En la última década, creció muy fuerte el hacinamiento y la población de villas y asentamientos.
Que la falta de vivienda atraviesa –de distintas maneras, con diferente intensidad– a las clases bajas y medias de la Ciudad, es algo que por repetido no pierde actualidad. En la última década la población se mantuvo estable, en menos de tres millones de habitantes, aunque las viviendas aumentaron un 5,3%. Esto no ayudó a aliviar la situación del más de medio millón de personas con problemas habitacionales. Por el contrario: según el Diagnóstico Socio-Habitacional del Consejo Económico y Social, en ese período aumentó el hacinamiento un 162%, la cohabitación se triplicó (de 44.541 a 116.893 hogares), los inquilinos pasaron de ser el 22,2% al 30%, y la cantidad de personas que vive en asentamientos o villas creció por lo menos un 52% hasta alcanzar los 163.000. Es un cálculo optimista: la ONG Techo dice que superan las 300 mil personas. Los sin techo –quienes ya no pueden pagar ni siquiera el alquiler en una villa– están condenados a peregrinar entre los paradores y la calle.
si creció el número de viviendas construidas pero la gente vive hacinada, está claro que tiene que haber muchas casas desocupadas: unas 340 mil según el Censo 2010.
En la Comuna 8, que integran Villa Lugano, Villa Soldati y Villa Riachuelo en el sur de la Ciudad, la situación es dramática: los problemas de vivienda afectan al 33% de los habitantes. El desalojo del (ahora) ex barrio Papa Francisco –¡ni su nombre lo salvó!– fue una muestra de la encerrona en la que viven los sin techo. La única alternativa que el gobierno les ofrece fue mandarlos a paradores transitorios, una solución de corto plazo y que separa a las familias. La mayoría prefirió volver al hacinamiento en casas de parientes o realquilar a precios astronómicos una pieza en la Villa 20.
Desde muchos sectores se acusó a los ocupantes de haber sido instigados por punteros políticos, que sacaron una tajada importante de dinero con la compra-venta de los lotes usurpados. Lo cierto es que, más allá del origen de la toma, ésta sirvió para que muchas familias aprovecharan la oportunidad para escapar de su condición de inquilinos en la Villa 20, donde pagaban hasta dos mil pesos por una piecita para una familia entera.
En la Villa, la situación tampoco es buena: el 80% de las manzanas no cuenta con conexión reglamentaria al servicio de agua, el 90% de las cloacas conectadas al sistema pluvial son precarias y el 77% está colgado de la luz, según un informe del sitio La Fábrica Porteña. ¿Por qué se paga un valor exorbitante en relación con lo que se ofrece? Porque si alguien no tiene garantía propietaria y recibo de sueldo en blanco es imposible alquilar. Y sólo el 8,7 de la población activa de las villas tiene un trabajo formal.
Otras deudas
En 2005, se aprobó la ley que ordenaba urbanizar las villas, incluida la 20. El predio tomado iba a ser parte de esa urbanización. La ley nunca se cumplió. “Acá se invierte la carga de la prueba: los funcionarios tenían que cumplir una ley para garantizar viviendas dignas y no lo hicieron. Y cuando esa gente, desamparada, viviendo en condiciones paupérrimas, toma un terreno, entonces son los culpables”, dice el legislador de Nuevo Encuentro, José Cruz Campagnoli, golpeado el día del desalojo.
El fenómeno que los urbanistas llaman gentrificación está en su auge en la Ciudad. Los desplazamientos de los barrios siempre se dan de abajo hacia arriba: el Estado invierte en infraestructura en un barrio postergado, sube el precio de la tierra, sube el valor de la renta y los alquileres; los propietarios venden y los inquilinos se van a un barrio más barato. El círculo que comenzó en la gentrificación termina impactando también en los espacios disponibles en las villas, que empezaron a crecer en altura. Simultáneamente, comenzó a desarrollarse un vertiginoso mercado inmobiliario. Los de más abajo, como siempre, son los que pagan el precio de la crisis.
Subejecución
Los números son elocuentes. El porcentaje destinado a las políticas de viviendas pasó de representar el 3,67% del presupuesto en 2008 al 2,56% en 2014.
Y la subejecución fue un comportamiento frecuente. Salvo en 2009 y 2012, el gobierno porteño gastó mucho menos de lo presupuestado: el 67% en 2008, el 64% en 2010 y el 40% en 2011.
El gobierno también fragmentó las políticas de vivienda. El Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC) fue desligando responsabilidades en la Corporación Buenos Aires Sur y en la Secretaría de Hábitat e Inclusión. Esto también se refleja en los números. Si en 2008, el IVCrecibía el 3,65% del presupuesto, en 2014 ese porcentaje se redujo al 1,60%.
Un informe de Nuevo Encuentro señala que entre 2008 y 2013, la Legislatura le aprobó un presupuesto de 223 millones de pesos destinado a la construcción de infraestructura en villas. Es decir, urbanización. Sólo se ejecutaron poco más de 100 millones, el 45% del total. “La inversión por cada habitante de las villas durante esta etapa fue de $514,64, tomándose una población total estimada en 200 mil personas”, indica el informe.
Un desalojo sorpresivo
Tras siete meses de ocupación, negociaciones frustradas e idas y venidas judiciales, el barrio Papa Francisco, donde vivían 700 familias, fue desalojado. Fue por sorpresa. El operativo se realizó en la madrugada del sábado 23 y fue llevado a cabo por la Policía Metropolitana, con el apoyo de la Gendarmería Nacional. La jueza María López Iñíguez dispuso el desalojo luego del crimen de una joven cerca del predio. En un comunicado calificó el accionar de las fuerzas policiales como “exitoso” y destacó que no hubo “pérdidas humanas que lamentar”. En cambio, legisladores de izquierda y kirchneristas denunciaron hechos de violencia y una fuerte represión. Si bien la mayoría de las familias abandonaron el barrio, unas 60 personas continuaban –al cierre de esta edición– acampando frente al predio a la espera de una solución.
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