Recelos, temores y sospechas

Recelos, temores y sospechas

Pocas sensaciones inquietan más a un político que la incertidumbre. Los aterra el desconocimiento. El no tener la certeza de quién o quiénes son sus rivales circunstanciales para poder prevenir los golpes. Así, en una coyuntura plagada de recelos y de inseguridades, sólo el dirigente intuitivo es el que logra sacar ventajas.

Los referentes políticos tucumanos están en esa etapa en donde todos se miran y desconfían. Con un objetivo aún lejano, como los comicios legislativos de 2017, el único entretenimiento que hallan es multiplicar las sospechas. Todos terminaron la semana mirándose de reojo, sin distinción entre oficialistas y opositores. En el Acuerdo para el Bicentenario, Germán Alfaro y Domingo Amaya comenzaron dándose la espalda y terminaron mirándose a los ojos, pero sin decirse absolutamente nada. 

Entre el intendente y su antecesor hay una mezcla de sentimientos: celos en la superficie y reproches irresueltos en lo más profundo. Alfaro, luego de lograr que el gobernador Juan Manzur le refinanciara la deuda a 20 años y le prestara $ 20 millones, nunca mencionó que alguna de esas operatorias fue posible gracias a la gestión que heredó del actual secretario de Vivienda y Hábitat de la Nación. Amaya, por supuesto, considera que su sucesor pudo sentarse de igual a igual a negociar con el mandatario provincial porque el trabajo sucio lo hizo él en el último tramo de su mandato. Y se siente dolido porque no se le reconoce esa tarea. En el municipio, por el contrario, no niegan ese reclamo amayista, pero les pesa más la bronca por haber tenido que pagar en el primer semestre del año alrededor de $ 250 millones en cheques diferidos que habría librado la anterior gestión. Lógico, nada de esto se dijeron el viernes Alfaro y Amaya, cuando desayunaron antes de mostrarse nuevamente en público. Los dos tienen en mente la compulsa electoral de diputados: el ahora funcionario macrista para encabezar la lista de Cambiemos en Tucumán y el intendente peronista busca jugar una carta de negociación ante el Gobierno nacional, a partir de la postulación de su esposa, Beatriz Ávila. 

José Cano, la tercera pata del ApB, también tuvo una semana difícil. Se le detonó en la mano la bomba de la interna en el gabinete nacional. El radical, encomendado al armado político bajo el paraguas del jefe de Gabinete, Marcos Peña, quedó en el centro de las miradas por la presencia de dos diputados “suyos” en la sesión especial de Diputados, que acabó con la citación al cuestionado ministro de Energía, Juan José Aranguren. Ocurre que el sector del ministro del Interior, Rogelio Frigerio, al que responde Amaya, se encargó de esparcir la versión de que Juan Casañas (UCR) y Federico Masso (Libres del Sur) jugaron “en contra” por encargo de Cano. Frigerio, otrora joven menemista, trabaja para armar políticamente con gobernadores peronistas, mientras que el “peñismo” quiere hacer pie en el “territorio” con las figuras de la oposición, entre ellos el titular del Plan Belgrano. Por lo pronto, el mayor desafío de Cano, de Amaya y de Alfaro radica en lograr que en Tucumán el Acuerdo para el Bicentenario se mantenga ajeno a las disputas nacionales. Fue el mayor mérito de esa alianza durante los últimos años del alperovichismo, pero la actual circunstancia política es diferente porque las ataduras y los compromisos nacionales son mayores para Cano y para Amaya, esencialmente. Un sólo ejemplo, ¿cuánto más puede tolerar el macrismo que Masso sea un socio provincial de Cano mientras actúa como opositor en el Congreso? 

En el oficialismo sucede algo similar. José Alperovich, Manzur y Osvaldo Jaldo no se creen una sóla palabra. El ex gobernador puso el grito en el cielo cuando se enteró que su sucesor había tenido un gesto político trascendental con Alfaro. Porque, como suele repetir, el intendente es su límite. Cuentan que llegó a decir que mientras él contuvo a Amaya y Alfaro con un pie en la cabeza durante 12 años, Manzur los liberó en un puñado de meses. Casi en paralelo a esos gritos, en la Legislatura alzaban la voz por lo mismo, pero con otro trasfondo. El manzurista Reneé Ramírez se desbocó y le puso número a los gastos sociales: $ 150.000 por mes que, encima, no le alcanzan. 

Hay dos versiones respecto del papel que jugó el titular del gremio de la sanidad en la interna oficialista. Algunos creen que el propio gobernador lo mandó a hablar para que el escándalo del dinero en negro que manejan los legisladores ya no sea sólo una cuestión de las valijas del bochorno durante la gestión manzurista en la Cámara. Por eso, refuerzan, el “jaldismo” legislativo salió en bloque a pedirle a Manzur que refinancie por igual todas las deudas municipales, y no sólo la del opositor Alfaro. En el medio, claro, se sucedieron insistentes llamados de los inexpertos operadores que había designado Manzur para frenar la avanzada parlamentaria, como los del secretario general de la Gobernación, Pablo Yedlin. La segunda opción tiene un razonamiento más lineal que la primera. Sostiene que el sindicalista Ramírez fue presa de una “cama” orquestada por el legislador Luis Brodersen, pero con el padrinazgo del radical Cano. Hay algunos datos interesantes: el líder opositor está bastante molesto con los legisladores de su espacio porque miran para otro lado cuando él plantea la necesidad de acelerar la reforma política y electoral en Tucumán. Además, el primer exabrupto de Ramírez fue cometido ante un portal web vinculado al macrista Brodersen. 

Con este rosario de recelos y suspicacias, se entiende porqué ningún referente político local se encuentra tranquilo para afrontar la procesión hasta 2017. 

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