La suerte de Fernández

La suerte de Fernández

Por: Jorge Fontevecchia. La suerte de los presidentes sudamericanos siempre está echada sin su conocimiento. Nadie la sabe y solo a posteriori se la puede explicar. 

Como Sudamérica es exportadora de materias primas e importadora de capital, cuando el precio de lo que exporta es alto y lo que importa, bajo, todas las economías de la región crecen, y sus gobernantes, sean de izquierda o de derecha, continúan en el cargo o pueden elegir a su sucesor, y cuando el costo del capital aumenta y el precio de las materias primas baja, todos los oficialismos pierden el poder, como a lo largo de los últimos sesenta años, ya sea por golpes ilegales, legales (impeachment) o elecciones.

La autora del libro The Politics of Market Discipline in Latin America, Daniela Campello, y el autor de Partisans, Antipartisans and Nonpartisans, Cesar Zucco, ambos profesores de la Universidad de California, lo explican en el libro que será publicado por la Universidad de Cambridge titulado The Volatility Curse: el voto respuesta al bienestar material es uno de los fenómenos más regulares observados por la ciencia política, registrado en casi todas las democracias del mundo. Para medir esa regularidad con sus consecuencias electorales, construyeron una especie de “algoritmo de la felicidad sudamericana” que combina la coincidencia de altos precios de commodities y bajos costos de la tasa de interés, o lo contrario.

Midieron que cuando el desvío es favorable, por arriba del promedio en el gráfico que acompaña esta columna, un candidato del oficialismo obtiene un 13% más de votos, y sus posibilidades de ser reelecto son un 35% mayores. “En Sudamérica somos todos –sostienen– exportadores de productos primarios: cobre, petróleo, soja o hierro, entre otros. Y a la vez, somos todos países de bajo ahorro interno, por eso dependemos del financiamiento externo. Esa característica estructural que varía poco a lo largo del tiempo nos diferencia de otras economías emergentes, como las asiáticas, que exportan productos de alto valor agregado y tienen elevadas tasas de ahorro interno. Incluso nos diferencia hasta de México y de otros países centroamericanos que exportan productos de bajo valor agregado (las maquilas) y reciben dólares de las remesas que los inmigrantes en Estados Unidos envían a sus familias en forma de ahorro local”.

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Ese repetitivo ciclo sudamericano es “la maldición de la volatilidad”. A partir de 2003, un escenario extremadamente favorable para Sudamérica permitió en todos los países una aceleración del crecimiento con una reducción de la pobreza en gobiernos de ideologías opuestas, como la derecha de Alvaro Uribe en Colombia o la izquierda de Hugo Chávez en Venezuela. Y lo inverso: cuando ese ciclo finalizó en 2011, países con gobiernos de ideologías diferentes padecieron igual deterioro: “En Ecuador el crecimiento del PBI pasó del 4,8% anual entre 2004 y 2011 a solo 0,8%. En Perú la caída fue de 6,5% de crecimiento anual a 3,5%. En Chile, de 4,8% a 2,3%. En Argentina, de 8,7% de Néstor Kirchner a 4,3% y 1,2% de Cristina Kirchner, más Macri sin crecimiento. En el exitoso Uruguay se pasó de un crecimiento anual de 6% a 2%, explicando las dificultades para ser reelegido que tiene un candidato del Frente Amplio”.

Lo mismo sucedió en el ciclo anterior de bonanza: Carlos Menem en Argentina y Fernando Henrique Cardoso en Brasil, gracias a las mejoras económicas de comienzos de los años 90, pudieron modificar las constituciones de sus países para hacerse reelegir, mientras que en Perú Alberto Fujimori directamente pudo hasta cerrar el Congreso para seguir en el poder una década.

Y lo mismo se repite en las dos décadas anteriores: la de los años 1970 y 1960, nada más que en aquellos tiempos en que hubo alternancia entre dictaduras militares y democracias, ante un prolongado ciclo económico malo, si había democracias venían dictaduras, o si había dictaduras, se recuperaban las democracias.

En las últimas décadas hubo “miniciclos” de caída del precio de las commodities y aumento de la tasa de interés que los argentinos en particular podemos recordar bien, y, aun siendo menos prolongados, se perciben claramente también en el gráfico que acompaña esta columna: la crisis de 2001 y la del Tequila en 1995. Pero ahora estamos viviendo el tercer ciclo prolongado desfavorable para las economías sudamericanas, comparable con los de los años 1980 y 1970. Para Campello y Zucco, “no es necesario recurrir a teorías conspirativas para comprender mejor qué hay en común entre las crisis que vienen ocurriendo en Sudamérica” con gobiernos de signo ideológico contrario como el de Evo Morales y Sebastián Piñera. “Las teorías conspirativas –concluyen– no solo dificultan la comprensión del período que atravesamos, sino que agudizan los conflictos y la polarización, en un momento de fragilidad estructural en el cual situaciones banales pueden gatillar eventos extraordinarios”.

El elector deposita correcta o incorrectamente la responsabilidad por su bienestar en los presidentes, pero lo que determinará su suerte son variables exógenas fuera de su control. Ojalá Alberto Fernández tenga suerte y le toque protagonizar un nuevo ciclo de crecimiento regional. Que sea alguien como aquellos a quienes Napoleón elegía para ascender a generales, preguntando si tenían suerte, es decir, si habían ganado batallas. Lo único que a él le importaba, como a los votantes.

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