Tormenta perfecta en el país de puertas abiertas

Tormenta perfecta en el país de puertas abiertas

El mundo cierra sus puertas y nosotros las abrimos de par en par. En un contexto de baja productividad interna, la voracidad importadora que impulsa el Gobierno de Mauricio Macri agrava, como se verá, la situación de industrias, economías regionales y pequeñas empresas, incapaces de hacer frente a la competencia internacional.

 

La puja libre cambio vs. proteccionismo lleva siglos y la acompaña una paradoja. Países desarrollados como Estados Unidos proponen la apertura comercial al mundo pero cierran las barreras de sus economías, subsidiando la producción propia e imponiendo medidas no arancelarias al resto de las naciones. 

Porque predican el libre cambio pero son proteccionistas en su patria. La política se intensificó desde la asunción de Donald Trump en Estados Unidos y nuestro país la sintió en carne propia: los aranceles impuestos al biodiésel nacional o las restricciones sobre el aluminio y el acero argentinos dan cuenta de ello.

Cerdos estadounidenses

El Presidente Macri abre, entrega y cede: de las 120.000 toneladas de soja a la carne de cerdo que, como nunca en 26 años, se le comprará al país del Norte, una medida que -alertan los productores- podría significar el cierre de 2.000 establecimientos de la industria porcina. Más del 43% de los 4.600 que hay en el país.

De la Argentina que hace más de un siglo se enorgulleció de ser el granero del mundo no queda más que un lejano recuerdo. Bien lo saben los productores del Alto Valle de Río Negro, donde ya cuentan más de 300 plantas de manzanas y peras cerradas. 

Según datos oficiales, al asumir Cambiemos las importaciones de manzanas sumaban 113 toneladas, pero ya en el primer año de gestión saltaron un 2.547%, al importarse 2.992 toneladas. El año pasado, las compras a países de la región totalizaron las 1.089 toneladas, solo entre enero y mayo, lo que implicó un 863% más que en 2015, aunque el dato se discontinuó por “modificaciones” en el sistema de registración.

A la obvia preocupación del sector, el ministro de Agroindustria, Luis Miguel Etchevehere, repite que el libre comercio es la base de la política nacional y que recién en cinco años la situación podría revertirse. “Para entonces, los productores ya habrán desaparecido”, lamentan los rionegrinos.

En palabras del Gobierno, la sequía es la culpable de todos los males en el sector primario. Podría haberlo sido en el siglo anterior, cuando la falta de tecnología desarrollada impedía prever con anticipación fenómenos cíclicos de este calibre. Si la sequía hoy es un problema lo es por la ausencia de un plan estratégico que, como en los países desarrollados, proteja la producción nacional, la estimule con créditos blandos y subsidios, la blinde contra la competencia desleal para que abastezca el mercado interno y nos permita ser el “supermercado del mundo”. Ese que el Presidente declama pero no promueve.  

La patria importadora

El Gobierno no solo abre sus puertas en el sector primario, sino también en las distintas áreas de la industria, donde ya se perdieron más de 67.000 puestos de trabajo desde que asumió Macri.

Durante 2017, por ejemplo, el consumo de bienes manufacturados de origen nacional creció un 1,6% mientras que la importación de productos industriales aumentó un 13,7%.

Las caídas más pronunciadas en el consumo de productos hechos en Argentina se observaron en calzado y marroquinería, donde la baja alcanzó el 12,1%. También se contrajo la actividad dedicada al ensamble de televisores, equipos de audio y comunicaciones, con un derrumbe del 8,9%. En el complejo automotriz-autopartes, en tanto, el descenso fue de 5,9 puntos.

En el rubro textil, el retroceso fue del 7,2% y las prendas de vestir lo hicieron un 5,7%. En este sector, la tormenta fue perfecta: el tarifazo eléctrico para la industria fue de casi 120% respecto a 2017, al tiempo que la nafta súper, principal costo de logística, registró un aumento del 36,9% en la comparación interanual. El combo es letal si a esas variables que comprometen la producción y el empleo, se les suma que en un año la importación de indumentria que hacen las grandes cadenas de supermercados a China e India crecieron un 60%. En un contexto inflacionario en alza y con un poder adquisitivo deteriorado, la producción local es desplazada frente al ingreso de ropa china que en un año anotó una baja en los precios del 6,7%.

En un escenario devaluatorio, con baja productividad y escaso consumo, a la industria nacional se le hace imposible competir contra el mundo, librada a su suerte, sin protección de ningún tipo.  

La última palabra

Advertir que en 2017 el déficit comercial (la diferencia entre lo que se exporta e importa) haya sido el peor en 23 años, con un récord de US$ 8.472 millones y que la tendencia se afiance en lo que va de 2018, porque las cantidades importadas subieron 26%, frente al 3,9% de la producción local, son datos que invitan a la congoja.

Porque somos la patria que en el siglo pasado se autoabasteció de petróleo, combutibles y energía; que sustituyó las importaciones por las industrializaciones de todo tipo, desde el acero a los vehículos; la nación que supo enorgullecerse del Astillero Río Santiago, capaz de construir barcos que en otros tiempos cuidaron los mares y fomentaron la industria pesquera, pero que hoy va camino a la extinción. 

Venimos de un país productivo en el que el desempleo era excepción y hoy es regla.

Ni aquel pasado ni este presente han sido casuales. La voluntad política de antaño se degradó en una sucesión de malos dirigentes, funcionarios necios que prefirieron la entrega a empresarios y monopolios de distinta laya, presidentes que cosecharon riqueza mientras sembraban pobreza, delincuentes que se vistieron de gala para disimular sus crímenes. 

Son ellos los que escribieron este destino. Pero la ciudadanía tendrá la última palabra.

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