Los dilemas de la sucesión presidencial

Los dilemas de la sucesión presidencial

Por Alejandro Horowicz

Según una encuesta realizada en un seminario de IDEA, la honradez no es una virtud que la mayoría defiende. Scioli hace 12 años que integra el staff Kirchner; gobernó la provincia más pesada y descabalgó a los jinetes mejor dotados.

La fórmula presidencial del oficialismo abandonó el reino de la especulación. Sin sorprender, golpeó. Las redes sociales registran la intensidad del sismo. Si alguien avisó desde el comienzo lo que se proponía fue Daniel Scioli. El hombre que más ventaja dio para bloquear su candidatura, por saltearse el secretismo, por jugar casi a la luz del día, obtuvo finalmente la bendición de Cristina Fernández; antes había logrado el visto bueno de los intendentes bonaerenses, y siempre contó con el beneplácito de un segmento importante del electorado nacional; esto es, con capital político propio.

Cuando se recuerda, con algo de malevolencia pero sin faltar a la verdad, el origen político del gobernador, el menemismo, se olvidan los motivos por los que el ex presidente lo convocó: la escasa fama de la política. Desde el momento en que la política pasó a ser pura gestión, y la gestión, mala praxis, en los años de la democracia de la derrota, cuando el vaciamiento la volvió tan soporífera que los programas periodísticos fueron obligados a abandonar la televisión de aire, o se transformaron en el terreno de la denuncia perpetua de corrupción, en los años '90, la posibilidad de convocar audiencia suponía una existencia pública sostenida en otras prácticas.

El deporte arrimó a Carlos Reutemann y Daniel Scioli, el varieté a Palito Ortega y Miguel del Sel, pero también hubo "aportes" del periodismo, de los famositos de la TV, y de cuanta actividad –ser millonario, por ejemplo– facilitara una presencia sostenida en la caja boba. La militancia partidaria y la adscripción a un determinado ideario ideológico perdieron peso, y la capacidad de visibilizar una propuesta sustituyó el debate público. Esa era la novedad. La forma en que la política se había manifestado –choque de ideas fuertes entre ciudadanos, entre militantes, entre organizaciones construidas para llevar a cabo programas previos– dio paso a funcionarios polivalentes que pueden acompañar, impulsar, gobernar desde una presunta neutralidad ideológica.

Eso no quiere decir que se pueda seguir hablando de Scioli como si fuera un motonauta exitoso, porque hace 12 años que integra el staff de los Kirchner y porque gobernar la provincia pesada del mapa político nacional descabalgó a jinetes supuestamente mejor dotados, como Felipe Solá. Sobre todo, cuando la presidenta no le facilitó en muchos tramos de su gestión los dinerillos requeridos para cerrar frentes conflictivos. Basta observar la eterna disputa con los docentes provinciales, para entender hasta qué punto el gobernador tuvo que apechugar y apechugó. No faltan los que con los numeritos en la mano subrayan la medianía de la gestión anaranjada, para contarlo con la máxima amabilidad, y desde ahí pasan a exigir de la práctica política rindes de otra calidad. Sobre todo, tratándose de un gobierno "progresista".

No se trata de tapar el cielo con un harnero. Aun así, es preciso preguntarse cuántos exigen tanto, y cuántos se conforman con muchísimo menos. Veamos por ejemplo los valores que profesa la mayoría de los gerentes. Según una encuesta realizada en un seminario de IDEA, la honradez no es una virtud que la mayoría defiende; pero la honradez es un prerrequisito de la acción pública; una sociedad que construye permanentemente motivos que permiten saltear la ley tiende a volverse anómica; el valor del cumplimiento de los acuerdos se relativiza. Ahora se entiende mejor, la calidad de la ciudadanía es pobre, las exigencias son mínimas, y el gobernador las satisface. Esa es otra manifestación de pobreza estructural.

En el imaginario clasemediero, ser rico supone la posibilidad de ser honrado, de honrar los acuerdos –para qué robar si ya se tiene– con un añadido: un rico no puede no ser inteligente, está necesariamente preparado para hacer, ya que la gestión privada y la pública sólo se diferenciarían en sus beneficiarios: los accionistas en un caso, "los vecinos" en el otro. Y, claro, un hombre rico que sabe satisfacer accionistas, cómo no va a lograr lo propio con vecinos.

