El bautismo callejero de una clase media que ya no presume de apolítica y que encontró su propio "relato"

El bautismo callejero de una clase media que ya no presume de apolítica y que encontró su propio

Macri logró por fin sentirse cómodo en la calle, un terreno tradicionalmente peronista. Y asume esa militancia como su capital político post electoral

El momento preferido de Mauricio Macri en sus actos del "#Sí se puede" es cuando le pregunta a la multitud qué van a contestar dentro de varias décadas cuando sus hijos o nietos les interroguen sobre qué estaban haciendo en octubre de 2019. "Haciendo historia", grita el público, para la satisfacción de un Macri sonriente.

Y tal vez ahí esté la clave del fenómeno que protagonizó el macrismo en las últimas semanas y que tuvo su punto máximo en la "marcha del millón" del sábado. Por supuesto que no había un millón de personas en la avenida 9 de Julio, pero eso ya es un dato secundario. Como posiblemente, a esta altura, también sea secundario si al macrismo le alcanzará la reacción como para poder forzar un balotaje.

El dato realmente importante para Macri es otro: lo que se está viendo en los actos de su tour es un punto de inflexión. Es el bautismo callejero de una corriente de opinión pública que siempre existió en la Argentina pero que nunca parecía encontrar un caudal en el cual expresarse.

Y Macri lo intuye: la marcha del sábado 19 de octubre puede significar el nacimiento de un nuevo partido de masas. Es decir, de un proyecto de largo aliento que trascienda la circunstancia de un momento electoral y que deje como resultado la construcción de un proyecto político. Potencialmente, un momento histórico.

Hasta ahora, eso nunca había ocurrido. Las experiencias políticas de la UCD en los 80, de Domingo Cavallo en los ’90 y de Ricardo López Murphy en los 2000 tuvieron un ciclo de fugaz auge y estrepitosa caída.

Hubo, claro, otros momentos masivos de manifestación de una parte de la población –que, por simplificar, se podría denominar como una clase media de centroderecha y simpatía por el liberalismo económico, con poco hábito de manifestación callejera y cero experiencia militante-, que ocurría siempre "en contra de". Se necesitaba un disparador que encendiera la indignación.

Por caso, la demostración en la plaza del Congreso para repudiar el asesinato de Axel Blumberg en 2004, que impresionó mucho a Néstor Kirchner y a toda la clase política. Sin embargo, poco y nada quedó de esa manifestación como construcción política.

Luego, durante la gestión de Cristina Kirchner, las manifestaciones de apoyo a los productores sojeros en la "guerra del campo" de 2008. Lo cual no evitó que en 2011 Cristina arrasara en las urnas incluso en las zonas de producción sojera.

Posteriormente, los "cacerolazos" contra las expresiones autoritarias del kirchnerismo y la marcha de repudio por el presunto crimen del fiscal Alberto Nisman confirmaron la sensación de que había una parte de la opinión pública que buscaba una forma de expresión y un formato político que la representara.

Pero por entonces el macrismo todavía no era el movimiento capaz de contener y encauzar esa corriente de opinión, que más bien se expresaba de forma espasmódica. De hecho, los concurrentes a esas manifestaciones se jactaban de su condición de "autoconvocados", de no pertenecer a ninguna organización ni obedecer a ningún liderazgo. En suma, se veía como virtud la condición de indignados "sueltos" ante la masa de "unidos y organizados" que se presentaba en la vereda de enfrente.

En aquellas marchas, los asistentes solían declarar su condición de "apolíticos", con la convicción de quien exhibe una virtud.

Por fin, Macri encuentra su "relato"

Le costó mucho tiempo a Macri convencerse de que ese terreno callejero, que parecía patrimonio exclusivo del kirchnerismo, los sindicatos y la izquierda, también podía ser un ámbito donde él se sintiera cómodo y hasta jugara de local.

De hecho, las manifestaciones de apoyo que se produjeron durante su mandato, como la de abril de 2017, fueron originadas en las redes sociales, sin que ningún funcionario se plegara a la convocatoria, ante el miedo de que concurriera poco público y eso le jugara políticamente en contra.

Más bien, prefería ir a lo seguro, confiar en la técnica del timbreo y en los influencers de redes sociales, como reza el manual duranbarbista del político del siglo 21.

Ni en sus sueños más alocados habría imaginado Macri que llegaría el día en el que no sólo se animaría a convocar a una marcha a la avenida 9 de julio, sino que además hasta podría chicanear al peronismo. "Dónde están los colectivos que no los veo, che", provocaba el presidente en uno de los actos por el norte, ahí en el corazón del territorio peronista, haciendo alusión a que él también tiene capacidad de convocatoria masiva sin necesidad de las ayudas extra que brinda un aparato partidario.

