Cuando la vicepresidenta terminó de hablar, la locutora dio el toque final:

Muchas gracias, a todas y a todos— cerró su discurso CFK.

Muchas gracias, señora presidenta de la Nación. Y de esta manera damos por finalizado el presente acto.

Al día siguiente del acto sucedió lo esperable: Fernández quedó en medio del fuego cruzado que gatilla cada desplante de la poderosa Vice. Desde la oposición y los medios más adversos, se destacaba su insignificancia. Desde el oficialismo, Hebe de Bonafini lo trataba de mentiroso y traidor. Nadie le respondía. Eso también es parte del curioso método que se aplica en la Argentina: una coalición elige a un Presidente, algunos miembros de la coalición lo maltratan y nadie lo defiende.

Los episodios del 24 de marzo –la ausencia del Presidente, el respaldo a Berni, la referencia a la “presidenta de la Nación”- son agresivos en sí mismos. Pero no son aislados. Forman parte de una saga que arrancó el día de la asunción de los Fernández, cuando Cristina le pidió al Presidente que no gobernara para ganarse la tapa de los diarios. De allí en adelante, hubo cartas con cuestionamientos diversos, tweets que reprochaban encuentros de Fernández con empresarios, discursos donde le exigía que despidiera ministros, desplantes públicos –como la ausencia de toda la familia Kirchner del acto organizado para homenajear a Néstor Kirchner a diez años de su muerte-, pronunciamientos contrarios a medidas de Fernández, como la propuesta de reforma judicial, modificación de medidas clave cuando ya estaban anunciadas por Presidencia y visitas a la Casa Rosada sin pasar por el despacho presidencial.

Si alguien analizara esto con criterios habituales, parecería que para la gestión de Fernández no hay ningún elemento tan desestabilizador –ni la pandemia, ni la economía, ni los fallos judiciales, ni los títulos de los medios- como la militancia de Fernández de Kirchner en su contra. Parecería que la Vicepresidenta está incómoda con el Presidente. Sabe, por ahora, que debe convivir con él porque lo contrario sería un desastre. Pero, arrinconada por ese problema, opta por debilitarlo, mover la alfombra por donde camina. Así, limita la capacidad de gobierno del Presidente, porque en las condiciones que ella impone es difícil que alguien conduzca como corresponde. Ella escala en las agresiones, él pierde autoridad, ella vuelve a escalar, eso vuelve a debilitarlo. ¿Qué hay al final del tobogán?

Alberto Fernández también parece enfrentar un dilema dramático. Tolerar el maltrato, público, o privado, de un agresor nunca fue el mejor método para contenerlo. Solo asegura una larga agonía. Así suelen funcionar las cosas en todos los ámbitos de la vida.

Pero esa sería una mirada tradicional, conservadora.

Tal vez el método novedoso, la experiencia política única que está viviendo el país, funcione, todo termine bien y la Argentina deslumbre al mundo con su creatividad. Todo esto ocurre, además, en un país con 55 mil muertos por la pandemia, con problemas serios para conseguir vacunas, a minutos de una segunda ola, con altísimos niveles de desempleo, inflación y pobreza.

¿Qué podría salir mal?

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