Villas y asentamientos: Falta todo menos esperanza

Villas y asentamientos: Falta todo menos esperanza
La ciudad pierde población pero los barrios pobres crecen muy rápido. Sólo 9 de las 43 villas están en la zona norte. En casas minúsculas y laberínticos recovecos viven unas 300 mil personas. Contra el mito, la mitad son porteños.
Casitas encima de otras casitas. Ladrillos huecos anaranjados, sin revo­car. Ventanas diminu­tas. Balcones y patios minúsculos alambrados para evitar que los chi­cos se caigan. Es la foto habitual de los márgenes urbanos, aunque últimamente atraviese también ba­rrios como La Paternal o Chacarita. En 30 años, el número de perso­nas que habitan en barrios preca­rios –villas miseria y asentamien­tos– se quintuplicó. esde 1980, la ciudad informal creció sosteni­damente acurrucándose en hue­cos olvidados y en terrenos des­preciados por el mercado. llí, en casas minúsculas y entre laberínti­cos recovecos, vivían más de 163 mil personas durante el Censo de 2010. Nadie cuestiona que ahora son más. La ONG Techo hizo un relevamiento en 2013 y asegura que ya eran alrededor de 326 mil.

La mayoría de los villeros son jóvenes, trabajadores y pobres, sin acceso a los servicios básicos: luz, agua, gas y cloacas. Apesar de que distintas leyes ordenaron urbanizar las villas sólo dos barrios de la 1-11-14, en el Bajo Flores, fueron urbanizados: Bonorino y el Polideportivo. Falta urbanizar 41.

Derribando prejuicios

Los números derriban mi­tos. ontra cierto sentido común muy divulgado, casi la mitad de los pobladores son porteños de cuna. l 17,1 llegó de otras pro­vincias y el 31,9% nació en paí­ses limítrofes y Perú. Hayan nacido donde hayan nacido, sus condicio­nes de vida son bastante peores que las del resto de los porteños. Por ejemplo, si bien el 70% tiene un empleo, sólo el 8,7 es trabaja­dor formal. En esos barrios pega más la desocupación, que llega al 10,3% aunque el promedio de la ciudad es de 6,2%. La falta de tra­bajo y la precarización explican por qué el 86% de las familias villera está bajo la línea de la pobreza. Una de cada cuatro familias no cu­bre la canasta básica de alimentos, según un informe de la CTA.

La calidad de vida –la falta de calidad de vida– también es cuan­tificable: el 95% no tiene agua corriente, el 72% no tiene cloa­cas, el 96% no tiene gas natural, el 84% consume energía eléctri­ca en forma irregular (es decir, es­tán enganchados). Sólo en el 16% de las villas la recolección de resi­duos abarca todo el barrio. El res­to debe llevar la basura a un lugar determinado (datos de Techo).

A contramano de una ciudad que tiende a envejecer, en las vi­llas el porcentaje de menores de 18 años (44,9%) duplica el del res­to de Buenos Aires. Son miles de criaturas y jóvenes que arrancan su vida sumergidos en la pobreza. El hacinamiento también duplica a la media: en el 20% de los hogares viven cinco personas o más.

De las 43 villas y asentamientos, sólo nueve están en la zona norte. En la zona sur, en cambio, vive en villas y asentamientos el 33% de la población. Esto explica por qué la ciudad crece poco y nada pero la Comuna 8 aumentó un 22% sus habitantes en dos décadas.

La explosión demográfica en las villas del sur no fue acompaña­da por los servicios de salud y edu­cación. El archiprometido hospi­tal de Lugano quedó en veremos y fue sustituido por el llamado Hospi­tal Cecilia Grierson, apenas un Cen­tro de Atención Primaria ampliado. Respecto de la educación, la canti­dad de los chicos es importante y la oferta escolar es insuficiente. Y aunque la enorme mayoría de las madres trabaja casi no hay escuelas primarias de doble jornada y faltan miles de vacantes para el nivel ini­cial. La reciente crisis por el sistema de inscripción on line evidenció que la política educativa en la zona sur se caracteriza por la falta de vacan­tes y una oferta diferenciada para pobres: desde los Centros de Pri­mera Infancia, que no están gestio­nados por docentes ni integrados a la currícula educativa, hasta las au­las containers.

Historia vieja

Tucumanos, santiagueños, co­rrentinos. Las villas comenzaron a crecer, pobladas por provincianos, a mediados de los años 40 del siglo pasado. Atraídos por los puestos de trabajo que generaba el proceso de industrialización, llegaron de a miles al puerto tras el sueño del progre­so. Sobre la margen del Riachuelo, en terrenos destinados a basurales o en zonas inundables, los migran­tes levantaron sus casitas.

Así surgió la Villa 31 de Retiro, ubicada sobre terrenos portuarios y poblada en principio por italianos estibadores. Hoy es una de las más populosas, con más de 25 mil ha­bitantes. También por entonces co­menzaron a ocuparse, en Barracas, terrenos ferroviarios y de la Ceamse. Hoy está ahí la villa más grande de la ciudad, la 21-24. Según el Cen­so 2010 viven en ella 29.782 perso­nas pero otras mediciones afirman que son más de 40 mil. La 1-11-14, del Bajo Flores, es otra de las villas de magnitud: tiene más de 25 mil habitantes. Hace 50 años eran tres villas diferentes –las que nombra­ba cada número– pero creció has­ta constituirse en una sola.

En 1976, los habitantes de las villas eran 213 mil. La dictadu­ra militar pasó la topadora y car­gó en trenes a los inmigrantes de países limítrofes. Logró que la po­blación villera se redujera a 34 mil personas.

El regreso de la democra­cia significaría un nuevo proceso de expansión. Los urbanistas ha­blan de una ciudad segregada para ex­plicar lo que, en realidad, es una espe­cie de “apartheid inmobiliario”: los que no pueden comprar una casita o pagar un alquiler deben o abandonar la ciudad o adentrarse en el universo villero.

No sólo las villas más antiguas se re­poblaron. También fueron surgiendo nuevos asentamientos, como la villa Ro­drigo Bueno (en la Reserva Ecológica, poblada mayormente por trabajadores de la construcción) y el Playón de Chaca­rita. Ambas tuvieron una explosión de­mográfica impactante. La Rodrigo Bue­no pasó de tener 356 personas en 2001 a 1.795 en 2010: el cuádruple. Hoy se­rían bastante más. El Playón, en tanto, ni siquiera existía hace 10 años: en los registros oficiales se contabiliza como el más numeroso de los nuevos asenta­mientos, con más de 5 mil habitantes.

Muchas veces estigmatizados, los vi­lleros conviven con el resto de la pobla­ción desde la desigualdad. La falta de vi­vienda accesible para los trabajadores, la especulación inmobiliaria, el alto cos­to de la tierra, la falta de planes de vi­vienda populares son parte de un rom­pecabezas que lleva a la expulsión de los más pobres o a su hacinamiento en ba­rrios precarios. Cuando se hartan y salen a la calle dejan de ser invisibles.

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