Todo el power: el plan político de (Alberto) Fernández

Todo el power: el plan político de (Alberto) Fernández

Todos unidos triunfaremos: la prueba ácida de la deuda. Alberto y Cristina: cómo afianzarse sin confrontar. ¿Presidente o primer ministro? El albertismo y 2023.

Por MARCELO FALAK.

¿Qué es el poder? ¿Cómo se lo ejerce? ¿Alguien lo posee realmente? ¿Con cuánta persuasión o violencia hay que actuar para mantenerlo? Esas, y no muchas más, han sido las preguntas que desasosegaron el pensamiento político desde que el ser humano –en la antigua Grecia primero, en el Renacimiento italiano después– puso las supercherías en su debido lugar. La Argentina de hoy actualiza esos interrogantes en un plano más prosaico, dada la decisión de una mayoría social relativa, en octubre de 2019, de dejar su destino en manos de una alianza acaso demasiado heterogénea, en la que, como punto de partida, esa cosita loca llamada poder parecía recaer en alguien que no estaba al tope del ticket ganador. Así las cosas, ¿cuál es el poder del presidente Alberto Fernández y, más importante, a cuál de sus formas aspira?

“Alberto quiere a convertirse en cuatro años en el líder del peronismo”, le dijo a Letra P, antes de aquellos comicios, una fuente muy vinculada al armado del Frente de Todos. La sentencia mantiene vigencia, a pesar de que los plazos se han acortado un poco desde entonces, con una pandemia que dejó en suspenso asuntos incluso más importantes que ese. Pero, ¿cómo lo haría? La respuesta viene antecedida de dos condiciones: el Presidente necesita concretar ese objetivo para que su autoridad no se vacíe antes de tiempo; a la vez, no tiene voluntad personal ni posibilidad política de pelearse con nadie, en particular con su mentora, Cristina Kirchner. Acaso el cierre satisfactorio de la negociación por la deuda implique el renacimiento de un proyecto al que solo se podría arribar por caminos alternativos.

Ese éxito constituyó una prueba ácida para el funcionamiento del mosaico de proyectos, visiones y, ¿por qué no?, intereses que es el Frente de Todos. La iniciativa, el programa y el ejecutor –el ministro de Economía, Martín Guzmán– correspondieron al jefe de Estado, pero todo eso contó con el respaldo de boquilla y hecho de socios como Cristina Kirchner y Sergio Massa, además de un Roberto Lavagna que suma a prudente distancia pública. Todos unidos triunfaremos.

Ese funcionamiento de equipo –por usar una muletilla que, si de deuda se trata, no deje al macrismo fuera del debido recuerdo– no es solo relato de Fernández, sino un dato de la realidad, con el mérito doble de haber concitado consensos en un tema muy propicio para relatos, épicas y visiones contrastadas sobre ese concepto jabonoso que se da en llamar interés nacional. Por otro lado, puso en su lugar justo el valor de los ruidos que ciertos free riders de agenda pequeña meten desde la política, la seguridad, la diplomacia, la economía y los medios.

Esa cooperación supuso la puesta en escena de una realidad en la que todos necesitan de Todos. Fernández tiene un proyecto de poder, pero, a decir de alguien cercano a su pensamiento, “nos tiene prohibido hablar de albertismo para no sumar a las diferencias”. El ejercicio de un poder blando es el camino para llegar a un poder propio.

La aspiración de liderar el peronismo está vigente, pero no consiste en romper con nadie, menos con Cristina, sino en sintetizar posiciones y en acumular poder en base a resultados de gestión.

Pensar ese tema en la Argentina albertista –perdón: fue involuntario– implica deshacerse de modelos prêt-à-porter. Fernández no renuncia a adquirir un margen de maniobra propio cada vez mayor, pero no piensa la relación con su vice como la que, en su hora, planteó Néstor Kirchner con su mentor, Eduardo Duhalde, y, al menos por el momento y a falta de eventos extraordinarios, pierde el tiempo quien chapotee por esos meandros.

El Presidente “se ubica por encima y como elemento de síntesis y coincidencias en un frente que es amplio”, añadió la fuente. “Por eso, en la entrevista del martes (en C5N), después del acuerdo por la deuda, se mostró generoso y mencionó y agradeció a todos los que colaboraron”, sumó.

