La Quiaca se prepara para otra Manka Fiesta

Antes del Día de la Madre, campesinos de ambos lados de la frontera intercambian productos y comparten encuentro.

Cuando culmina la celebración de los jóvenes estudiantes, La Quiaca se prepara para el evento más relevante relacionado a su idiosincrasia e identidad cultural, la "Manka Fiesta". Octubre es el mes esperado por todos los habitantes puneños, vallistos de Jujuy y sur boliviano, para intercambiar sus productos. Como es tradicional el evento se lleva a cabo una semana antes de recordar el Día de la Madre en nuestro país. Los predios del ex Ferrocarril Belgrano dejarán su silencio y olvido para transformarse en el epicentro del acontecimiento, tal como sucedía antes que deje de realizar el recorrido entre esta ciudad y San Salvador de Jujuy, y centenares de personas transitarán por las corroídas y oxidadas vías, quizás recordando que ese medio de transporte hermanaba a los pueblos puneños. En pleno siglo XXI sigue vigente la costumbre del trueque, revalorizada anualmente durante la "fiesta de las ollas". Sin dudas los tiempos son otros igualmente la esencia con la cual se inició la ancestral Manka sigue intacta, los burros cargados con ollas y demás productos fueron cambiados por modernos vehículos que levantan polvareda por los caminos de tierra desde donde partieron hasta la ciudad fronteriza. Es la oportunidad para aquellos que habitan a cientos de kilómetros con respecto a los centros urbanos, de poder relacionarse con otras culturas, porque eso simboliza la celebración, un lugar donde convergen distintas formas de pensar y sentir. Si tienen suerte podrán conseguir no solo insumos y enseres tan necesarios, quizás el destino los sonría y en las carpas de coplas o donde actúan grupos musicales encuentren a esa pareja que en sus inhóspitos lugares de origen no pueden conseguir. Las ollas de barro son el atractivo principal, sumado a canastos, utensilios de madera, frutas frescas y secas, coloridos puyos que son traídos desde el altiplano boliviano confeccionados a mano. Los artesanos pueden ofertar sus productos, mercachifleros ofrecen baratijas y ungüentos "mágicos" para todo dolor, muebles, cañas y todo lo que pueda comercializarse está a la venta o simplemente intercambiarlo. Después de una semana intensa, algunos regresarán satisfechos por haber obtenido ganancias, otros lamentarán haber gastado esos pesos en diversión, pero nadie les quita la satisfacción de aunque sea por unos días puedan olvidarse de la marginación y estigma que les impone la sociedad moderna. El poblador local reúne calzados y ropa, entre otros objetos, que luego serán intercambiados por algún adorno, vasija o elemento útil al ama de casa. Son días en los cuales la ciudad y alrededores se convulsionan, siete jornadas a la intemperie donde el sol quema los rostros cobrizos, la luna resguarda sus pertenencias, y las noches son para descansar o escaparse a tomar aguardiente.

La organización está a cargo del Municipio e instituciones provinciales, y se espera una gran cantidad de turistas interesados en conocer en detalle este particular encuentro.

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