El tridente de Lavagna

El tridente de Lavagna

Por: Roberto García. Sueña con “robarse” al radical Cornejo como vice, Lousteau para jefe porteño y Tinelli en Provincia.

Si se queda quieto, se hunde. Si se mueve, se hunde más rápido. Dilema para la estragada humanidad de Macri: no sabe salir de las arenas movedizas económicas y menos sabe cómo aterrizó en ellas. Doble falta, el peor de los mundos, a pesar de haber gastado fortunas de otros en preparar equipos y personajes.

Para colmo, hasta los seres queridos se han deprimido. Ni hablar de los que pensaron en reemplazar su candidatura por la de Vidal, en arrojar un camión atmosférico sobre Dujovne –“es un fracaso, no se cumplieron ninguna de sus promesas” le reclaman–, o en actualizar facturas atrasadas contra Marcos Peña, hasta el momento intocable en el antojo presidencial.

También lo abruma el taladro de los radicales que le demandan medidas sociales que van contra su naturaleza, por ejemplo la chuchería de congelar sesenta precios. Para el ingeniero, esa habilitación fue un chupetín para anestesiar a los rebeldes de la UCR antes de su Convención, mientras en el exterior temen que esa medida sea un cambio de rumbo, una vuelta al populismo.

Un extravío contradictorio, menor, pero cualquier excusa viene bien para desprenderse de títulos y acciones argentinas. También a Macri lo agota esa característica presión de las crisis resumida en la frase: “Hacé algo”, la misma que luego del hecho se transforma en: “Mirá lo que hiciste”.

Cálculos. Ni le alcanza la travesía oral con Duran Barba, antes un remanso de optimismo, hoy baldado por encuestas sepultureras que hace dos meses no imaginaba. Para colmo, levanta reproches: se queja por la minucia de que Macri ignora a ciertos periodistas y le cede reportajes a otros, al tiempo que confiesa su desazón por un eventual naufragio de su plan “retazos”, artimaña electoral diseñada para ganar en una disputada y polarizada segunda vuelta.

Los retazos son grupos minoritarios a las cuales se intentará seducir, sean militares, cooperativos o religiosos, núcleos cuya representación puede sumar medio, un punto o un punto y medio, y cuya suma signifique un paquete de seis o siete: con esa cifra, entienden, el Gobierno puede incrementar el porcentaje de su diferencia con la oposición.

Como la aplanadora de la opinión pública dice que no hay paridad, el plan se derrumba. Disgusto para el infalible consejero que también le atribuye ese vuelco del gentío a obstinaciones varias de su candidato. Como es público, la terquedad se considera una virtud cuando el viento sopla a favor y una condición nefasta cuando el temporal viene en contra.

Fracaso oficial versus exitismo opositor, es un fenómeno que aprovecha Cristina hasta convertirse en best-seller con un libro anecdótico que satisface adicciones de su público luego de la larga abstinencia discursiva que mantuvo la dama. Ella misma lo presentará en la misma Feria del Libro que antes desdeñaba y se proponía suprimir con su colegiado de escribas. Incluye en el texto, como si fuera la inacabada viuda Georgette o tuviera sus Obras completas en la mesita de luz, versos del gran cholo peruano César Vallejo, ropaje atrevido e impostado que también utiliza para presumir el matancero candidato Fernando Espinosa, quien en Animales sueltos se despachó con frases de Pitágoras como si hubiera sido una Biblia para su formación matemática.

Aparta de mí este cáliz. Y también el de Carrió invocando la muerte como un general franquista al referirse a De la Sota con una frase inolvidable cuando trataba de ayudar, en Córdoba, a la candidatura de Mario Negri: terminó por enterrarlo. Al contrario, para sacar debajo de la tierra a Cristina en un medio hostil, el de los empresarios, su principal operador –Alberto Fernández– ha comenzado a realizar encuentros para regresar algunos a su corte y convencer a otros con prejuicios sobre las iniciativas intervencionistas de la viuda.

Siempre desfila en esas conversaciones el nombre de Guillermo Nielsen como un elegido balsámico para cualquier pavor crítico, economista y ex embajador liberal con los K que aparece alabado en el best-seller firmado por Cristina, lo designa como el verdadero y eficaz negociador de la deuda externa en lugar de Lavagna. Parece una jugada atractiva, aunque discutible.

Al mismo tiempo, aparte de la convocatoria a empresarios comprometidos y beneficiados durante la gestión kirchnerista, ahora alejados del Instituto Patria, se supone que existe una odisea superior para Fernández: cruzar el pétreo muro que separa a la ex presidenta del grupo Clarín, ya que ese núcleo dominante dispuso de una influencia superior, decisiva y productiva, cuando el jefe de Gabinete controlaba el picaporte del despacho presidencial.

Ese costado empresario, y la opinión del gobierno de Washington, son los flancos más débiles que ofrece Cristina en su campaña. La reputación no la favorece por el pasado, aunque le cuesta aceptar la exagerada desconfianza por lo que no ha hecho ni anunciado. Mucho más asombro le produce que se diga, a partir del lanzamiento de su libro, que ese material escrito despertó esta semana la inestabilidad cambiaria, hizo subir el dólar y el riesgo país. No se conocen tantos libros con esos efectos.

Ruidos. Como corresponde, en su vecindad, hay quienes imaginan un golpe de mercado preventivo, no contra Macri –hoy el principal afectado– sino contra ella si se confirman los pronósticos que la colocan en la Casa Rosada desde diciembre. Una inclinación conspiradora que, en otro sentido, desde la Casa de Gobierno le endilgan al círculo rojo empresario para apartar a Macri de la candidatura presidencial y reemplazarlo con la gobernadora bonaerense. Eterno sino, argentinos especialistas en complots.

Tan eterno como Duhalde que ha vuelto a la superficie de los medios –siempre considera que la crisis lo reclama como pacificador– para impulsar la postulación de Lavagna y, de paso, si puede y lo consideran las encuestas, ofrecerse como aspirante a la gobernación de Buenos Aires. Su esposa también está en ese trámite, aun con más denuedo: visita distritos, elige aspirantes, nadie sabe el lugar que ella pretende.

El enigmático Lavagna nada dice al respecto, acepta colaboraciones, tropieza con una evidencia: aunque falta para el proceso electoral, la grieta ya se consumó y los principales punteros ya consiguieron ubicación. En lenguaje claro: queda poco para rascar en la cacerola. En silencio, lo subyuga otra alternativa: agregar como número dos en su fórmula al radical Cornejo, a Lousteau proponerlo como candidato a jefe de Gobierno porteño e insistir con Tinelli como aspirante a la gobernacion provincial. De pronto, piensa, se le hace una luz en su camino. Nadie habla todavía de los autores de la operación. La política siempre ofrece sorpresas.

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