“La aspiración de liderar el peronismo está vigente, pero no consiste en romper con nadie, menos con Cristina, sino en sintetizar posiciones y en acumular poder en base a resultados de gestión”, definió. Habrá entonces tensiones, marcaciones de cancha, dichos de emisarios y hasta mensajes velados; divorcio, difícil.  

Así las cosas, el “albertismo nonato” es menos una imposibilidad que una entidad que no ha madurado. ¿Lo hará alguna vez? Eso dependerá de dos factores. 

El primero de ellos es lograr la adaptación de un esquema de coalición más bien propio de un régimen parlamentario a una trama constitucional y a una cultura política presidencialistas. Siempre simplificador, Mauricio Macri eludió esa dificultad estableciendo a Cambiemos –luego Juntos por el Cambio, cuando la consigna se reveló un fiasco y mutó en promesa indefinida– como una alianza electoral pero no de gobierno. Tuvo la suerte, claro, de contar con la desinteresada cooperación de la Unión Cívica Radical.

En Todos, Fernández es la figura de consenso, acaso la única posible, entre el kirchnerismo, el massismo y el de por sí multicolor peronismo de las provincias. Casi un primus inter pares, equiparable a un primer ministro pero sin responsabilidad formal ante un parlamento que pueda retirarle la confianza y con el poder de lapicera de un presidente.

La posible maduración de un albertismo depende del éxito, sobre todo económico, de la gestión.

Otra forma de pensar este formato poco tradicional es la del ceo de un directorio de empresa sin mayorías, alguien con iniciativa propia pero que necesita encontrar elementos de síntesis entre los accionistas principales.

El segundo factor del que depende la eventual maduración del albertismo es, por supuesto, el éxito, sobre todo económico, de la gestión.

Resultó elocuente del espacio existente para que el Presidente logre en algún momento liderar el peronismo lo dicho por Massa en una entrevista que concedió el último jueves al canal América, en la cual, sin querer queriendo, se refirió a 2023. Si hay fortuna, Alberto tiene que ser candidato a la reelección, dijo quien, atento a la realidad, dejó sus propias aspiraciones para un futuro indeterminado.

El éxito como condición de posibilidad del proyecto es, hoy, una moneda en el aire. La Argentina bascula entre la oportunidad de un rebote económico considerable en 2021 y una siempre acechante tormenta perfecta, hecha de tensiones cambiarias, presiones inflacionarias e inquietud social. No hay término medio. El veloz empinamiento de los tipos de cambio paralelos del cierre de la semana, que se devoró con creces la retracción inmediatamente posterior al acuerdo sobre la deuda, constituyó un poderoso recordatorio de las acechanzas que persisten.

Por otro lado, el suceso no se juega en una mesa de cartas. Aunque cierta corriente de análisis a veces lo olvide –siempre es más fácil meterse en tres o cuatro cabezas que en millones–, la política argentina es intensamente democrática, no una decimonónica de notables. El éxito, entonces, no depende solo de alcanzar ciertos objetivos, sino de la validación de estos por parte de una sociedad de tradición indómita. Esa rebeldía, para colmo, ha alcanzado un nivel que por momentos parece adolescente: en medio de cifras de muertos por covid-19 impensadas hasta hace poco, la piel de un segmento considerable de argentinos parece estos días empetrolada de indiferencia. No son los imposibilitados de trabajar debido a la cuarentena agujereada quienes llenan calles, bares y lugares varios de recreación sino, curiosamente, quienes, no teniendo esos dramas, impostan la voz de aquellos.

Esos sectores hacen la suya y todos los liderazgos –el de Fernández, sí, pero también el de Horacio Rodríguez Larreta, el de Axel Kicillof y siguen las firmas– resultan pasados como alambre caído en la cuarentena de cartón pintado.

Atención a este punto: el escenario de diez mil contagios diarios, tirado a la marchanta en algún programa de TV donde se festejan a puño apretado las décimas de rating, equivale, con la letalidad del SARS-CoV-2 criollo, a una promesa de 200 muertes. El desastre brasileño, con su sostenido promedio de 1.000 decesos cotidianos, quedaría, en tal escenario, muy a mano de una sociedad que es un quinto de la del vecino.

Gobernar la Argentina que viene será todo un desafío.

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