Los Rolling Stones desataron su contagiosa fiebre en la Ciudad

Los Rolling Stones desataron su contagiosa fiebre en la Ciudad

Imparables con 70 años, los ingleses causaron delirio en la comunidad stone con un recital que pasó las dos horas.

Desde 1990, lo que era solo fanatismo mutó en algo distinto, una cultura, una forma de vida: y desde entonces, cada visita de los Rolling Stones a nuestro país (desde anoche son cuatro) se convierte en una especie de una misa a la que se acercan cientos de miles, hombres y mujeres de familia vestidos de chomba, jóvenes abuelos, muchachos y muchachas en Topper y remeras de la gira del 2006 y chicos que no habían nacido aún cuando Jagger y los suyos publicaron su último disco, “Bridges to Babylon”, a los que sus padres llevan a conocer la leyenda (porque esta puede ser su última oportunidad).

Anoche, como siempre, esa mezcolanza constituyó un todo armónico que hacía retumbar en la espera del recital el Estadio Ciudad de La Plata con el clásico “oh, vamos los Stones”, símbolo de que más de una banda, los Rolling son ya un equipo de fútbol para los argentinos. Y cada esporádico recital que brindan acá, la final del mundo.

Por eso, cuando Mick, Keith, Ronnie y Charlie salieron a escena a las 21.14, hacía rato que la electricidad había dejado las nubes y se había instalado en el público stone, que parecía a punto de prenderse fuego de la ansiedad, el calor y la humedad.

Y “Start me up” encendió la mecha: con apenas tres acordes, el campo ya era un mar embravecido, el oleaje compuesto de miles de rolingas saltando y cayendo y tomando impulso y saltando otra vez: la espera terminaba.

Los Stones levantaron luego la temperatura con “It’s only rock and roll”, pero con el show recién comenzado decidieron bajar los decibeles con otro clásico, “Tumbling dice”. Terminada esta intro, Jagger contó en un castellano básico que “es la primera vez que tocamos en La Plata, tardamos tanto en llegar que pensamos que íbamos a llegar a Montevideo”: ellos también quedaron atrapados en el tránsito...

Tras aquella primera charla de un Jagger siempre eléctrico (no pasan los años para él) sonaron “Out of control”, “Street fighting man” (la elegida por el público en votación por las redes sociales), “Anybody seen my baby” y el momento más emotivo de la noche, “Wild horses”, con la caja de resonancia del Unico haciendo de imponente coro a la voz de Mick.

Es el fenómeno stone, una fiesta que excede lo musical (y lo racional) e induce un estado de locura temporal en la audiencia

Y luego, como un juego de contrastes, llegó una verdadera fiesta desatada por “Paint it black” (imponente momento entre el público y el líder) y “Honky tonk woman”.

Fue momento del primer parate. Jagger presentó a la banda (obvias ovaciones para todos), contó que “fuimos a Caminito, bailamos tango y comí un choripán con chimichurri”, y dejó el escenario a Keith Richards durante dos temas, mientras aprovechaba para cambiar de atuendo y descansar: el guitarrista cantó “Just can’t be seen with you” y “Happy”, siempre mostrando esa sonrisa blusera y agradeciendo al público en lo que pareció un genuino “vaya, son un público estupendo”.

Y después fue hora de desatar un cierre atronador: uno tras otro, llegaron los clásicos para saltar, bailar y cantar. “Midnight rambler” y un larguísimo solo fueron precursores de una muy buena “Miss you”, con Jagger coqueteando con su corista, su banda, el público y el que se cruzase, tras lo cual llegaron los clásicos “Gimme Shelter” y “Brown Sugar”. A esa altura, todo el Unico estaba de pie, respondiendo con gritos las arengas de Jagger, bailando, revoleando las remeras transpiradas y coreando como en una cancha de fútbol. Hasta Charly García, desde el palco, se emocionó hasta el grito con la seguidilla final, que culminó a todo volumen y a puro pogo con “Sympathy for the devil” (con Mick envuelto en una túnica de plumas rojas) y “Jumping Jack Flash”.

Era, por supuesto, el amague del final. Porque parece que no, pero los Stones siempre vuelven. Seguro, ya tienen 70, Jagger ya no tiene los movimientos de un felino y su voz se agota, Richards es un pirata medido, sin ferocidad; seguro también que la banda ya no suena tan ajustada como en anteriores giras. Pero la perfecta eclosión del jolgorio popular rollinga, puro fuego y pasión durante cada tema, los himnos del rock tronando a todo volumen (y la nostalgia que evocan) y los dioses del Olimpo, ahí, a metros, es infecciosa y de repente hasta los reticentes están saltando y revoleando.

Es el fenómeno stone, una fiesta que excede lo musical (y lo racional) e induce un estado de locura temporal en la audiencia. Locura que vuelve a desatarse enseguida, porque la banda volvió al escenario para los bises con uno de los mejores momentos musicales, “You can’t always get what you want”, seguida de, obviamente, “Satisfaction”.

Final de una noche histórica en La Plata: los miles de fanáticos se fueron con el corazón contento por ver a sus ídolos y entonar míticas canciones de la historia universal de la música. Muchos, seguramente, volverán insaciables el miércoles, o el sábado, en las últimas presentaciones de la banda en Argentina: porque, como la propia banda, los rollingas tampoco parecen tener satisfacción.

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