Servicio Penitenciario: cómo terminar con las prácticas donde hay gato encerrado

Servicio Penitenciario: cómo terminar con las prácticas donde hay gato encerrado

La fuga de los condenados por el triple crimen de General Rodríguez dejó otra vez al descubierto el oscuro submundo penitenciario, lleno de sospechas pero carente de esclarecimientos sobre presuntas prácticas corruptas. ¿Hay una solución?

Las fugas de los hermanos Christian y Martín Lanatta y de Marcelo Schillaci del penal de General Alvear volvió a poner al Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) en el centro de la escena. Los condenados por los asesinatos de Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina eran los presos que nunca se podrían haber escapado; sin embargo, lo hicieron con insólita facilidad. Todos coinciden: la corrupción, dentro y fuera de la unidad, tuvo mucho que ver con la huida. 

“Es un quilombo que trasciende las gestiones”, dicen hasta funcionarios de Justicia. La nueva gestión promete accionar con mano firme, como lo dijo la gobernadora María Eugenia Vidal. Sus antecesores también lo intentaron, pero los resultados están a la vista. Entonces, ¿quién le pone el cascabel a un gato travieso, del que todos conocen las andadas pero al que nadie puede adiestrar? 

CADA UNIDAD, UNA ISLA

Quienes conocen en detalle al SPB lo sindican como “insular”, alejado cada vez más de la órbita de control del Poder Ejecutivo; porque cada unidad penitenciaria se maneja por autocontrol en financiamiento y funcionamiento. Esto facilita la corrupción. “Nadie le controla nada a nadie, y no funciona Asuntos Internos”, asevera un diputado provincial que sigue de cerca los temas penitenciarios y de seguridad.

El sentido de la lógica insular no permite el lío, y eso hace que los jefes de los penales busquen tener a los presos tranquilos, aun con usos de dudosa licitud, como el de las pastillas tranquilizantes. “Cuando un penal aparece en Crónica TV, que es el canal que es-tá puesto en todas las cárceles, el jefe es cadáver. Si hubo lío, todos saben que lo van a sacar, y si permanece un tiempo en el cargo, los propios agentes lo sindican como pollo al spiedo, porque da vueltas pero está muerto y a punto de ser comido”, agrega un conocedor de los pasillos intramuros.

“Una cárcel es una ciudad donde se negocia permanentemente hacia dentro y hacia fuera. Es una negociación permanente por todo lo que implica administrar una ciudad y mantenerla en calma; y eso lleva a que existan todas estas cosas, que se conocen y no son justificables pero son difíciles de erradicar”, aporta un funcionario provincial en diálogo con La Tecla. 

La trilogía de poder en la cárcel la tienen el jefe de la unidad, el segundo jefe y el jefe de requisa. Este último es el que cuida las espaldas del titular puertas adentro; es quien toma permanentemente la temperatura del penal; debe evitar las revueltas y anticipar si se generan movimientos extraños que puedan alterar el orden establecido, violento pero establecido al fin.

El subjefe, en tanto, es el encargado de los proveedores. Por él pasan la co-mida, los vales de nafta y la caja chica para reparaciones. También suele manejar la junta evaluadora que determina libertades condicionales y beneficios, como caer rápido en el pacífico pabellón de evangelistas. 

Adentro se cotizan a precio de oro la droga, los cigarrillos, las tarjetas de teléfono, las pastillas y, principalmente, las comodidades en las celdas. Cuanto más lejos está un calabozo del puesto de guardia, más “prestigio” tienen sus ocupantes. 

“El ‘alquiler’ de una celda en un pabellón VIP puede rondar los 3.000 pesos”, cuenta con temor un agente penitenciario, como si hablara de una suite en un hotel de prestigio.

Uno de los temas de corrupción ex-terna son las interrelaciones que cada unidad puede establecer con sectores policiales de la zona. Las denuncias sobre presos que saldrían a robar en zonas liberadas son añejas. 

Estudios de abogados en connivencia con juntas evaluadoras que permiten morigerar, conmutar penas o lograr libertades asistidas (que es la práctica más corriente), también son parte de ese combo de irregularidades del mundillo penitenciario.

