Y resulta que al final Alberto era Albertito

Por Carlos Reymundo Roberts

 

Cristina se la ha criticado siempre por tener un dedo mocho para elegir candidatos. No hay nada que hacerle: necesariamente la pifia. Primero fue la designación de Boudou como su compañero de fórmula en 2011. El muchachito fashion que se iba todos los años a esquiar a Aspen tardaría 10 minutos en chorearse desde los viáticos de sus viajes hasta la fábrica de billetes. Después, la de Aníbal Fernández para pelear por la gobernación de Buenos Aires. Desechar al Flaco Randazzo y quedarse con la Morsa, que cuando le piden un curriculum entrega su prontuario, le debe de doler a la señora hasta el día de hoy. El podio se completa con Zannini como vice de Scioli: una fórmula con menos química que la tabla de multiplicar. Ahora, para quitarse ese estigma, se hizo acompañar por Alberto Fernández . Gran decisión. Como ella sola no ganaba, para descristinizar la propuesta llamó al más lúcido de sus críticos. Alta jugada. Salvo por un detalle: el que está fallando es Alberto. Era un buen jefe de campaña (fue el ideólogo de Sinceramente) y ahora es un mal candidato. Cris, vas a tener que hacer algo. Albertamente te lo digo.

El principal escollo que el elegido por el dedo mocho no puede superar son los videos de su anterior vida. Reconozco que, en la era de las redes, es difícil luchar contra eso. Todos los días aparece uno nuevo en el que fulmina a Cristina con una paleta de argumentos que no ha tenido nunca ni Macri, ni Carrió, ni Massa (perdón, Sergio: juro que te incluí en la lista por un descuido). La trata de corrupta, inútil, soberbia, mezquina, pendenciera, arbitraria, autoritaria y patética, y no sigo porque tengo miedo de que Durán Barba mande viralizar la columna.

Alberto no está encontrando la forma de conjurar ese maleficio. Bueno, ese archivo. Y tampoco muestra dominio del timing. Se saca una foto con Kicillof en pleno furor del video de las frutas, casi tan lapidario como el cajón de Herminio Iglesias. Debería haber escapado de Kichi no por sus escasas nociones de fruticultura, sino por chambón: en dos minutos cometió 14 errores. Tampoco lo favorece la foto de anteayer con Schiaretti. El gobernador de Córdoba aparece mirándolo con desdén, con el mismo desdén que reflejó después en un comunicado, y a Alberto se lo ve apichonado y mustio, casi tan mustio como las naranjas, o mandarinas, que compra Kichi.

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Lo peor de Alberto es que se está poniendo nervioso. Después de proclamar urbi et orbique, en las antípodas de su jefa, venía a instaurar una nueva relación con los medios, en un solo día se peleó con tres periodistas. ¿No será mucho, Albertito? OK, no te gustan las preguntas de Mercedes Ninci. Pero Mercedes es el adalid de la patria movilera. Tomate un café con ella. Los malos modos, las intimidaciones, las ironías no garpan. Te lo digo yo: las ironías no garpan.

El problema, creo, es que todavía no sabe para quién labura. ¿Para Cristina? ¿Para atraer a los que no votan a Cristina? ¿Cuál es el discurso que congenie las dos cosas? La cuestión es más grave. Es existencial: lo imaginan títere, no quiere aparecer como un títere, tampoco quiere exagerar con el antitítere; tiene que mostrarse como candidato convincente sin estar convencido, y no ignora que su candidatura es prestada. Después de haber comandado tantas campañas -de Néstor, de Cristina, de Randazzo, de Massa-, no sabe cómo comandar la suya. Tremendo dilema. Lo imagino por las noches golpeándose la cabeza contra la almohada: "¿¡A quién tengo que hablarle!? ¿¡Qué tengo que decirle!?" Él, como Kichi, no está seguro de si lo que tiene enfrente son naranjas o mandarinas.

Si va por el voto de la clase media desencantada con Macri cabe preguntarse quién lo mandó a visitar a Lula en la cárcel. O, cuando habla sobre Venezuela, a hacerse el tonto sobre el asesinato de 7000 opositores que le acaba de atribuir Michelle Bachelet al régimen de Maduro. Lula preso y Maduro manchado de sangre: Albertito jamás se imaginó que la política iba a pedirle tanto sacrificio. Un esfuercito más y lo vemos abrazado con Aníbal.

Tampoco está bien equipado. No le sobran ni recursos ni asesores. Pensemos en que lo asalta una duda o quiere consultar una estrategia. Olvidémonos de Cristina, porque además de estar en Cuba, en Tribunales, en El Calafate o en alguna provincia presentando su libro, ella no da consejos, sino órdenes. Y es parte del problema. ¿Máximo? ¿Leopoldo Moreau? ¿Matías Lammens? ¿Parrilli? (Perdón: lo de Parrilli era una broma.) ¿Massa, que está más perdido que él? Los que hoy están en su bando son los que más desprecia. En primer lugar, La Cámpora. A Máximo le pagaría un café, pero para que se lo tome solo.

Es evidente que le está costando dar una imagen de moderación y templanza: se desestabiliza incluso ante las inquietudes de los movileros. Pero, aunque lo consiguiera, no podrá contrarrestar que le aparezcan Guillermo Moreno, Dady Brieva o Juan Grabois haciendo un elogio del afano. Ya lo decía Bilardo: la primera ley del fútbol es pasarles la pelota a los que tienen tu misma camiseta.

En uno de los spots de la campaña, Alberto dice: "Soy profesor de la UBA". Me sonó a "no me peguen, soy Giordano".

 

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