El sector vitivinícola enfrenta el peor momento de los últimos 20 años

El sector vitivinícola enfrenta el peor momento de los últimos 20 años

El consumo de vino en el país se desploma y padece la máxima caída en más de dos décadas. Se registró la mayor baja histórica de exportaciones, con un récord de productos importados. Productores y bodegueros reclaman medidas para ganar competitividad.

 

Cuando Cambiemos tomó las riendas del país, se esperaba que uno de los principales efectos virtuosos de las modificaciones del modelo económico fuera una mejora en la competitividad de las diferentes economías regionales.

Transcurrido un año y medio, el sector vitivinícola no se vio favorecido con las decisiones económicas del gobierno de Mauricio Macri. Por el contrario, está siendo afectado por la recesión económica generalizada, la pérdida de competitividad, el incremento de los costos de producción y la avalancha de importaciones.

Según datos publicados recientemente por el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), abril fue el peor mes en lo que va del año. El consumo interno se derrumbó un 16,9%, frente a igual mes del año pasado. En botella, cayó aún más, un 17,4%, mientras que en tetra brik la baja fue del 16,7%.

Así, entre enero y abril, el consumo interno acumuló una baja del 13,1% contra igual período de 2016. Es el cuatrimestre de mayor caída desde 1995, es decir, hace más de 20 años que no se registraba un comienzo de año con un consumo tan bajo. Para tratar de aproximarse más en el tiempo a números tan preocupantes hay que remontarse al año 2004, cuando el consumo interno se redujo un 8,7%.

A las referencias en cuanto a la baja del consumo hay que sumar que en lo que va de 2017 la exportación de vinos acumula una disminución del 9,1%. Y, como si lo reflejado fuera poco, en el primer trimestre de este año las importaciones superaron en cantidad a las que se registraron en el acumulado de los últimos seis años.

“Un momento muy complicado”

Juan Vizcaíno, productor de la zona de Cerro Blanco (San Juan), señaló a este medio que “el problema es lo que está ocurriendo con muchas economías regionales: tenés inflación y un dólar parado, y a eso hay que sumarle la caída de la producción. Hay muchas menos uvas que hace un año, es un momento muy complicado el que estamos atravesando”.

“Con los incrementos de las tarifas y los combustibles hemos perdido rentabilidad, los ingresos no aumentan y los costos son cada vez más altos”, sostuvo.

Por su parte, Sergio Villanueva, gerente de la Unión Vitivinícola Argentina (UVA) explicó que “cae el consumo de todas las bebidas, pero nuestra situación es muy complicada. Tenemos un segundo año con baja producción, alto costo de la uva y una situación difícil del consumidor. Estamos muy preocupados y trabajamos en planes de competitividad para poder bajar los costos”.

Desde el sector han planteado al Gobierno que colabore en varios puntos para poder mejorar las condiciones de competencia. Algunas de esas alternativas son los reintegros de un porcentaje del arancel que se paga por las exportaciones, la implementación de algún sistema para aliviar el costo de los fletes y un acuerdo para permitir que, hasta los $8.000 de salario, la contribución patronal se convierta en un bono para pagar IVA y Ganancias. Sin embargo, hasta el momento los pedidos no han sido escuchados.

Desde la Coviar (Corporación Vitivinícola), su gerente general Carlos Fiochetta indicó que “no hubo caídas tan abruptas en más de 20 años por lo menos, en períodos de tiempo tan cortos. Lamentablemente vemos que aún no encontramos un piso, seguimos cayendo”.

Al panorama económico negativo deben sumarse las condiciones climáticas desfavorables para la cosecha en los últimos meses, que no han hecho más que agudizar la crisis que atraviesa el sector. Donde más se ve reflejada esta situación es en el abandono de viñedos por parte de los productores de menor escala, lo cual trajo aparejada una disminución en las proyecciones de cosecha y la pérdida de puestos de trabajo.

Se estima que hubo una caída del orden de los $3.000 millones de facturación de la industria vitivinícola con respecto a la de hace dos años.

Los números que marcan la crisis

- 30 años: hacía que no se registraba una cosecha tan baja como la de 2016.

- 12%: menor a la del promedio de la última década sería la cosecha de 2017.

- 13,1%: bajó el consumo entre enero y abril, contra igual período de 2016. Es el cuatrimestre de mayor caída desde 1995.

- 16,9%: se derrumbó el consumo en abril. El peor mes en lo que va del año.

- 4 veces: cayó el consumo de vino con relación a la cerveza el último año.

- 27%: cayó la producción de UVA en 2016.

- 12.000: hectáreas se perdieron.

- 9,1%: disminuyó la exportación de vinos en el inicio de 2017.

- 2017: es el año de mayor cantidad de importaciones (superando a las que se registraron en el acumulado de los últimos seis años).