La despolitización de la nueva política se constata además en un curioso giro lingüístico: el vocabulario de la guerra –estrategia, táctica, vanguardia, Estado mayor– migró hacia el marketing empresarial, y los giros del mundo gerencial y publicitario inundaron la jerga de los funcionarios. Muy pocos se preguntan si los objetivos estratégicos del Mercosur se han alcanzado, y ni siquiera están obligados a considerar si existen, pero cómo ignorar si el programa comunicacional elaborado por el equipo de campaña se está llevando a cabo. Eso es lo único que importa: saber cómo comunicar cualquier cosa que seduzca, y mandar en algún lugar. El peso de la palabra política depende del control territorial, por eso, los intendentes pesan, si además impactan en la arena mediática.

El dedo de Cristina

Cuando Florencio Randazzo decidió bajarse de las PASO, ya sea por presión presidencial, ya sea motu proprio, dos líneas de explicación se abrieron camino. Ambas son tributarias de las encuestas, y la primera reza así: la intención de voto de Mauricio Macri sería levemente superior a la de Scioli. Randazzo ocuparía la tercera posición a una distancia irrecorrible y Sergio Massa, en caída libre, la cuarta. Si esos numeritos fueran ciertos y además se mantuvieran hasta la votación, Macri sería el "vencedor" de las PASO; y entonces Clarín lo reflejaría en tapa, con la consiguiente cadena de repercusión garantizada. Por eso, para evitar la tapa en contra, la opción es clausurar la interna frenando en la tranquera cualquier posibilidad de ola amarilla.

El razonamiento posee algunos problemas. Los hipotéticos votantes de Randazzo no tienen por qué votar a Scioli, no al menos en las PASO; es más, podrían no votar; incluso potenciales votantes del gobernador –interesados en frenar a Randazzo– serían desmotivados al clausurar la interna. Una cosa son las nacionales, otra las PASO. Pero bastaría que la mitad de los votantes del ministro sufragara por Scioli para que el gobernador saliera primero.

Nadie puede saber qué sucederá, se trata de una hipótesis, pero sí queda claro qué termina sucediendo cuando se ocluye la interna. Un debate y decisión democráticos son sustituidos por el dedo presidencial. Una construcción colectiva resulta bloqueada, desmoralizando a los hombres y mujeres que la militaron. Las diferencias atribuidas (Scioli como representación del voto tradicional peronista más conservador; Randazzo, del progresismo peronista y no peronista) permiten distinguir exigencias políticas: peronismo indiferenciado, de la deseada continuidad del modelo actual.

En ese punto emerge la segunda línea de explicación: como Randazzo no le puede ganar a Scioli, la que pierde termina siendo Cristina; entonces, para que no pierda, no se vota. La ingenuidad no puede ser mayor: si esa fuera la relación de fuerzas, ¿alguien cree que puede modificarse evitando una votación? Más aun, si la sociedad argentina mayoritariamente quisiera poner fin a la tendencia K, ¿habría modo de impedirlo? En teoría, la violencia revolucionaria, modelo jacobino, sería un camino; pero ese camino ha sido descartado, no caben dudas.

La idea de que es posible garantizar la continuidad política por vía administrativa, imponiendo tal o cual nombre propio en las listas, constituye a mi ver un error. Sólo una sociedad políticamente movilizada puede transformar el derecho de decidir el nombre del que decide, en una lisa, llana y directa decisión. Cuando el pueblo delibera y gobierna a través de sus representantes, cuando sostiene fuera del cuarto oscuro lo que vota, el derecho a gobernar y el poder hacerlo se vuelven la misma cosa. De lo contrario, no.

En Argentina, el modelo presidencialista da un enorme poder al presidente. Los vicepresidentes, por magníficos que sean, agitan la campanilla del Senado. Blanco sobre negro: la autonomía de la política está en sus manos. Si el próximo presidente decide conservar la autonomía relativa que por ejemplo se alcanzó en el enfrentamiento con los fondos buitre, lo hará; pero si decidiera lo contrario, sólo la compacta movilización popular será capaz de impedirlo. Y eso recién lo sabremos bastante después del 10 de diciembre del año en curso. «

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