Coronavirus: temor por la cifras de contagios y dudas por las vacunas, dos síntomas de mala praxis política

Coronavirus: temor por la cifras de contagios y dudas por las vacunas, dos síntomas de mala praxis política

La reacción oficial frente a una expansión del virus fue cargar sobre algunos comportamientos sociales. Ninguna referencia sobre las conductas del poder. Mientras, se destaca el viaje a Moscú sin despejar interrogantes. Y se buscan reflotar otras tratativas.

Por Eduardo Aulicino.

Los últimos registros sobre la evolución del coronavirus y la increíble saga de las vacunas –no sólo la Sputnik V- parecen confluir en un punto: exponen los costos por los errores del Gobierno y a la vez, demandan de manera creciente respuestas políticas. El tema es cómo. El viaje a Moscú para asegurar una primera y módica tanda de vacunación es consecuencia directa de la intención de dar un vuelco rápido en términos de imagen y contención. Y el alerta por las cifras de contagios y muertes acelera la ansiedad por algún resultado esperanzador. Por ahora, el resultado es desconfianza, al revés de lo que demanda la incertidumbre social.

Los mismos motivos determinaron en Olivos la decisión de reanimar las negociaciones con Pfizer, con final abierto y hasta con versiones de algún tipo de inexplicable gestión diplomática informal para allanar las tratativas. Las fuentes coinciden sí en un punto: Alberto Fernández decidió tratar de desempantanar las conversaciones, luego de que Ginés González García prácticamente las diera por irremontables. En este caso, aportaría oxígeno a un panorama restringido por el propio Gobierno a la apuesta por la vacuna rusa.

No está claro cómo terminará esta pulseada, centrada al parecer en dos puntos: razones legales referidas a las responsabilidades de la empresa y del Estado argentino, y –directamente ligadas- cuestiones de logística para el transporte internacional hasta Ezeiza. Más allá de cuál sea el desenlace, asoma un interrogante político antes que jurídico o sanitario: ¿por qué a esta altura y después de tantos meses ese capítulo no fue resuelto, para bien o para mal? Resulta difícil de explicar semejante arrastre de indefinición, luego de un inicio prometedor con pruebas locales.

El ministro de Salud, cuestionado en el circuito oficialista con pesadumbre, quedó como la expresión de un nuevo desajuste. Y ayer mismo, expuso la peor reacción posible frente a las estadísticas diarias sobre contagios y muertes por coronavirus. Volvió a descargar culpas en la sociedad, como si los comportamientos sociales no tuvieron relación alguna con las contradicciones del mensaje oficial, no sólo la letra sino y sobre todo los propios comportamientos del poder.

Ginés González García. Salió a advertir sobre un crecimiento de los contagios por coronavirus

El Gobierno extendió en el tiempo una cuarentena razonable en el inicio, agotadora y poco útil después, hasta empezar a convalidar las flexibilizaciones de hecho. Lo muestran las estadísticas. La dureza contra cualquier crítica era parte del mismo cuadro, en lugar de articular un manejo flexible de las restricciones. El oficialismo apenas se contenía frente a las protestas opositoras, hasta que rompió cualquier esquema con movilizaciones propias para “recuperar la calle”. La increíble despedida a Diego Maradona coronó el desmanejo: no se trata de los supuestos contagios masivos o del alivio porque no ocurrieron –no estarían comprobados-, sino de su impacto como quiebre final y simbólico del discurso oficial. Desigualdad entre el poder y el común de la gente.

Frente a los que viene ocurriendo especialmente en la última semana y en la perspectiva del fin de año, Ginés González García recurrió al discurso del temor. “Si seguimos con lo que estuvimos haciendo estos últimos días, las cosas no van a mejorar. La segunda ola puede pasar mucho antes”, dijo. Sonó otra vez a ejercicio disciplinador.

El ministro aparece a la vez como vocero y como voz devaluada. En medios oficiales, suben y bajan las versiones sobre un recambio en Salud. Se verá. Pero de hecho y desde los inicios de la cuarentena, ese ministerio se convirtió en la expresión más visible de un doble comando, con poder a la vista del segundo escalón formal. Carla Vizzotti, virtual viceministra, ocupa un lugar de enorme peso.

Una de las contradicciones más ruidosas fue provocada por ese funcionamiento. El ministro puso en duda las fechas sobre el plan de vacunación con la Sputnik V, mientras su vice era parte de las negociaciones y gestiones más reservadas con Moscú. Se admite el malestar oficial por aquel episodio, cuyas estribaciones reaparecieron en medio de las versiones sobre recambios en el Gabinete. Ese cuadro fue recreado más de una vez desde los días de marzo en que el Gobierno dio un giro brusco y pasó de la subestimación a la cuarentena dura.

Lo de la vacuna es un dato político mayor. Desde hace meses, y por encima de intentos variados para instalar una “agenda pospandemia”, el Presidente apuntó razonablemente a colocar en primer lugar toda gestión para asegurarse la provisión internacional para un plan masivo de vacunación. El primer capítulo destacado lo escribió al anunciar el esfuerzo privado entre la Universidad de Oxford y AstraZeneca. Luego aparecieron Pfizer, tratativas con China y creció la opción de Rusia.

En el Gobierno se quejan de la “politización” del tema, en particular del acuerdo por la Sputnik V, cuando en rigor parece más bien un efecto de repercusión amplia antes que una discusión entre fuerzas políticas. Pero aún así, no podría mostrarse ajeno a las connotaciones hasta de internas y la falta de información clara, con contradicciones e interrogantes todavía no saldados sobre autorizaciones y aplicación en todas las franjas etarias.

“Operación Moscú”. Esa leyenda lucían los barbijos de la tripulación del avión que partió en el anochecer de ayer hacia Rusia. Intento de para vestir el primer embarque de vacunas. Alerta sobre las cifras de contagio, con carga de advertencia hacia la sociedad. Una nueva entrega de paternalismo en lugar de contención sanitaria.

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