Ricardo Fort. Muerte y familia

Ricardo Fort. Muerte y familia

Símbolo del consumismo, del posmodernismo, de la relativo, metro sexual de estas tierras, pobre chico rico. Van a deshacerse sociólogos, psicólogos y filósofos pensando en lo que su muerte significa. Ya desfilan contadores y abogados analizando la división de bienes  y la herencia.

La sedienta televisión basura, ya encontró hace varios meses otros fenómenos de feria con que cubrir la chatura y bajeza cotidiana. Nuevos platos de miseria humana que degluten felices, millones de argentinos que, con cablevisión y direct TV incluido, luego se quejan porque en nuestra televisión “todo el día repiten series y los programas son cada vez peores”. Paradójico. Se queja el mismo consumidor de basura de los residuos que le tocan. Pero sigue devorando platos enteros, él y sus hijos, día a día.

Esa misma televisión, que se encargo de mostrar y construir esa única imagen de Fort. Poco y nada se sabe de su solidaridad, de su mano desprendida, de las ayudas millonarias a varias personas con enfermedades graves o accidentes terribles, a lo largo y ancho del país. El caso de un joven baleado en Mar del Plata, al que conoció con un grupo de amigos en una disco, y al que ayudó con operaciones en el extranjero, dinero, mejoras en la vivienda para él y su familia, son buen ejemplo de eso.

¿Y que pedía a cambio Ricardo? Nada. Solo familia, poder pasar un domingo y almorzar unas pastas en un clima simple, verdadero, tranquilo, de cariño familiar. Nada más. Eso que miles, millones, podemos experimentar cada día, para él eran tesoros incalculables.

Murió Ricardo Fort. 45 años vividos a mil. Las locuras y los excesos de Miami, la búsqueda constante  de reconocimiento. La desesperación por la figuración permanente, el culto al cuerpo perfecto, la insinuación y el juego bisexual, el amor y la identificación profunda con su madre, el dolor lacerante por la ignorancia del padre.

Por eso los cambios. Ver al Fort joven, veinteañero, es ver a un chico sano y guapo. Se transformó, se desfiguró, se convirtió en una caricatura. ¿Por qué? Porque su padre no lo aceptaba. La transformación tenía que ver con ser otro, ya que él recibía el mayor rechazo que una persona puede tener, el rechazo de aquél que te da la vida.

Pasan los siglos, dicen avanzar las sociedades, pero la tecnología, los placeres, el hedonismo, el culto al dinero y al poder sobreviven en cada civilización.

Pero lo único que, durante miles y miles de años, sigue siendo el tesoro más grande, más buscado, añorado y llorado, termina siendo la familia.

Sí, la familia. Ese lugar de afectos permanentes, ese espacio del cuál algunos reniegan, pero que todos buscan. Ese refugio incondicional. Ese tiempo de encuentro. Esa patria de cobijo.

Se pasó la vida buscando que lo quieran. Se pasó la vida buscando que su padre lo acepte, tal como era, lo quiera  y lo abrace. Vivió esperando encontrar en una Ferrari o un Rolex, lo que los afectos le negaban.

Quería amor, cariño verdadero, sólo por él, no por lo que tenía. Quería una familia. Su familia. Murió Ricardo Fort. Pobre chico rico.

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