Si todo se compra y todo se vende, ¿quiénes se quedan con los usufructos? Todos los caminos parecen conducir 

a Roma, pero nadie descubre Roma. ¿Podrá Fernando Díaz, el nuevo jefe del SPB, hacerlo ahora, tras su primera experiencia en el gobierno de Felipe Solá? Por caso, en su anterior gestión, una revuelta en Magdalena produjo una de las peores tragedias carcelarias, y las denuncias por malversación de fondos con la comida en diferentes unidades pusieron al por entonces jefe del servicio en el ojo de la tormenta.

¿se puede?

Pese a los años que la práctica non sancta lleva enquistada, entendidos en materia penitenciaria se permiten cierto optimismo, si es que alguien toma la decisión política de mejorar algo. 

“El primer paso debe ser una auditoría interna, con una intervención de cada unidad penitenciaria”, sentencia uno 

de ellos, tras pedir reserva. De inmediato pone como ejemplo a seguir la intervención que León Carlos Arslanián hizo cuando llegó al Ministerio de Seguridad bonaerense, en su primera incursión al frente de esa cartera. 

Arslanián mandó a cada departamental una comisión tripartita, integrada por un interventor civil, un comisario de jerarquía menor y un contador o auditor. Tomó el ejemplo del alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani. 

La jugada no está exenta de “devoluciones”. Aquella política del ex ministro significó sacar de carrera a dos promociones seguidas de comisarios, con la intención de renovar a la Policía con jefes presuntamente incontaminados de prácticas nocivas. Eso permitió la formación de “Los sin gorra”, y dejó mano de obra desocupada, que en muchos casos se dedicó a agencias de seguridad privada.

A pesar de los efectos colaterales que podría tener, el sistema es factible de ser aplicado en el Servicio Penitenciario. Un dato para nada menor es que los guardiacárceles también suelen ser víctimas de la corrupción superior. 

“El de abajo no es el que recibe los mejores beneficios y, además, necesita dignidad en el trabajo, vive prácticamente en las mismas condiciones que los presos, en los mismos pasillos, con la misma humedad, con el mismo olor, y también calienta el agua con un cable”, señala el mismo especialista.

Menos optimista, para un ex funcionario judicial de la anterior gestión “la connivencia entre los presos y los penitenciaros es muy difícil, y hay pudredumbre de 40 años; algunas cosas se cortaron pero otras siguen, y no las vas a cortar haciéndote el Rambo”. Se refiere a que algunos de los anuncios de la Gobernadora pueden alterar más la situación, como la promesa de instalar inhibidores de celulares y la declaración de la emergencia, a la cual los agentes penitenciarios le temen. 

LA NUEVA IMPRONTA

La Tecla intentó comunicarse con Carlos Mahiques, pero el ministro de Justicia evitó hablar del tema. De todos modos, fuentes del gobierno bonaerense ratifican que la intención es “ir con todo” para depurar el sistema.“Hay una impronta muy fuerte de cortar con todo esto, y se va a comenzar con un férreo control hacia dentro de los penales”, sostienen en el macrismo. 

"Se va a establecer un sistema de premios y castigos; “pero también es esencial mejorar las condiciones de trabajo y los sueldos”, reconocen. “Ir contra la corrupción del Sistema Penitenciario es prácticamente el eje de gestión de Mahiques”, fue una de las pocas respuestas oficiales de parte del ministerio. 

Las esperanzas sobre Fenando Díaz se centran en su experiencia, pro no deja de ser un miembro de pasadas administraciones que al entender de Cambiemos han fracasado. El Servicio Penitenciario ha quedado en el centro del escenario, ya no sólo por presuntos hechos de corrupción sino también por sospechas de entrar en un juego político poco claro.

En este panorama, la gobernadora María Eugenia Vidal decretó la emergencia del Servicio Penitenciario Bonaerense. Nuevamente salen a la caza del gato travieso. ¿Podrán ponerle el cascabel esta vez?

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