Reflexiones sobre el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer

Reflexiones sobre el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer
La cultura está ‘tomada’ por la violencia. Se ha perdido la noción de semejante respetable. El trato social se ha tornado violento, extendiéndose a ámbitos institucionales. Hoy la violencia está presente –en mayor o menor medida- en casi toda relación vincular (familiar, de pareja, en la escuela, en el trabajo, en la calle, en el barrio, etc.).
Ante una conflictividad en aumento las relaciones interpersonales son llevadas cada vez más a los estrados judiciales en búsqueda de respuestas. Las relaciones cercanas son las más amenazadas por los maltratos. Los casos de violencia familiar (física, psicológica, económica y sexual) llevan la delantera; llegándose al extremo de la muerte, con alto porcentual de mujeres y niños.

Al diluirse los ideales humanistas y de solidaridad fueron emergiendo las variadas modalidades de abusos habiéndose hecho necesario ‘los derechos del niño’, ‘los derechos de la personas mayores’, etc. que a su vez -y dicho sea de paso- permanentemente se violan. El desborde, la irracionalidad y el clima violento con consecuencias devastadoras se ha instalado en el orden social afectando las instituciones pilares de la comunidad (familia, escuela, etc.) dejando su traza en todos los sectores y niveles sociales, en todas las diversidades sexuales.

La tensión entre los sexos viene teniendo una escalada asombrosa. La problemática de las violencias vinculares domésticas o hechos dentro de las familias existen en todas las ramificaciones sociales aunque no siempre sea denunciada. Se dan entre jóvenes y no tan jóvenes parejas, que eligieron mantener una ‘relación afectiva’. En muchas relaciones de noviazgo el escupirse, empujarse, insultarse, darse cachetazos, etc. ha pasado a ser habitual. Cada vez con más frecuencia se reciben consultas de parejas violentas donde circula significativamente la agresión en los lazos amorosos bajo la modalidad estallido-reconciliación, sucediéndose los hechos con una periodicidad inquietante. Últimamente por los medios de comunicación están saliendo a la luz situaciones de mujeres que están siendo mantenidas por sus parejas en una verdadera situación de ‘cautiverio’ (incluso nacieron hijos durante ese lapso de tiempo).

Estaríamos ante modos de relaciones interpersonales que tras una presunta vinculación ‘amorosa’, la presencia del otro resulta turbadora, no garantizando siempre la supervivencia. La convivencia es un difícil trabajo y supone postergaciones y renuncias que cada vez menos se quieren hacer.

Se vaticina que estas rencillas del ‘versus’ resentirán el por-venir de las nuevas generaciones. Estamos ante una patología social en expansión, que acarrea consecuencias perturbadoras para el destino de las noveles progenies. Tras el ‘todo se puede’ se fueron perdiendo los ‘filtros’ indispensables para vivir civilizadamente, aflorando lo inherente a la barbarie que también es componente de la condición humana. Hace eco la pregunta: ¿lo trágico está entrado en la psicopatología de la vida cotidiana?

Los abusos y violencias en todas sus acepciones emergen con mayor virulencia y recrudecen careciendo de freno en determinadas coyunturas históricas, con-figurando problemas sociales. La sociedad toda tiene que atemperar la cadena de circulación de la agresividad que conlleva al desprecio, a inflingirle atrocidades y a la destructividad hacia semejante humano. La piedra angular radicaría en prevenirnos para que los humanos no degeneremos en monstruos

El ‘casi la mato a golpes’, ‘te voy a matar’, ‘te voy a mandar al infierno’, ‘la próxima te liquido’, ‘te voy a quemar viva’ pasaron a ser muertes anunciadas. De la amenaza se pasa a la concreción real de lo preanunciado. ‘’La maté porque la amaba’, ’la maté porque era mía’, ‘serás mía o de nadie’, reflejan la representación que está operando en el hombre: que prefiere a la mujer ’ausente’ (muerta), ‘que se consuma con el fuego’, ‘que duerma en una tumba’, a lo que es vivenciado como no disponibilidad de la mujer a la co-dependencia. Pagar con la vida es el precio para amortizar la ofensa de haber desertado de una relación de pareja. Si bien no me detendré en esto, el uso abusivo de alcohol y drogas potencian ‘climas violentos’ dentro de las relaciones vinculares. Habiéndose quebrado los pactos interhumanos, entre contiendas se llega a un calvario dirigido por el ‘amo dominador’.

