Los verdaderos conflictos que alteran al Gobierno

Por Carlos Pagni

Cristina Kirchner conserva la capacidad de trastornar a la clase política. Pero la dirigencia sectorial, menos dócil a sus trucos discursivos, le da cada vez más dolores de cabeza.

Ayer soportó una nueva impugnación sindical a su gestión socioeconómica. Hugo Moyano y Luis Barrionuevo movilizaron a sus organizaciones a Plaza de Mayo para discutir el corazón de la propuesta oficial: la distribución del ingreso.

La marcha se superpuso con otro conflicto. El último documento del Episcopado enfrentó a la jerarquía católica con el Gobierno. La grieta no está cerrada: algunos líderes eclesiásticos ven peligrar la asistencia de la Presidenta al tedeum del 25 de Mayo en la Catedral Metropolitana. Entre ellos está Jorge Bergoglio, cuya consagración como papa hizo que la Presidenta regresara a esa liturgia. Enredado a la distancia en una disputa de sus propios obispos, el Papa intenta reinstalar el vínculo con el oficialismo en el punto de equilibrio en el que quiere verlo hasta que Cristina Kirchner termine su mandato.

Moyano y Barrionuevo llevaron a la Plaza de Mayo un reclamo sindical y político. Se quejaron por la inflación y la pobreza. Pero también por la inseguridad. No podrían ser más inoportunos. El kirchnerismo está alarmado. La caída en el nivel de actividad económica reactivó el conflicto entre el administrador de la tasa de interés, Juan Carlos Fábrega, y el administrador de la argentinidad, Axel Kicillof. El ministro de Economía pretende regular la tasa que cobran los bancos. Pero ayer Jorge Brito informó a sus colegas más cercanos que Fábrega le aseguró que no habrá novedades.

Ayer se conoció que la inflación de abril fue 1,8%. Kicillof había adelantado esa cifra a sus amigos del Banco Central hace nueve días. Además de patriota, es visionario. La carrera de los precios sacó de caja la negociación salarial. Los aceiteros consiguieron un aumento del 38%. Los trabajadores de la alimentación, entre los que gravita el trotskismo, reclaman más del 40%. Antonio Caló, un fundamentalista de la mansedumbre, llamó a un paro de la UOM. Y hasta los bancarios, que por mil razones dependen del Gobierno, harán hoy una huelga para repudiar la represión policial a sus compañeros tucumanos. En este caso, los motivos laborales se cruzan con intimidades escabrosas: el gobernador José Alperovich cree que el líder de la Bancaria Carlos Cisneros divulgó las fotos de su viaje de ensueño a los Emiratos Árabes. Entre otros secretos.

La Presidenta respondió a la movilización sindical con un aumento del 40% en la Asignación Universal por Hijo. Y prometió un plan de viviendas para gente humilde, mala copia de los anuncios productivistas de la recesión de 2009. Es una reacción desdeñosa de la protesta de ayer. Atiende a los desocupados y a los trabajadores informales, más dispuestos a tomar para la calle y desafiar el aparato represivo del Gobierno. Y vuelve a clasificar como "privilegiados" a los sindicalizados.

El Gobierno no es el único destinatario de la agresividad obrera. Barrionuevo y Moyano son los exponentes de una dirigencia gremial que se interpreta a sí misma, en la línea de Vandor, como un actor político. Su activismo no está tanto dirigido a la Presidenta, que se va, como a quienes aspiran a ejercer el próximo mandato. Barrionuevo y Moyano pretenden participar del reparto de poder intrínseco a toda transición. Por eso sus rostros se recortaban en el palco sobre una leyenda desopilante: "Políticos, presten atención, somos el futuro".

Este repliegue sobre su propia organización expresa los desajustes de estos sindicalistas con los candidatos peronistas. Moyano fue el más explícito anteayer, cuando dijo: "No me representan ni Scioli ni Massa". La definición se aclara a la luz de sus coqueteos con Mauricio Macri, con quien está a punto de cerrar un acuerdo. El pacto contempla la jerarquización de la Subsecretaría de Trabajo, a cargo de Ezequiel Sabor.

