¿Qué avances en la ciencia traerá la lucha contra el Covid?

¿Qué avances en la ciencia traerá la lucha contra el Covid?

Además del salto exponencial en las vacunas, la carrera global contra la pandemia está generando logros en nanotecnología, inteligencia artificial y digitalización de la salud.

La metáfora bélica se ha usado: la pandemia de Covid es, para esta generación, como la Segunda Guerra Mundial; o como la Guerra Civil española para algunos de nuestros abuelos; es decir, una tragedia a esa escala, una situación excepcional para hacer frente a un enemigo común, en este caso invisible. Más allá de las limitaciones de la comparación –que por definición y desde ya nunca es pertinente punto por punto–, hay en ella algo de verdad. Porque, como sucede tras las guerras, las grandes inversiones en tecnologías que se han hecho para intentar controlar la pandemia devienen en usos civiles.

De la Segunda Guerra quedó el empleo pacífico de la energía atómica, producida tras esa carrera desenfrenada por conseguir la bomba antes que Hitler y cuyos conocimientos ahora se aplican al tratamiento de algunos tipos de cáncer y en la generación más o menos renovable (he aquí una polémica) de energía. Pero no es el primero ni el único de los hallazgos que trascendieron su origen. Los gases de la guerra química se usaron luego en agricultura, por poner otro ejemplo infausto, y con el fin de curar a los lisiados por las bombas se obtuvieron avances en las cirugías y los implantes. Más atrás en el tiempo, se podrían citar los clásicos trabajos de física en la última etapa de la Edad Media para describir el movimiento de las catapultas y demás objetos arrojadizos.

La pregunta, hoy, es qué quedará tras el esfuerzo denodado para conseguir vacunas en laboratorios de todo el mundo en tiempo récord, para generar testeos de detección del virus y barbijos de protección, entre otros implementos (por no mencionar los elusivos conocimientos que se generaron en cuanto a reacciones sociales ante la emergencia planetaria, los confinamientos y cuarentenas). Aún en medio de la batalla –si prolongamos el uso de la metáfora– los investigadores y empresarios vinculados al desarrollo científico están avizorando hallazgos y avances que trascenderán a la pandemia.

Solo para la operación Warp Speed, que financió apenas un puñado de las vacunas de las decenas de candidatas a inmunizar contra el Sars-CoV2, Estados Unidos gastó/invirtió unos 18.000 millones de dólares. Estas decisiones generan “políticas orientadas por misión” que pueden cambiar el devenir de la ciencia, afirma Gabriela Bortz, investigadora del Conicet y la Universidad Nacional de Quilmes especializada en políticas de ciencia, tecnología e innovación. En otras palabras, se trata de orientar los recursos de los Estados en pos de un fin específico, como por ejemplo las misiones Apolo en la década de 1960 para ir a la Luna.

“Los desafíos actuales, como por ejemplo el cambio climático, el crecimiento poblacional y en estos momentos la pandemia, son tan sociales como tecnológicos. Y requieren un compromiso a largo plazo de los gobiernos. En ese sentido, estos problemas pueden impulsar la innovación a través de proyectos estratégicos que buscan resultados en plazos definidos y que alinean la participación intensiva de diversos actores del sector público y privado, así como del mundo científico, sanitario, productivo y educativo”, describió Bortz.

En concreto, el desarrollo de las vacunas parece ser la revolución más evidente; que casi todas hayan mostrado gran efectividad no es el menor de los asuntos. “No cabe duda de que en vacunas se trata de una revolución”, dice desde Estados Unidos Ernesto Resnik, un biotecnólogo argentino egresado de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y doctorado en Minnesota. “Sobre todo, las de ARNm [nota: como los productos de Pfizer, Moderna, CureVac] porque son simples y muy fáciles de adaptar a otros patógenos; son esencialmente un pedazo de la secuencia de la proteína y casi toda la tecnología está puesta en el delivery, en la bolita de lípidos que rodea y protege al ARN y que es necesaria para que, una vez en el cuerpo, penetre en la célula”. En ese sentido, estos avances podrían mejorar una vacuna clásica del calendario, como la antigripal. “Ya hay muchas compañías dedicadas a mejorar la vacuna contra la gripe, cuya efectividad actual ronda el 40%. Va a haber una nueva generación de vacunas contra la gripe y posiblemente también contra el VIH-sida”, agrega.

El impulso –medido en las inversiones millonarias– de esta plataforma lo dio la pandemia, pero estrictamente son desarrollos que no nacieron por el Covid, sino que se usan desde hace 20 o 30 años en terapias para el cáncer con el fin de enseñarle al sistema inmune a combatir al tumor, apunta Resnik. Es el caso de las investigaciones llevadas a cabo por las mencionadas empresas Moderna (de EE.UU.) y también de las alemanas BioNTech (asociada a Pfizer) y CureVac (asociada a Bayer, que hoy prueba su vacuna contra el Covid en la Argentina, entre otros países). Aunque algo menos novedosas, las vacunas de vectores virales (como las de Gamaleya y de Oxford/AstraZeneca, entre otras) también tienen un desarrollo previo dado por el combate a otros males, como la fibrosis quística. Sin embargo, hoy viven un momento de esplendor.

