Un tiempo de temores y atropellos

Por Eduardo Van Der Kooy

Es la segunda ocasión durante este año que Cristina Fernández estaría atemorizada. Hace esfuerzos, no siempre redituables, para disimularlo en público. La primera vez sucedió durante el verano a raíz de la corrida del dólar y la inflación. Saldó el problema, por unos meses, con una dura devaluación que ejecutó el ex titular del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, con el aval de Axel Kicillof. La economía y el dólar continúan hoy a la deriva. Pero desde julio se agregaron la pelea con los fondos buitre, el default parcial y el desacato que dictaminó el juez de Nueva York, Thomas Griesa.

La Presidenta hizo del lema “Patria o buitres”, desde entonces, su bandera política dilecta. Con ella corrió a casi todo el arco opositor, confundido y acorralado ante ese tema. Aunque, al parecer, no habría calibrado adecuadamente la escalada que podría adquirir el conflicto. No le importaría sólo el impacto sobre la realidad económica y social.

Empezaría a temer por la ofensiva de los buitres en el mundo, husmeando las huellas del dinero disponible del Estado argentino y, en especial, de las rutas clandestinas que se adjudican al empresario kirchnerista Lázaro Báez. Presume que podría tratarse de una extorsión y no estaría equivocada. Los buitres son así. Pero no tendría por qué inquietarse si las cosas públicas –también las privadas– estuvieran en orden.

Ese sería el auténtico problema. Cristina se estremeció meses atrás cuando un juez de Nevada, Cam Farenbach, convalidó una denuncia de los fondos buitre sobre la existencia 123 empresas fantasma que asociaron a Báez y por las cuales habrían circulado unos US$ 65 millones. La última semana se divulgaron nuevas pistas. Incluirían depósitos en tres bancos, de Liechtenstein, Zurich y Ginebra. Ninguna de las cuentas fue identificada. Pero el representante legal de los buitres sostuvo que había más información que sería divulgada en su momento. Además de los bancos, se publicitó un mapa con el circuito que habría seguido aquel dinero kirchnerista. Figura, entre varios paraísos del dinero negro, la isla de Seychelles, en el océano Indico. Por allí tuvo un paso polémico la Presidenta –dos días según la versión periodística; trece horas según el Gobierno– en agosto del año pasado, luego de una visita a Vietnam.

Pudo ser pura casualidad.

Quizá también lo haya sido aquella bruta embestida kirchnerista contra Juan José Campagnoli. El fiscal investigaba algunas de las rutas de Báez. Fue separado de su cargo, estuvo siete meses suspendido pero el Tribunal de Enjuiciamiento al que fue sometido por supuesto mal desempeño, no logró mayoría para tumbarlo. Un fracaso que la procuradora, Alejandra Gils Carbó, todavía está explicando.

La promesa buitre sobre futuras novedades sería lo que tendría a maltraer el ánimo de Cristina. Fuentes que siguen muy de cerca el episodio afirman que entre aquellas sociedades fantasma aparecería una docena de veces un apellido Kirchner.

¿El de Néstor, el de ella, el de Máximo, su hijo, el de Florencia, su hija, o el de Alicia, la ministra de Desarrollo Social?

Todas las presunciones señalan a Máximo. Ese rumor intenso habría en las últimas horas filtrado los muros de la Casa Rosada y de Olivos, como la humedad.

La cuestión, si llegara a corroborarse, sería de una dimensión y una gravedad política mayúsculas.

La ruta clandestina del dinero no pertenecería sólo a Báez. Ni quedaría circunscripta, a lo mejor, a sus viejas andanzas en Santa Cruz, desde que en los 90 el matrimonio se adueñó del poder en la provincia.

La angustia kirchnerista de que pudieran ventilarse cuestiones inconvenientes estaría siendo acicateada por la historia. Los fondos buitre pleitearon una década con las autoridades de la República Democrática del Congo, en Africa, también por un impago de bonos en default. Aunque por un monto bien menor a los US$ 1.700 millones que le reclaman ahora a la Argentina, amparados en el criticado fallo de Griesa. El NML de Paul Singer, uno de los fondos que acosa a la Argentina, reclamó mucho tiempo en vano al gobierno congoleño hasta que decidió seguir un hilo conductor de corrupción.

Descubrió en el hijo del presidente Denis Sassou Nguesso una vida suntuosa y algún patrimonio fuera de su país que no podía justificar. Bastó que algunas de esas cosas boyaran en la superficie para que Sassou Nguesso recurriera a un acuerdo confidencial con los buitres. A estos dejó de interesarles, de inmediato, la corrupción. Así de inescrupulosos son.

