Hoy se cumplen cuarenta años sin Juan Domingo Perón

Hoy se cumplen cuarenta años sin Juan Domingo Perón

Perón se fue un 1 de julio de 1974, dejando fresca una disputa intestina. Se fue, siendo aceptado por algunos de quienes lo supieron odiar y amado por muchos de quienes supo rechazar en el epílogo de su vida.

El 1 de julio de 1974 a las 13:15 horas fue el momento en que se apagó la vida de quién dio luz a uno de los movimientos políticos más trascendentales de la historia latinoamericana. Ese lunes nublado fallecía el General Juan Domingo Perón, ese hombre que desde el primer instante en que supo que iba a conducir los destinos del país, diferenció el uniforme militar del traje político: “Mandar es obligar, gobernar es persuadir. Y al hombre es mejor persuadirlo que obligarlo”, señaló con la claridad del político de raza que fue.

Su fallecimiento se dio exactamente dos meses después de haber tildado, desde el balcón de la Casa Rosada, de “imberbes” a los Montoneros y terminar de fracturar así un movimiento que presentaba un variopinto abanico de ideologías.

Se fue en ese primer día de julio, dejando fresca una disputa intestina que tiene su eco hasta estos días. Se fue, siendo aceptado por algunos de quienes lo supieron odiar y amado por muchos de quienes supo rechazar en el epílogo de su vida.

“Nunca fui gorila. No era peronista y ahora sí porque Perón se hizo democrático. Esa es la verdad”, afirma uno de los personajes de la exquisita novela “No habrá más penas ni olvido” del gran Osvaldo Soriano, ambientada en el tercer gobierno peronista, cuando la revolución de izquierda anhelada en los años de la resistencia se golpeaba la cabeza contra la plaza sindical y el ala ortodoxa del movimiento que cabalgaba con el caballo del comisario.

El General se fue, promediando un 1974 en donde muchos de los que celebraron el Decreto-Ley 4161 del 5 de marzo de 1956, en el que se prohibía toda alusión o referencia al peronismo, ahora se autodefinían peronistas. “Perón se hizo democrático”.

“El peronismo es el hecho maldito del país burgués”, afirmó John William Cooke, quien observaba que el Movimiento Nacional no podría ser integrado en el régimen democrático burgués. Este político platense consideraba que la revolución socialista no se podía dar sin las masas y, en Argentina, las masas eran peronistas a partir de los derechos otorgados a la clase trabajadora entre 1946 y 1955. Su idea era hacer germinar durante el exilio del General la semilla revolucionaria en el pueblo, más allá de las indicaciones del líder.

Al irse de su Patria tras el golpe de la autodenominada “Revolución Libertadora”, Perón dejó el Movimiento Nacional Justicialista en manos de un hombre con el pensamiento de John William Cook. Al retornar al país, lo hizo al lado de un hombre con el pensamiento de José López Rega.

Y fue ese amplio abanico que él mismo creó pero que supo dirigir con el liderazgo de un político nato, el que dejó bajo la conducción de alguien que lejos, muy lejos, estaba de poseer algunas de sus cualidades políticas: María Estela Martínez. Fue a partir de allí, cuando en el país se desencadenaron una serie de sucesos que terminaron desembocando en la dictadura más sangrienta de la historia argentina.

Pero más allá de las divisiones internas, ese 1 de julio de 1974 se derramaron las auténticas lágrimas de un pueblo que nunca olvidará el legado de Perón, quien marcó a fuego con su nombre la multiplicidad de derechos otorgados a una clase trabajadora que, hasta su llegada, se mantenía desplazada y desprotegida. Perón, junto con Evita, llevó a la práctica una doctrina que supo abrazar las masas bajo las banderas de la justicia social, la soberanía política y la independencia económica. Por eso, a cuarenta años de su muerte, su figura aún se mantiene viva en la sociedad argentina.

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