Por qué Trump

Por Jorge Fontevecchia

El candidato republicano es un bárbaro y los bárbaros “creen que las costumbres de su aldea son leyes naturales y quien no vive como ellos es despreciable y requiere redención o destrucción".

Resulta incomprensible a la distancia que el país idealizado que representa Estados Unidos pueda seriamente elegir un presidente como Donald Trump. O escuchar –con nuestros oídos– lo bélicamente radicalizado de la mayoría de los discursos de la convención del Partido Republicano de esta semana.

El carácter de una nación está también determinado por la geografía. En un país como Estados Unidos, donde las batallas –por lo menos las regulares– nunca se libran en su territorio y es casi inexpugnable por limitar con dos océanos, las guerras hasta pueden ser vistas por aquellos menos sensibles como estimuladores de su economía (en la Segunda Guerra Mundial murieron 50 millones de europeos y 500 mil soldados norteamericanos). Para ellos, la inversión en defensa genera oportunidades para producir saltos tecnológicos: así surgieron tanto Google como las centenas de inventos de la NASA aplicados a la comunicación, la industria, la aviación comercial y el transporte en general. Por ejemplo, suponen que en una eventual guerra pasaría a ser realidad el prototipo que produce electricidad desde el espacio, transmitida a la Tierra como radiación de microondas (la solución de Macri con las tarifas).

Al igual que en la Argentina, la geografía también determina la relación con la inmigración. Más allá de la xenofobia de Trump, a diferencia de Europa, Estados Unidos aún es un país subpoblado, tiene 49 habitantes por kilómetro cuadrado contra más de 200 habitantes por kilómetro de Europa.

Otro punto que llama la atención es el lema de Trump: “Hacer grande otra vez a Norteamérica”, cuando luce más fuerte que nunca en los últimos años porque Europa está todavía atravesando la recesión que Estados Unidos superó hace años, Rusia está sumergida en devaluaciones y crisis económicas, y China enfriando su crecimiento año a año. En su libro Los próximos 100 años, George Friedman escribió: “La cultura de Estados Unidos es una combinación de orgullo exultante y melancolía profunda. El resultado neto es una sensación de seguridad constantemente socavada por el temor a sucumbir bajo capas de hielo derretido por el calentamiento global o a caer en manos de un dios encolerizado por el matrimonio gay”. Y Friedman explica que siempre los norteamericanos fueron nostálgicos de un supuesto pasado más fácil. Aun en la década idealizada de los años 50, cuando salieron triunfantes de la Segunda Guerra y explotó la natalidad con la generación de los baby boomers, también existió esa angustia, y recuerda que el best-seller de aquellos años era The Age of Anxiety (en 1948 ganó el Premio Pulitzer y su éxito motivó una sinfonía de Leonard Bernstein y hasta un ballet ).

Estados Unidos es belicoso, histórica e incrementalmente. La guerra integra su vida cotidiana

 

Siempre prevaleció “un temor continuo de que el poder y la prosperidad estadounidenses son ilusorios y de que el desastre está a la vuelta de la esquina. Esta sensación va más allá de las ideologías”. Lo mismo sucedió durante la Guerra Fría, donde los norteamericanos se sentían continuamente amenazados suponiendo que su ventaja sobre aquella Unión Soviética era mínima, cuando en realidad los rusos nunca tuvieron ninguna posibilidad de triunfar, como luego quedó demostrado.

Rusia nunca tuvo mar y China es el país que Estados Unidos apoyó y apoya para contrabalancear a Rusia. Ninguna potencia podría pagar el costo de controlar los dos océanos sin tener costas sobre ellos, sólo Estados Unidos puede hacerlo y, como siempre será más barato transportar mercaderías por mar que por cualquier otra vía, el control militar de los océanos le permitió a Estados Unidos el control del comercio mundial fijando sus reglas y disciplinando al resto de los países dando o no acceso al comercio global. Nadie en ninguna parte del mundo puede ir por mar a ningún lado si Estados Unidos no lo aprueba, porque la suma combinada de todas las flotas del mundo es pequeña frente a la norteamericana.

