Yacyreta: además de la gran obra y la naturaleza, los ingenieros

Yacyreta: además de la gran obra y la naturaleza, los ingenieros

Aunque los vertederos, la esclusa y los diques son imponentes en la superficie, bajo el agua las turbinas muestran la verdadera magnitud de la represa y la necesidad de cuidados permanentes, a cargo de un personal que pasó por todas las gestiones.

La fuerza de la obra tanto sobre la superficie como bajo el río y el amplio horizonte de agua rodeado por las islas con vegetación de la selva subtropical son tan imponentes en la central hidroeléctrica Yacyretá como la pasión de los ingenieros. Muchos de ellos siguen trabajando en el polémico ente desde hace más de 20 años para mantener las turbinas, el cruce de los barcos, los vertederos, la ecología de la zona y han visto pasar las gestiones de distinto color político, según pudo constatar El Cronista, en una visita guiada por al menos seis profesionales.

 

 

En parte son mineros del agua. Porque en lo profundo de la central, los pasillos grises recorren las 20 turbinas que son las que generan los primeros voltios de energía. Se huele a humedad y a veces el agua brota de las paredes. Para llegar a las turbinas hay que adentrarse en pequeños pasillos perpendiculares y mediante escaleras bajar a la maquinaria giratoria y gigante. En la penumbra, las conchitas agarradas de las paredes recuerdan que por encima de los altos techos es todo agua.

 

 

En el anteúltimo nivel bajo el río de la obra, se camina de costado para pasar entre las aletas que regulan el paso del agua hacia las turbinas, que siempre giran a la misma velocidad.

 

 

Hacia un lado se ven las tres grandes puertas de acero las que caen en partes en forma vertical para dejar pasar el agua. Pero en esta ocasión, la turbina, una hélice de cinco paletas, está en mantenimiento y es posible caminar por sus entrañas. Hacia el otro lado, se abre la turbina: el rodete de 9,5 metros de diámetro por donde giran las paletas le permiten recibir un caudal de 800 mil litros por segundo.

 

 

Los profesionales no piensan, como las visitas, qué sucedería si se abrieran las tres grandes puertas de acero macizo que contienen al río. “Ni te enterás”, dijo Raúl Leyton, quien recibía las delegaciones del Banco Mundial que querían cobrar la deuda de la hidroeléctrica, que finalmente se canceló en 2006.

 

 

En cambio, explican una y otra vez que el salto de agua es el que produce una fuerza que mueve las turbinas. Los hidrogeneradores generan 13.200 voltios y los transformadores elevan esa tensión a 500.000 voltios. Las 20 turbinas producen 21.000 gwh por año y, como el 87% lo consume Argentina, representa el 14% de la energía del país.

 

 

Volviendo por los largos pasillos se accede a una de las dos turbinas que están paradas. La central usará 18 turbinas hasta reparar el desgaste (las primeras dos hasta 2019) que sufrieron por trabajar por debajo de la cota de diseño, la 83, durante 13 años, desde que se instalaron todas las turbinas. Los obreros trabajan de 8 a 4 en tres turnos.

 

 

Oscar Capezio, jefe del departamento Técnico de Yacyretá, explica que se llamará a licitación a tres empresas que participaron de la provisión de las turbinas Kaplan originales -IMPSA, Voith y Andritz- para el arreglo de las partes móviles. Para ello tuvo que visitar las sedes de esas firmas para verificar cómo trabaja el modelo de turbina que armaron  para competir en la compulsa. Hoy, revisten las paredes de acero y lijan los excedentes para que la turbina deje el espacio reglamentario al girar. Y explicó que con un convenio con la universidad de Misiones, colocarán sensores detrás de los paneles para detectar las fallas en los giros.

 

 

En un nivel más arriba, al cuello de la turbina se le extienden los brazos que guían las aletas que regulan el paso de agua hacia ella. Es una habitación circular rodeada de un pequeño balcón.

 

 

Escaleras arriba, se encuentra la gran tapa roja redonda que tapa ese cuello. Ya hay luz natural. Cerca del techo, a unos 20 metros, se pueden ver ventanas que delimitan la superficie.

 

 

En el interior, hay oficinas, con computadoras en las que se puede ver en colores el mapa de la central y el recorrido de la energía. Allí explican que la central tiene que regular un Paraná que en los últimos 50 años adquirió 40% más de caudal. También salas de máquinas, que trabajan en tres niveles de backup ante posibles fallas.

 

 

En total, el edificio tiene 70 metros de altura y ocupa ocho manzanas.

 

 

En la superficie, es un día precioso. La fuerza del agua crea una espuma blanca en el vertedero del brazo Aña Cua, que recupera para la generación mil m3 por segundo, y donde la central pretende incrementar 8% la generación media a 1700 gw/año en cuatro años (y 5% con la ampliación de la central). Capezio piensa que se pueden crear 2000 puestos de trabajo y que este proyecto puede servir, con ayuda de la provincia, para que muchos profesionales vuelvan y se instalen a desarrollar la zona después de terminado.

 

 

Allí nadan los dorados, que les gustan los rápidos. Pero no se puede pescar. El área está protegida en varios kilómetros para evitarles a los peces una pesca fácil. Además, 10.000 hectáreas de los esteros del Iberá son parte de las ocho reservas protegidas por Yacyretá, algo que se conoce menos que el trabajo del estadounidense Douglas Tompkins, dijo Mauricio Perayre Henryk, quien volvió de Nicaragua para retornar como secretario del Comité Ejecutivo de la entidad.

 

 

Los peces también cruzan la central dentro del establecimiento usando dos ascensores que les permiten ir río arriba sin lastimarse. Saltan dentro del cuadrilátero de dos metros cuadrados, y algunos son grandes, de casi un metro de largo, hasta que salen por una pendiente. Por debajo de la turbina no corren peligro, es como una calesita para ellos.

 

 

Y los barcos paraguayos también cruzan la central. Aprovechan para transportar la soja que exportan sin tener que pagar peaje, porque es gratuito cruzar por la esclusa de navegación de 270 metros de largo y 27 de largo, que eleva  y baja el nivel de agua debajo de las barcazas mediante un sistema de compuertas que las demora unos 40 minutos.

 

 

Para los empleados, la central cuenta con un barrio de casas para hospedar a los trabajadores. “Me pagan para hacer lo que me gusta”, dijo Capezio, que ya superó la edad de jubilarse, pero se quedará en la nueva gestión hasta que pueda mudarse a su departamento en Posadas.

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