En los últimos días se vio el hecho insólito de ver a militantes macristas desafiando al peronismo a replicar la convocatoria macrista y a medir fuerzas en la calle. Los partidarios del presidente subían fotos a las redes sociales, jactándose de superar en la calle al peronismo. Mientras tanto, las tomas de video desde los drones mostraban multitudes en todos los puntos, en derredor de un escenario desde el cual un Macri incrédulo sonreía y repetía su mantra.

Difícil imaginar un contraste más fuerte que el de estas escenas con los primeros actos del PRO. En aquellos escenarios festivos, de los que el peronismo y la izquierda se mofaban, con una mezcla de ironía y repulsión, predominaba una estética "tinelliana". Papel picado, globos, música bailantera como la que se pone en los casamientos a la hora del trencito, pasos de baile, corbatas puestas como vincha… y muy poco contenido político.

Todo remitía más a las reuniones de clase alta del conurbano norte que a un acto político. Un tipo de festejo más propio de equipo de rugby que de hinchada de fútbol.

En cambio, lo que se vio en la marcha de la avenida 9 de Julio fue mucho más parecido a los actos políticos clásicos. Se vio cierto orgullo de ser militante y hasta cambio estético. Con escenas impensadas, como la gobernadora María Eugenia Vidal mezclada entre el público, saltando y entonando el cántico futbolero adaptado con esta letra: "olé olé/ olé olá/ con María Eugenia/ vamo’ a ganar/ y con Mauricio la vuelta vamos a dar".

En definitiva, en el acto de la 9 de Julio estuvieron presentes ciertos condimentos típicamente peronistas: hubo consignas, cánticos, símbolos nacionales, bombos, una sensación de orgullo por el espacio público ocupado. Hubo un fuerte discurso político... y una interacción entre del líder con sus seguidores, en la cual las dos partes tenían el libreto aprendido.

Inevitable recordar, por momentos, los discursos de Cristina Kirchner y su capacidad para encantar a su público militante. Sí, Macri parece haber encontrado su "relato".

Como Cristina, el presidente logró articular un discurso en el cual el eje fundamental es la antinomia "ellos y nosotros". Logró una épica en la cual los seguidores se convencen de que están protagonizando un momento histórico en el que están contribuyendo a salvar una nación en peligro.

Y logró, que no es poco, que esas multitudes lo aplaudieran y vivaran después de dos años de una recesión profunda, con una gestión que termina con un pavoroso índice de pobreza de 35,4%, un desempleo creciente, turbulencia financiera, cepo cambiario y un fracaso rotundo en la lucha contra la inflación.

También eso lo emparenta con Cristina, que se despidió del poder con una Plaza de Mayo colmada y exultante, a pesar de que la inflación había erosionado los salarios, a pesar de que media Buenos Aires quedaba sin luz cuando el termómetro superaba los 25 grados, a pesar de los muertos de estación Once y de La Plata y a pesar de la evidencia de corrupción de funcionarios K.

Ambos terminan su mandato con un núcleo duro de 30% de la población que les celebran los logros, les perdonan los errores –o encuentran la forma de atribuirlos a otros- y que, sobre todo, quieren sentirse parte de un proyecto político destinado a transformar al país.

Macri lo sabe y es lo que se lee en la entrelínea de su discurso. "Está en juego mucho más que una elección, está en juego la democracia, los valores, el tipo de sociedad en la que queremos vivir", le dice a la multitud, que decodifica el mensaje.

No por casualidad, el presidente les dijo a esas personas que tenían que entender la importancia de haber salido a manifestarse "como nunca".

"Tenemos que reconocer que somos una mayoría que muchas veces miró en silencio, a veces hasta con miedo. Durante demasiado tiempo pensamos así y fuimos regalando espacio dejando al país a unos pocos que fueron por todo, hasta por nuestra libertad", fue una de sus frases más elocuentes y más festejadas.

El capital que le queda a Macri

¿Le alcanzará a Macri con estas demostraciones de movilización callejera para dar vuelta el resultado de las PASO? Probablemente no. Seguramente no, a juzgar por la contundencia que arrojan las encuestas.

Pero es posible que Macri ya lo haya asimilado y que esté pensando en el día después de las elecciones. El bautismo callejero y militante de esa parte de la población que había "muchas veces miró en silencio" es el principal activo político que el presidente habrá logrado al final de una gestión pobre en resultados económicos.

Es un capital que hasta los kirchneristas han reconocido en las redes sociales y en las reuniones políticas. Y que todos ven como posible punto de partida para la creación de un movimiento con posibilidad de aspirar a una permanencia de largo plazo.

Qué hará Macri con ese capital es la incógnita para la etapa que se abrirá en pocas semanas. Pero, por ahora, disfruta de su "baño de militancia", el premio que jamás imaginó que le dejaría su gestión, a modo de premio consuelo ante la el revés que le deparan las urnas.

 

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