Estados Unidos es histórica e incrementalmente un país belicoso donde la guerra integra su vida cotidiana: estuvo en guerra el 10% de la primera mitad del siglo XX, el 22% de la segunda mitad del siglo XX, e ininterrumpidamente desde el comienzo del siglo XXI. Es que la caída de las Torres Gemelas en 2001 marcó el fin del interregno entre la terminación de la Guerra Fría y el comienzo de la guerra contra los yihadistas.

Aunque esta nueva guerra es una consecuencia del terremoto que dejó la implosión de la ex Unión Soviética en la mayoría de la repúblicas musulmanas que incluía Azerbaiján, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguistán, Kazajstán más la interior Chechenia, y países musulmanes vecinos (Afganistán, Pakistán, Irán, Irak, Siria), la diferencia con la anterior guerra es que ésta no tiene como punto de disenso el modelo de economía abierta o planificada del comunismo sino el modelo familiar, esencialmente el papel de la mujer en el mundo. En su Carta a los Estados Unidos en 2002, Osama bin Laden escribió: “Es una nación que explota a las mujeres como producto de consumo o recursos publicitarios para inducir a los clientes a comprarlos. Usan a las mujeres para que atiendan a pasajeros, visitantes y extranjeros, y así aumentar sus márgenes de ganancia. Y luego ustedes se jactan de apoyar la liberación femenina”.

Para el extremismo islámico (no fue muy distinto hace algunos siglos el extremismo cristiano respecto de la mujer), el fuera de la casa es territorio exclusivamente masculino y la mujer sólo debe cuidar del hogar y la descendencia, por lo que toda sexualidad extramatrimonial es subversiva.

El antifeminismo y la xenofobia de Trump comparten conservadurismo con los yihadistas

La guerra contra la modernidad que libra el yihadismo no tiene posibilidades de triunfo duradero, en parte porque la mayoría de los habitantes de los países musulmanes también rechazan vivir en el pasado, pero es Estados Unidos el significante de lo moderno, el blanco más deseado y el encargado de dar la respuesta militar final.

Desde una cosmovisión geopolítica, Estados Unidos es un país muy joven. Así como el 11 de septiembre fue un punto de inflexión histórico, el fin de la Segunda Guerra Mundial fue algo mucho mayor: la terminación de una era, la que se había iniciado en 1492 con el viaje de Colón, que marcó cinco siglos de supremacía europea, y el comienzo de otra con el nacimiento de la era americana.

Con esa perspectiva, Estados Unidos está como España en el siglo XVI, comenzando su primer siglo de vida imperial, predispuesto psicológicamente para la conquista por los triunfos militares previos (en el caso de España era el desalojo de la invasión musulmana de su territorio y la seguridad que le daba el cristianismo). En palabras de Friedman: “Estados Unidos es un país joven y bárbaro, se exalta rápidamente. Esto aumenta su poder ya que le da recursos emocionales para vencer en la adversidad y motiva a los norteamericanos a resolver problemas con arrojo, pero reacciona siempre con exageración”.

Trump encaja en esa idea del bárbaro que da pasos temerarios que podrían hundir a cualquier otra nación pero, con el amplio margen de error que cuenta Estados Unidos por su gigantesca superioridad de recursos, podría darse el lujo de permitírselo. Y, al contrario, Obama, que hizo una gran presidencia recuperando la economía, es visto por muchos norteamericanos como alguien débil, con una política internacional concesiva y, finalmente, como alguien extraño a su cultura decisionista. El antifeminismo y la xenofobia de Trump comparten conservadurismo con los yihadistas.

Trump es un bárbaro y los bárbaros “creen que las costumbres de su aldea son leyes naturales y quien no vive como ellos es despreciable y requiere redención o destrucción. Estados Unidos –remata Friedman– está en la primera fase de su poderío, no es aún cabalmente civilizado. Es un adolescente que pasa del exceso de confianza a la inseguridad. Pero gracias a esa inseguridad es que Estados Unidos generó un esfuerzo y energías arrolladores”.”.

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