Pero esta afinidad institucional no alcanza para explicar la aproximación. Este año la ciudad terminará de ofrecer su máximo negocio: el tratamiento de la basura. Ya se completó el contrato de recolección, gracias al que Moyano descubrió el talento de Diego Santilli. Ahora está fascinado con las habilidades del ministro de Medio Ambiente, Edgardo Cenzón. Las conversaciones incluyen al jefe de Cenzón, Nicolás Caputo, socio de Macri. No debe extrañar que Moyano se acerque a un candidato no peronista. Él libra hoy con Daniel Scioli una guerra dolorosa. Le reprocha que, al canalizar los alimentos del plan Más Vida a través de una tarjeta, arriesga el empleo de más de 400 trabajadores. Moyano pegó donde duele: su federación retiró del Banco Provincia un depósito de $ 500 millones, que derivó al Banco de Córdoba y al Banco Ciudad. Scioli sigue sin atenderlo. Órdenes superiores.

Moyano también está peleado con Massa. Lo culpa de haber intentado una unificación de la CGT basada en su decapitación. Aunque el agravio más profundo es que Massa intenta arrebatarle a Facundo, el diputado, para el Frente Renovador. "¿Cómo voy a confiar en alguien que quiere separar a un hijo de su padre?", se queja, sentimental, el camionero. Si esta enemistad persiste, Moyano debería controlar su idilio con el alcalde porteño. No vaya a ser que Massa y Macri sorprendan con alguna reunión en los próximos días. Es lo que pretenden, con el auxilio de empresarios, en la Jefatura de Gobierno. La pulverización de los partidos da lugar a un álbum fotográfico tedioso e infinito.

Desde de que Scioli resolviera encadenarse al kirchnerismo, Barrionuevo también canceló su amistad. Y el vínculo con Massa está tenso. Cuando el diputado pidió "que deje de hablar por dos años", "Luisito" contestó con otra decisión: "Voy a dejar de trabajar por dos años". Puso en pausa la organización gremial Massa Presidente, y archivó las planillas con miles de firmas para plebiscitar el Código Penal. Sin embargo, la expresión más aguda de la tirantez tuvo lugar en Catamarca: hace ocho días, en un pacto con la UCR local, Barrionuevo le arrebató a Massa la presidencia de la Cámara de Diputados. Fue un drama para Scioli: estaba de visita en la provincia, pero, en el tumulto, nadie lo atendió.

Con motivaciones y modales muy distintos, también un sector del Episcopado se muestra más severo con el Gobierno. La dureza desencadenó una controversia en el seno de la Iglesia, que preocupa al Papa. El motivo fue el documento del viernes pasado. Según fuentes eclesiásticas, uno de sus autores, el obispo auxiliar de La Plata, Nicolás Baisi, consultó al Pontífice antes de la votación. Bergoglio se desentendió diciendo que "es una cuestión de la Conferencia". Pero cuando comenzó a circular una versión titulada "Una Argentina enferma de violencia", recibió otra llamada, de uno de sus íntimos, Joaquín Sucunza, auxiliar de Buenos Aires. De la conversación derivó un título más optimista: "Felices los que trabajan por la paz". Cuando hubo que aprobar la redacción completa, 17 prelados votaron en contra. Entre ellos, Sucunza.

El Papa, que ha hecho tantos gestos amigables hacia la Presidenta, ¿está siendo desafiado por una corriente de obispos argentinos? ¿O, confirmando su astucia legendaria, autoriza dos líneas de acción frente al Gobierno, a lo Perón? Las últimas novedades indican lo primero. Bergoglio envió ayer un mensaje cariñoso a Cristina Kirchner a través de un amigo que oficia de intermediario: "Le pido que, si la ve, le diga a Cristina que sigo pensando de ella lo mismo que el último día que hablamos".

La Presidenta está mortificada. "No se puede ayudar a nadie", le atribuyen haber dicho. Y Bergoglio teme que, fortalecidos sus detractores kirchneristas, avancen algunas iniciativas de amigos de la Presidenta, como la despenalización del aborto.

La señal más clara de esta inquietud fue la columna que uno de sus hombres de confianza, el rector de la UCA, Víctor Fernández, publicó anteayer en el diario Página 12, destacando los párrafos de la declaración del Episcopado que coinciden con postulados oficiales. Fernández atribuyó el malentendido a que, un día antes de su publicación oficial, la página web de un "diario opositor" filtró el texto y lo interpretó como un ataque a la Presidenta. En su atolondrado pacifismo, Fernández recurrió a la tesis más a mano: "Clarín miente". No dijo lo que comentan sus amigos: que el responsable de la supuesta filtración e interpretación fue el vocero del Episcopado, Jorge Oesterheld, para quien "el clima de paz y concordia es responsabilidad del Gobierno".

Es inusual que un arzobispo como Fernández aclare un documento episcopal. Su artículo se llamó "La violencia de no saber leer". Se podría haber llamado "La violencia de no saber escribir". Sobre todo porque comienza criticando a los que "se entretienen culpando a los demás"..

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