Cristina estaría barruntando la posible intervención de algún fiscal estadounidense que pueda promover la profundización de la ruta clandestina por supuesto lavado de dinero. Una figura que, cuando se aplica, posee un enorme peso jurídico y legal (hasta 20 años de prisión) contra aquellos que son considerados responsables. Recién ahora podrían empezar a interpretarse quizás de modo correcto las advertencias que la Presidenta formuló la semana anterior. Aquella sonada frase acerca de que “si me pasa algo, miren al Norte. No miren a Oriente”. El sentido periodístico inicial vinculó ese dicho a una hipotética amenaza de muerte contra ella. Cristina había insinuado algo similar en la ONU respecto de intimidaciones del Estado Islámico sirio-irakí (ISIS), que decapita rehenes de Occidente. El Departamento de Estado desechó las conjeturas por “inverosímiles”. Jorge Capitanich, el jefe de Gabinete, ajustó un día después la mira K al afirmar que “el Norte es grande”. Despegó así al poder formal de Washington. Casi sin margen a dudas, aquellas denuncias presidenciales de prevención habrían tenido que ver con las potenciales indagaciones de los buitres y no con otra cosa.

Quizás esa situación es la que mantiene siempre en vilo el humor de Cristina. Sus oscilaciones serían notorias. El papa Francisco, en su última audiencia de septiembre en Santa Marta, la habría notado muy suelta – monopolizó el diálogo entre ambos– aunque exuberante e inquieta por el conflicto con los buitres. Aseguran que habría querido arrancarle a Su Santidad algún respaldo expreso sobre el tema antes de su discurso ante la Asamblea de la ONU.

“Utilice el texto Evangelii Gaudium. Allí la Iglesia dijo todo ”, le sugirió Jorge Bergoglio, en referencia a su primera exhortación apostólica después de asumir su papado.

Alguno de los escasos funcionarios que la ven en Buenos Aires, en cambio, susurran que en esta época acostumbra a estar de mal talante. Que reacciona por cuestiones inverosímiles. Se desbordó días atrás por una nota que publicó su ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández, titulada “La política en tiempos de cólera”. Tanta fue la ira que en un acto por cadena nacional repitió varias veces que no estaba enojada. Aunque su rostro y sus gestos traslucían lo contrario.

¿Habrá sido uno de esos brotes el que la impulsó a ordenar a Martín Sabbatella, el titular de la AFSCA, a rechazar el plan de adecuación delGrupo Clarín, por la ley de medios, y anunciar el posible desguace de hecho? El cronograma, hasta 48 horas antes, se venía desenvolviendo con cierta normalidad. Pero esa apariencia voló repentinamente por el aire. Coincidencia o no, horas antes había trascendido el anticipo sobre las nuevas revelaciones que los fondos buitre parecen dispuestos a formalizar por goteo sobre la ruta clandestina del dinero K.

Visto en perspectiva, todo el prolongado proceso de la ley de medios constituyó casi una ficción a la que se vio forzado el kirchnerismo. Debió aceptar el tránsito por el Congreso y la posterior disputa en la Justicia porque no tuvo más remedio. Hizo ese recorrido, sin embargo, sembrando con astucia cierta paparrucha intelectual. Creyó tener las manos libres cuando, luego de la derrota electoral en el 2013, una mayoría de la Corte Suprema le dio la razón. Nunca imaginó la presentación del plan de adecuación del Grupo Clarín exigido por la ley. Pero el epílogo parece un calco del punto de partida: la meta consiste en desarticular a esa empresa de comunicación, a la que visualiza como verdadera culpable de su irreversible salida del poder el año próximo.

Dicha alucinación tendría verdadero anclaje en el relato. La influencia del relato tomó tanto vuelo que ha terminado por confundirse con la realidad. Esa patología política produjo un paulatino divorcio del kirchnerismo con la sociedad y hasta trazó imágenes grotescas. Cristina apareció la última semana hablando sobre la pluralidad de ideas y libertad de expresión con Vladimir Putin. En el 2007 soñaba con el modelo alemán de Angela Merkel. Putin es un líder implacable en muchos sentidos.

También con el periodismo.

Ejerce incluso controles férreos sobre el uso de Internet. Un blogero que denunció casos de corrupción recibió hace poco una condena de cinco años de prisión.

Cristina pareciera sentirse a gusto con Putin. Aunque esperaría de él, en este presente económico de crisis, algo más que el aporte de una señal de TV rusa para difundir en la Argentina. Aquella comodidad tendría otros puntos de semejanza. La Presidenta omite a la oposición y se vale de la mansedumbre pejotista para sancionar en el Congreso un montón de leyes, alguna de las cuales tendrá vigencia recién cuando concluya su mandato. No da la sensación que atraviese su último año de Gobierno ni que entienda este tiempo de transición.

Se comporta como si fuera irreemplazable, igual que Putin.

Con vida eterna en el poder. Seguiría escribiendo, al fin, otra historia inexistente.

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