Detrás del acto: el pueblo que no se vio

Detrás del acto: el pueblo que no se vio

Te contamos todo lo que no se dijo ni se vio del acto del presidente Mauricio Macri en Santa Victoria Este.

Las paredes del predio municipal de Santa Victoria Este, donde el presidente Mauricio Macri encabezó ayer la entrega de diplomas a enfermeros, tienen distintos murales en los que un robot – siempre el mismo- protagoniza distintas disciplinas. Juega al vóley, al tenis, boxea. La figura, que posee rasgos similares a los de un personaje de las Guerras de las Galaxias desentona con las chapas derruidas del mismo predio, las luces en mal estado y el piso lleno de tierra, pero sobre todo ese personaje de ciencia ficción contrasta con lo que sucede a 10 metros, donde el pasado se impone con el ineludible peso de la realidad: carpas precarias de lona donde se cocinan alimentos, perros famélicos, madres y niños descalzos sobre el barro.

 

En el ingreso al pueblo, hay un cartel que anuncia: “Santa Victoria Este, Cuna de Cantores”. De estos parajes salieron Jorge Rojas, El “Negro” Palma, El “Negro” Gómez: el violín mayor del Chaco salteño y el mismo Chaqueño Palavecino. Para los habitantes del lugar son casi figuras mitológicas. Quienes ayer alcanzaron un estatus cercano fueron los cinco egresados de la carrera de enfermería, entre los que había tres integrantes de la comunidad wichí.

Ezequiel Sandoval, quien recibió el diploma de mano del presidente, dijo minutos antes a LA GACETA que quiso ser enfermero porque en esa zona hacía mucha falta. 

Habla despacio, de manera pausada. Con las palabras precisas. Dice que si no trabajara como enfemero, seguramente, como es aborigen, trabajaría de la pesca, o de la caza. “Ese sería mi trabajo”. 

Su papá es maestro auxiliar bilingüe. “El me incentivó mucho esto, siempre me había empujado un poquito”, dice.

Marcela Rojas antes vendía comida con su familia, en un puesto similar a los que ayer rodearon el predio municipal: lonas como techo, con perros merodeando. De no ser enfermera, ese hubiera sido su futuro. “No era mi intención ser enfermera, para empezar. Es la única carrera que se dicta acá, y yo quería ser algo nada más, ser profesional. Me hubiera gustado ser abogada. No se pudo. Quizá adelante”, dice y añade: “quería ser algo para salir adelante, acá somos de pocos recursos, tener un título significa un ingreso para mi familia”

Tiene planes para el futuro: hacer la licenciatura. “Y si Dios quiere, trabajar acá en el hospital”. 

Maximiliano Pérez dijo que quería ser enfermero porque muchas veces los integrantes de su etnia van a un centro de salud y reciben un mal diagnóstico, simplemente por el abismo que abren los idiomas. El médico no entiende los síntomas, el enfermo no entiende las recomendaciones. Dice que si no trabaja como enfermero, seguramente lo hará como pescador, o haciendo changas, que es lo que hacen los hombres de su etnia.

Hablando de abismos idiomáticos: en medio de la entrevista con LA GACETA, un joven porteño, organizador del acto, le pidió a los jóvenes wichís que le dijeran cómo se decía "felicidades" en su idioma, para que Macri pudiera finalizar así su discurso. Pérez dijo algo, el joven porteño lo miró. Le pidió que lo repitiera. Lo siguió mirando. Finalmente le pidió que se lo escribiera. El joven porteño se quedó unos segundos mirando desconcertado la hoja, hasta que se fue. De todos modos Macri no optó por esta opción durante su breve discurso.

 

El acto comenzó pasadas las 11. Las autoridades ingresaron por la parte posterior del predio. En la parte de enfrente, cientos de integrantes de las comunidades habían llegado no específicamente por la visita de los funcionarios: el lugar se utiliza generalmente para el pago de subsidios y entrega de bolsones y por la radio anuncian que los beneficiarios deberán esperar hasta que termine el evento político para cobrar. Por eso, algunos entran, y colman la capacidad de la cancha de básquet, y otro número importante de personas permanecen afuera: sentados en la tierra, al lado de perros.

Esperan impertérritos: si hay algo que estas personas han hecho toda la vida es esperar.

Cuando el gobernador Juan Manuel Urtubey tomó la palabra en el acto y dijo que “acá todo lo que hagamos no tiene techo porque falta todo”, no estaba siendo humilde, sino sincero: el gobierno ha logrado asfaltar parte de la ruta, extendió el servicio de electricidad a algunos sectores, pero todo parece por hacer.

Y así lo muestra el testimonio de Hilario Herrera, que vive en el paraje Vertiente, a 75 kilómetros de ese predio. “Al fondo, donde termina Salta, al límite con Formosa”, especifica. Y detalla cómo vive: “Nosotros no tenemos luz, no tenemos agua, por ahí, estamos tomando del río y el río está contaminado, siempre trae enfermedades”, dice.

Sobre el escenario los jóvenes son agasajados como héroes. Son puestos, en todo momento, como ejemplos a seguir. Ejemplos de superación. Ejemplos de sacrificio: uno de los jóvenes atravesó durante todos los días, durante tres años, más de 70 kilómetros en moto, para poder cursar. “Estos egresados han demostrado que sí, se puede, que cada uno puede ser protagonista de su vida”, dijo el presidente.

Algunos abrazos entre los graduados los hacen ver no como héroes, sino más bien como sobrevivientes. Esos cinco egresados saben, de alguna manera, que son excepciones a una regla. Allí, sobre el escenario, con sus trajes, ni los flashes, ni los aplausos, ni las palabras de adulación los hace olvidar que pertenecen a los que están ahí afuera, los pies descalzos sobre el barro.

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