La subordinación a la figura del hombre idealizado con poder absoluto, incrustado transhistóricamente, ha empujado a la mujer a abnegadas y loables inmolaciones ‘propias’ de lo femenino. Legendariamente el modo sacrificado de ‘soportar’ (‘sufrir por amor’) se fue instituyendo en una virtud, con el consuelo de alguna promesa de compensación, hundiendo sus raíces en el no siempre sano virtuosismo de las pesadumbres por amor. Aún son observables los pactos y acuerdos dentro de una pareja para sostener el ideal de virilidad.

Considero que mínimamente tenemos que referirnos a dos cuestiones pilares: revisar la concepción de mujer que se anida en el imaginario colectivo, y, la masculinidad hoy. Como así también afrontar la persistencia de las mujeres en relaciones destructivas, el permanecer en dinámicas de maltrato por esclavitud afectiva ya que oculta relaciones de poder de género dentro de la pareja, que fue propuesta para procurar continuidad al desarrollo humano porque esto de que hay amores que matan ha tomado cuerpo.

Se viene confundiendo autoridad-poder. Desahuciado por situaciones amenazantes respecto a la masculinización, el ‘sexo fuerte’ apela como reaseguro a paliativos exacerbados, potenciándose la violencia. Temen parecer poco hombres, exaltando la violencia como resguardo ante la angustia de no sentirse asertivos, fuertes, operatorios, competentes, independientes y poderosos. Para demarcar fronteras con la mujer, la hombría acentúa el uso del cuerpo y de la fuerza como instrumento para ‘arreglar las cuentas’ y situarse en el lugar de hacer valer sus derechos. Estas heridas han llevado a ‘una protesta viril’ con aristas patógenas, como lo es el desborde de furia. Ante la declinación del lugar del ‘varón-hombre-macho’ en la cultura, el acoso, el dominio y el poder sobre la mujer ha hecho un brutal pasaje al acto. Por la acentuación de conductas de destrucción sádico-violentas se pone en evidencia una especie de “locura de dominio”.

Estimo que es una cuestión de salud comunitaria. Esta problemática afecta a la sociedad toda por lo que debería producirse un viraje en la cualidad vincular dentro del seno del hogar para que no se institucionalice el dolor y la violencia. Sería esperable que sea el lugar donde debiera proveerse cuidados y cobijo pero… se desencadenan maltratos y crueldades inimaginables.

Más allá de los servicios de salud y la intermediación judicial, sería loable seguir organizándose comunitariamente para poner diques, mitigar y abordar el crecimiento exponencial de lo tóxico del resentimiento en el interior de las relaciones vinculares, sobre todo en la unidad doméstica. Se incrementó el número de atenciones pero se debería poder actuar antes de que estos ocurran. En simultáneo hay que ocuparse de transmitir a las nuevas generaciones el valor del respeto y cuidado del semejante humano. Es alentador que algunos hombres estén dispuestos a comprometerse y se hayan movilizado a través de organizaciones para no apañar ni encubrir abusos de género y así cambiar el por-venir de su hijas.

Escandalizarse o, su extremo: naturalizar, el acostumbramiento o la paralización en el encierro de la queja son frecuentes cuando un fenómeno social está desbordado. El centro específico es la Salud Pública pero el auténtico empeño se evidenciaría apoyando presupuestariamente las formulaciones sanitarias, educativas, legislativas y penales. Circunscribiéndome a mi oficio de psicoanalista creo que estamos transitando por un clima de particular malestar en la cultura. Nuestra época se ve acompañada por muy poca tolerancia a la frustración. En todos los ámbitos de la vida el todo se puede, el ya, hacer y llegar donde se quiere no importando cómo ha llevado a un degradante aumento de la patología social. Aunque no existan antídotos, la seguridad se hace entre todos. Cada uno desde su lugar (el hogar, el colegio, las instituciones) tendría que contribuir a disminuir factores de riesgo, enfatizando dispositivos para la prevención. Ante las diversas aristas de muertes ‘anunciadas’ habría que diagramar entrecruzadamente Programas monitoreados en su sinergia, coordinación, operativización y eficacia con estrategias que incluyan en simultáneo varios canales. Entre todos colaborar para instrumentar modelos de convivencia pacífica que nos permita vivir con menos toxicidad vincular y no tener que lamentar cada vez más desenlaces fatales.

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