Esta generación de plataformas de vacunas, más la confirmación de algunas que tenían cierto potencial previo, será posiblemente la principal consecuencia a nivel tecnología médica de la pandemia actual. Pero no todo son vacunas: hay más en el campo de la industria farmacéutica, pero también en el de la alimentación y la agricultura.

A principios de 2020, Diego Comerci –investigador del Conicet en el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) y socio de Chemtest– decidió adaptar las tiras diagnósticas de dengue, recién estrenadas, al Covid, en medio de la escasez mundial de insumos médicos. Pero lo que valía para dengue y fue validado para Covid puede servir asimismo para otros ámbitos. Eso es lo que se proponen hacer en la empresa. “En base a la tecnología que desarrollamos para la detección rápida con tiras reactivas, pensamos avanzar en desarrollar nuevas aplicaciones en ganadería, salud animal y en agricultura en general”, cuenta. Señala que no puede dar más detalles por ahora, y se lamenta de que la “tecnología revolucionaria de ARN mensajero” no tenga investigadores argentinos que la trabajen. “Al menos desde lo tecnológico –dice-, para empezar a ver posibles aplicaciones”.

La historia del Atom protect, también conocido como “el barbijo del Conicet” (que vendió cientos de miles de unidades y ahora tiene una versión plus), es una de las más exitosas y también implicó esfuerzos del campus de Migueletes de la Unsam. Ese suceso basado en la nanotecnología (que manipula partículas de tamaños ínfimos) ya tiene otras posibles aplicaciones que, actualmente, se están explorando.

Un ejemplo de ello lo ofrece Griselda Polla, química del grupo de vinculación y transferencia tecnológica del Instituto de Investigación en Ingeniería Ambiental de la Unsam: “Un empresario se interesó en llevar estos procesos de incorporación de antivirales y fungicidas que se usaron para los barbijos del Conicet al uso en hoteles, para cobertores de colchones y fundas para almohadas que repelan virus y bacterias”, dijo. En ese sentido, la transferencia no es lineal porque no es lo mismo un barbijo que la denominada ropa blanca. “Analizamos pros y contras, pues es distinto dormir en colchones que llevar un cubrebocas. Hay que ver cómo actúan en el cuerpo unas partículas de cobre presentes en el barbijo. Si bien sobre esa funda van las sábanas y no está el contacto directo con la piel, tuvimos que analizar posibles reacciones”, explica Polla, quien añade que el equipo de la Unsam, en conjunto con otro de la UBA, hizo controles exhaustivos de las telas, de la migración de partículas y del proceso para producirlas. “Hay que controlar que se haga bien la adaptación y tener en cuenta que estar demasiado sanitizado baja las defensas. Es lo que sucede cuando se limpia tanto las superficies de la casa, por ejemplo, porque decrecen las oportunidades de generar inmunidad”.

También existe un interés por llevar el proceso a la rama de la odontología, donde es preciso usar mamelucos que cubren todo el cuerpo, y lo mismo para sillas, botas, zapatos y manoplas. Polla dice que hay otro proyecto que busca generar máscaras con filtros para uso médico, de las cuales se están explorando las propiedades bactericidas y antivirales.

“Una vez que tenés el producto se buscan otras aplicaciones”, dice Javier Viqueira, presidente de Adox, una empresa dedicada a desarrollos de base científica. Y, en las diferentes posibilidades de uso de estas superficies bactericidas de compuestos nanoestructurados se investiga su aplicación en la industria alimenticia; por ejemplo, para evitar la contaminación de cajas y pallets. “El Covid nos dio un gran impulso. Después del comienzo de la pandemia se pudo medir la efectividad del desarrollo y se ensayaron otras aplicaciones, para superficies plásticas y madereras. Hasta podría servir para el síndrome urémico hemolítico [una enfermedad con alta incidencia en Argentina]”, dice Viquiera, también miembro de Asociación de Industriales Metalúrgicos de la República Argentina (Adimra). También se logró armar un sucedáneo de respirador para uso en terapia intensiva en caso de que no alcancen los equipos convencionales.

Otro de los productos de base tecnológica, ya comercializados también por Adox, es un recubrimiento de superficies (tecnología Hybridon) en el que trabajó Galo Soler Illia, una de las autoridades en nanotecnología del país y decano del Instituto de Nanosistemas de la Unsam. “Queríamos usar nuestros recubrimientos en el transporte público, testearlos en un colectivo o en el subterráneo, por ejemplo; los nanomateriales del recubrimiento liberan principios activos de a poco y ese es uno de los puntos que tiene a favor”, dice Soler Illia, que coincide en que la pandemia aceleró el trabajo en su área. “Habíamos desarrollado una plataforma muy eficiente para bacterias comunes y demostramos que es eficiente para eliminar un tipo de coronavirus. Además, en nuestro recubrimiento, las cargas de nanopartículas son bajas y eso es una ventaja, ya que tiene menor impacto en el ambiente. Cuando uno usa nanomateriales, tiene que demostrar que sean compatibles con la salud y el medio ambiente, por eso son importantes la nanoecología y la nanotoxicología”, explica. Y añade: “Como investigadores, queremos que nuestros desarrollos salgan mañana, pero estos nuevos materiales requieren regulaciones para mayor seguridad. No se pasa de la mesada del laboratorio a la góndola así como así, y por eso es importante la regulación. En nuestro caso, la Anmat es un organismo serio que debe prestar su aval. El principio precautorio no es trivial”.

