Alberto y CFK: un enroque para afrontar los meses más difíciles y la mira en el FMI

El gobierno tiene por delante un triple desafío: la pandemia, la economía y la radicalización opositora. De acá a octubre se pone en juego el futuro del proyecto político. Cambio de roles en la conducción.

Al contrario de lo que pregona la narrativa dominante, que pasa de anunciar diferencias irreconciliables entre los socios principales del Frente de Todos a describir una subordinación absoluta de Alberto Fernández a la voluntad de Cristina Fernández de Kirchner sin solución de continuidad, la relación entre los tres vértices de ese triángulo (el que falta es, desde ya, Sergio Massa) pasa por su mejor momento desde la conformación del Frente de Todos o, si nos remontamos algo más en el tiempo, desde hace una década y media, cuando el presidente era jefe de gabinete, la vice era senadora y candidata presidencial y el actual titular de la cámara baja conducía el Anses. Esta sintonía no puede ser más oportuna: en los próximos meses se pone en juego el futuro del proyecto político que los tres decidieron compartir en 2019.

El horizonte exhibe tres amenazas, que además se retroalimentan entre sí: la situación económica, la crisis sanitaria y la radicalización opositora. El inminente empeoramiento de las condiciones de la pandemia de Covid, que está arrasando todos nuestros países vecinos a un punto que no se había visto durante la primera ola del 2020, terminará afectando la actividad económica, con o sin restricciones. Al mismo tiempo, a más necesidades económicas, más circulación de la población, que necesita encontrar medios de subsistencia. Los recursos para volver a implementar un IFE o el ATP como el año pasado no están. Cualquier medida que se tome, ya sea para limitar la movilidad o para dar ayuda financiera a la población, no será generalizada sino que se focalizará en las regiones y los sectores que más lo necesiten.

En el gobierno confían que el avance del operativo de vacunación sumado a la estacionalidad permitirán llegar al último trimestre en buenas condiciones. El punto es mientras tanto: todas las previsiones para los próximos meses son oscuras. La principal medalla del Frente de Todos en su gestión pandémica fue evitar el colapso el sistema de salud. Teniendo en cuenta las características de las nuevas cepas de coronavirus (“una nueva pandemia, claramente más letal, más contagiosa y contagiosa por más tiempo”, tal como las definió esta semana Angela Merkel) resultará dificilísimo revalidar ese logro. La estadísticas son contundentes: Brasil, Paraguay y Chile tienen su capacidad de atención crítica encima del 100 por ciento. Uruguay tuvo esta semana más casos respecto a su población que ningún otro país del mundo. A este ritmo, colapsará en diez días. Creerse a salvo es pensamiento mágico.

Respecto a Juntos por el Cambio, se verifica un curioso giro de la historia que ya había sido advertido en estas líneas en las primeras semanas del gobierno del Frente de Todos. El riesgo de que el país, bajo la administración de Fernández, siga una deriva similar a la venezolana es, en el mejor de los casos, una licencia poética de los estrategas de la comunicación macrista. Mucho más real resulta el peligro de que la oposición adopte las tácticas y estrategias que utiliza la oposición venezolana, renunciando total o parcialmente a las herramientas democráticas como método para la consecución del poder político y reemplazándolas por una mezcla de lawfare, terrorismo mediático, boicot activo a las políticas públicas y eventualmente golpismo puro y duro. La mitad de ese camino ya fue recorrida. El propio Mauricio Macri dio a entender lo que falta.

La combinación de factores puede resultar explosiva. El peligro que detectaba CFK a comienzos de 2019 y que la motivó ofrecerle la candidatura presidencial a Alberto Fernández sigue vigente y empeorado por la pandemia. Aunque muchos creyeron detectar un giro al centro en la invitación al diálogo con otras fuerzas políticas que hizo esta semana, lo cierto es que ese elemento está presente en todas sus apariciones públicas desde aquel video anunciando la fórmula conjunta que cumplirá dos años en mayo. Así debe leerse la definición, ya añeja, de que la candidatura de Fernández fue una apuesta a la gobernabilidad antes que a la competitividad electoral. Fue más explícita todavía en las cartas que escribió a finales del año pasado. Resulta difícil a esta altura sostener que ese puente que intenta construir es parte de una impostura y no de su convicción.

Está claro que Fernández de Kirchner conoce mejor que nadie las diferencias que existen entre el peronismo y Juntos por el Cambio y su invitación al diálogo no las ignora sino que intenta pasar sobre ellas para construir los consensos necesarios para resolver problemas que no tienen solución en el esquema de grieta vigente desde hace al menos una década. Ella piensa en tres ejes. Dos fueron explícitos. El primero es terminar con el bimonetarismo que impide el desarrollo genuino de la economía argentina. El segundo es acordar con el Fondo Monetario Internacional condiciones extraordinarias que permitan diseñar un programa a largo plazo para saldar la deuda con ese organismo. Desde el Instituto Patria impulsan un pacto multipartidario que se plasme en un documento dirigido a las autoridades del FMI, con la firma de dirigentes presidenciables de todos los partidos, formalizando ese planteo.

La posición que expresó la vicepresidenta no representa una novedad y mucho menos una contradicción respecto a la estrategia que plantea Fernández y ejecuta Martín Guzmán, como sostienen los medios opositores. Por el contrario, sigue la línea que planteó el Presidente cuando aún era candidato y advirtió que el FMI era “corresponsable” junto a Macri de la crisis económica argentina, y que por lo tanto, debería ser flexible a la hora de encontrar una salida. También resulta coherente con la carta dirigida al organismo internacional que firmaron todos los senadores del Frente de Todos a finales del año pasado. Como si fuera poco, esta misma semana, el mandatario ratificó que en estos términos se trata de “una deuda virtualmente impagable”. Los dos coincidieron también en que el país tiene voluntad de pagar sus compromisos, aunque eso fue soslayado por las crónicas.

El tercer eje del diálogo con la oposición que propone CFK estuvo implícito en el lugar y la fecha elegidos para dar su mensaje, nada menos que un 24 de marzo en la inauguración de un Espacio de la Memoria en la localidad bonaerense de Las Flores, y se trata de ratificar el compromiso democrático fundado por todos los partidos políticos en 1983. En el mismo sentido debe leerse el mensaje público de apoyo a Horacio Rodríguez Larreta, el único dirigente opositor de primera línea que ese día dio un mensaje inequívoco de condena a la dictadura. No es que ignore que Rodríguez Larreta y Macri representan el mismo modelo económico o utilizan las mismas herramientas para aplicarlo. Pero ella sabe que con uno no hay diálogo posible y con el otro sí; y hoy el gobierno necesita con urgencia encontrar interlocutores y desplazar del centro a los pirómanos que se disfrazan de bomberos.

Lo que sí resulta una novedad en todo caso es cómo, mientras el Presidente endurece su discurso, la vice ensaya un rostro más amable. Pareciera que, tras comprobar que el esquema ensayado durante el primer año de gobierno no dio resultado, intentasen un enroque para intercambiar roles y que sea la propia CFK la que ofrezca las garantías necesarias para sentar al círculo rojo a la mesa. Se trata de un nuevo intento para detener la radicalización opositora, un proceso que si no se atiende a tiempo puede llevarse puesto cualquier proyecto razonable de gobierno. Hará falta más para frenar la inercia que traen Macri, Patricia Bullrich y compañía, pero no deja de ser un enfoque novedoso y estimulante en la política ultrapolarizada de la Argentina actual. Que la propuesta surja de una de las protagonistas de esa polarización es la llave de un éxito que aún no está en absoluto asegurado.

 

POR NICOLÁS LANTOS

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