Pronóstico oscuro: retroceso en la producción y un panorama poco alentador

Las proyecciones para 2017 no contienen números que indiquen una recuperación para el sector. Esta realidad se hace más compleja teniendo en cuenta la magra cosecha generada a lo largo de 2016.

Un dato sintomático de la realidad que viven los productores de vino es que existe una merma en el rendimiento de las cuatro principales provincias productoras de la vid. En especial Mendoza, que representa un 76,3% del total de ventas, y registró en 2016 un derrumbe del 7,38%. Mientras que San Juan, que posee un 18,6% del volumen comercializado, mostró un descenso del 8,4%.

Según datos del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), la cosecha de 2016 fue la peor en más de 30 años. 

De acuerdo al análisis realizado por el Observatorio de Políticas Públicas de la Universidad de Avellaneda (Undav), “los expertos del sector atribuyen la caída al alto grado de abandono de muchos viñedos, que necesitan inversión y cuidado constante para poder mantener una productividad acorde. Esto tiene lugar por el incremento de los costos, debido al constante aumento de los servicios públicos y los precios en general, la baja del consumo de vino en un mercado interno deprimido y con mayor competencia de bebidas alcohólicas alternativas, con la consecuente pérdida de rentabilidad de los pequeños y medianos viñedos, muchos de los cuales se originan a partir de emprendimientos familiares”.

La industria vitivinícola representa entre 55.000 y 60.000 puestos de trabajo estables, a los que se suman de 45.000 a 50.000 trabajadores que se desempeñan de manera temporaria, como los cosecheros, que son los primeros en sufrir los ajustes laborales.

Durante 2016, como producto de una mala cosecha, altos costos de transporte, combustibles y energía, muchas fincas se vieron obligadas a recortar personal. Esta situación fue reflejada por Juan Vizcaíno, quien explicó: “Nosotros tenemos una parte de personal permanente y otra que es temporaria. Lo que hemos hecho es achicar la parte de personal temporario”. 

Esta situación es una opción que utilizan muchos propietarios de distintas fincas que hacen un esfuerzo para no desprenderse de personal calificado y con mucho tiempo de trabajo en el rubro.

Eduardo Sancho, titular de Fecovita, entidad que reúne a unas 29 cooperativas productoras de vino de Mendoza y San Juan, indicó: “En 2017 esperábamos una recuperación mucho más importante, pero por razones climáticas y por el abandono de viñedos producto de la crisis económica, nos encontramos, terminada la cosecha 2016, con un nivel más bajo de lo normal”.

“De contar hace años con un excedente muy fuerte y un precio del vino muy bajo, nos hemos tenido que adecuar a encontrarnos en 2016 con la cosecha más baja de los últimos 30 años”, dijo Sancho.

Las proyecciones no contienen un panorama promisorio para el corriente año. En el mejor de los escenarios, se espera alcanzar el mismo nivel de producción que en 2015. Según datos elaborados por la Undav, “se prevé una cosecha un 12% menor a la del promedio de la última década”.

Importaciones sin freno

La aceleración en el ingreso de vinos desde el exterior, una variable con la que no estaban acostumbrados a lidiar los productores vitivinícolas argentinos, comenzó a transformarse en una problemática y, desde fines de 2016, registra una marcada aceleración.

Históricamente, las importaciones representaban un segmento muy pequeño dentro del mercado. Sin embargo, entre diciembre de 2016 y marzo de 2017 se importaron vinos por valores que alcanzaron los 30 millones de dólares. 

Incluso, el primer trimestre de 2017 superó el pico histórico de importaciones del año 2010, el cual había ascendido a los 22 millones de dólares. Antes de la apertura importadora provocada por el gobierno de Mauricio Macri, los ingresos anuales se mantenían en un promedio de cinco millones de dólares.

Además, si se toman como referencia las cantidades, en los primeros cuatro meses de 2017 se importaron más vinos que en los últimos seis años (período 2011-2016), superando las 30 toneladas. Lo importado durante cualquier mes del último cuatrimestre supera a lo ingresado usualmente en todo un año.

Los principales lugares de origen de los vinos extranjeros son Chile, España y Sudáfrica. La importación de vino chileno empezó a sentirse fuerte desde finales del año pasado y ya empieza a observarse su presencia en las góndolas y las mesas de los argentinos. En dos clásicos como los tetra brik de Termidor y Uvita, ya se puede observar la etiqueta que indica: “Procedencia Chile”.

Como contrapartida, continúa profundizándose la merma en las exportaciones. Mientras que en el primer trimestre de 2015 se exportaron vinos por un valor superior a los 200 millones de dólares, en 2016 la exportación se redujo a 186 millones y en 2017 lo vendido al exterior alcanzó los 161 millones de dólares (13% menos que en 2016 y 20% menos que en 2015).

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