El Covid y los confinamientos impactaron también en distintos aspectos de la práctica médica. Prácticas como el teletrabajo y la telemedicina dejaron de ser marginales y pasaron a ser centrales. En la era de los desplazamientos y las congestiones de tránsito, de pronto hubo que hacer la máxima cantidad de las actividades cotidiana desde los hogares. En tal sentido, las compañías que ya trabajaban en el área ven la oportunidad de ampliar sus mercados como nunca antes. “La pandemia nos dejará un gran avance en los servicios remotos, ya que aceleró todo el proceso de investigación en robótica y digitalización. Sirvió para hacer más rápido el cambio”, define Daniel Nasuti, director general de Siemens Healthineers Argentina, precisamente dedicada a la tecnología médica. Para él, el cambio en el sistema sanitario se apoya en la inteligencia artificial (IA) y la digitalización.

Uno de los desafíos de la medicina en la Argentina es evitar que esté concentrada en las grandes ciudadaes y que haya disponibilidad por fuera de los grandes centros urbanos de diagnósticos y terapéuticas tecnológicas (“que influyen en el 70% decisiones médicas”, apunta Nasuti). “Apoyados en la IA y la digitalización podemos descentralizar y acercar la tecnología a la población en lugar de exigir que la población tenga que ir a la tecnología. Que un tomógrafo o un resonador se puedan manejar de forma descentralizada. Y ver daños pulmonares o incluso cuantificar el riesgo por covid de modo remoto”, enumera. Yendo más lejos, Nasuti habla de poder generar “gemelos digitales”, espejos de las personas que permitan, a partir de información de laboratorio o de imágenes, predecir en qué momento la persona tendrá alguna posible enfermedad. “O modelos digitales de órganos, para ver cómo se comporta por ejemplo el corazón ante determinadas intervenciones. En el contexto de pandemia se necesita infraestructura tecnológica, la implementación de una intranet más veloz y ágil y el uso de 5G”, enumera. Por caso, el domingo pasado la agencia de noticias china Xinhua dio a conocer que con esta tecnología se hizo una cirugía ocular con 3000 kilómetros de distancia entre el cirujano y el paciente.

Desde lo conceptual, Nasuti añade que ahora queda claro que “hay que pensar a la salud como cuestión de Estado, ya que se trata de la infraestructura crítica de un país”. ¿Esto quiere decir apostar todas las fichas médicas a la tecnología? No tanto: “La tecnología sola no es suficiente. Siempre está presente el elemento humano; además, la colaboración transversal acelera los procesos de innovación. La digitalización de la salud nos va a quedar como nueva normalidad. Hay que crear una agenda con articulación público-privada ante el posible advenimiento de una nueva pandemia”, afirma.

Quizá los cambios más intangibles, y a la vez más profundos y duraderos, sean los que tienen que ver con usos y costumbres del ser humano. “Yo me imagino a mí mismo un poco como los asiáticos: usaré barbijos en los aeropuertos y en los aviones. Antes uno miraba esa costumbre como propia de paranoicos, pero ahora creo que voy a hacerlo, cuando se pueda volver a viajar”, dice Resnik.

Otra cuestión científica central que muchos investigadores observan es la nueva rapidez que pueden tener los ensayos clínicos, que hicieron que, en emergencia, trabajosos testeos que duraban años y lustros se pudieran terminar en el plazo de pocos meses. “Lo que hemos aprendido en cuanto a seguridad y simpleza posiblemente genere una gran modificación en el modo en que se hacen los estudios clínicos, porque cambian las exigencias. Siempre lo principal es la seguridad y, como la seguridad es alta, posiblemente serán más rápidos; hay un gran movimiento para redefinirlos”, apunta el biotecnólogo, que agrega otras posibles revoluciones hijas del Covid: más anticuerpos monoclonales (del estilo del que recibió el presidente de Estados Unidos Donald Trump cuando estuvo convaleciente de covid), más terapias con células madre y más terapias personalizadas.

Como sea, no está del todo claro que tras esta pandemia la humanidad salga mejor, como decía el lugar común de las redes sociales en las ilusorias primeras semanas de confinamiento. Pero sí parece seguro que la ciencia y la tecnología habrán ampliado para entonces su campo de conocimiento y experimentación. Muchos de estos hallazgos se manifestarán en la vida cotidiana de las personas, cuyas costumbres también están cambiando hacia una configuración aún desconocida.

 

Por Martín De Ambrosio

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