La puja que amenaza el sueño de Cristina

Por Carlos Pagni

El paro de ayer puso en el centro de la vida pública el conflicto para el que Cristina Kirchner resulta más vulnerable: la disputa por la distribución del ingreso. A lo largo de la « década ganada », la Presidenta fue perdiendo algunas de sus banderas principales. ¿Cómo reclamar adhesiones en nombre de la calidad institucional, por ejemplo, si hasta la reivindicación de los derechos humanos se ha vuelto intermitente?

La puja por el poder adquisitivo es la última frontera porque allí se arriesga su activo más valioso: la pretensión de ocupar un lugar de liderazgo en el "campo nacional y popular" más allá de 2015. Ése es el sueño que el gremialismo opositor puso en tela de juicio ayer, organizando una huelga contundente en medio del ajuste.

El oficialismo enfrentó el desafío con el clásico argumento de que se trató de una protesta política. Es verdad. Los paros generales son, por definición, políticos, porque impugnan la orientación económica y social de una gestión.

La señora de Kirchner y su grupo son sensibles a e!se reto porque, por primera vez desde el año 2003, deben forzar una reducción del salario real. Además, dispusieron un recorte de subsidios y encarecieron el financiamiento de las familias. Esas tres novedades son más que correcciones técnicas. Son los signos de un final de época.

El incremento sistemático del poder de compra de los asalariados, la fijación de la tasa de interés muy por debajo de la inflación y la energía regalada fueron los vectores principales del boom de consumo con el que los Kirchner intentaron aplacar a una sociedad enfurecida por el colapso del año 2001. Sin esas condiciones ambientales el kirchnerismo es un pez fuera del agua. Por eso el paro lo lastima.

Ayer había preocupación en el gabinete nacional. Jorge Capitanich hizo consultas con gremialistas amigos y convocó a Carlos Tomada y Julio De Vido para ensayar los argumentos que ofrecerá hoy por la mañana. El Gobierno esperará a que terminen las paritarias para anunciar otro aumento en el mínimo no imponible de Ganancias, en las asignaciones familiares y en las jubilaciones. Será la respuesta al paro.

El contexto de este nuevo activismo sindical tiene un aire de familia con el ocaso del alfonsinismo. Como entonces, el mercado de trabajo está ajustando por precios, no por cantidades. A diferencia de lo que ocurrió con el derrumbe de la convertibilidad, el nivel de empleo se mantiene, pero caen los salarios, arrastrados por la inflación. El emergente de esta época ya no es el piquetero, que corta la ruta para conseguir un subsidio. Vuelve a ser el sindicalista, que expresa el malestar de los ocupados.

Hugo Moyano , Luis Barrionuevo y Pablo Micheli repiten, a su modo, a Saúl Ubaldini, en las dos dimensiones de su lucha: la insatisfacción laboral y el desgaste político del gobierno. La animadversión de Barrionuevo hacia los Kirchner se impuso sobre algunas dudas de Moyano. El terreno está siendo fertilizado por las penurias económicas: los encuestadores detectan en los sectores bajos un desasosiego similar al del año 2001. Puede ser exagerado. Pero en los sondeos se repite la misma afirmación: "La diferencia es que todavía conservo mi trabajo".

Al lado de Barrionuevo y de Moyano fueron decisivos Roberto Fernández (colectiveros), Omar Maturano (maquinistas) y los aeronáuticos que, con Ricardo Cirielli a la cabeza, se enfrentan a La Cámpora, que es su patronal. En el paro de ayer fue crucial la falta de transporte. Por eso Florencio Randazzo, el ministro del sector, se mostró tan intranquilo, denunciando "conductas extorsivas". En cualquier momento la Presidenta le preguntará, instigada por De Vido, por qué "sus" gremialistas se alejaron del Gobierno. Los interrogantes kirchneristas son siempre posteriores a los hechos.

El plan inicial de Moyano y Barrionuevo, enfrentar a la Casa Rosada con todo el gremialismo, chocó con un obstáculo: Juan Carlos Fábrega. El ajuste monetario del Banco Central abrió una incierta pax cambiaria en nombre de la cual el Gobierno exigió obediencia a la CGT Balcarce. Quien se excediera en sus demandas sería responsabilizado por un nuevo descalabro. Una táctica habitual, que no habría que confundir con las extorsiones que indignan a Randazzo. Los dirigentes que rodean a Antonio Caló (UOM) se rindieron ante la amenaza.

La subordinación de esos gremialistas se explica en una propensión casi biológica a dialogar. Están al lado de la señora de Kirchner como antes lo estuvieron de Alfonsín, Menem, Duhalde y De la Rúa. La diferencia es que esta vez la amabilidad consigue poco.

Hay otro factor que opera detrás de la mansedumbre: el miedo. Desde que Juan José Zanola, José Pedraza y Gerónimo Venegas recibieron pedidos de captura, innumerables sindicalistas sufren pesadillas. Es comprensible, entonces, que dirigentes que no pasarán a la historia por intrépidos, como Caló o José Luis "Cloro" Lingeri, no necesiten una llamada de la Presidenta para ponerse al borde del infarto. Les basta con un telefonazo de Parrilli.

Esta verticalidad está poniendo en problemas a varios sindicalistas que sufren el avance de la izquierda. Las organizaciones trotskistas presumen que, esta vez sí, llegó su hora: el ajuste liberará a la clase trabajadora de la ilusión del peronismo, que tuvo en las promesas kirchneristas su narcótico más logrado. El Frente de Izquierda y de los Trabajadores, que ha tenido una llamativa evolución electoral, cercó ayer la ciudad de Buenos Aires con sus piquetes: un modo de diferenciarse de los "burócratas" Moyano y Barrionuevo. Capitanich aprovechó esa modalidad para identificar la huelga con un gran corte de tránsito. Pretendió inflamar a la clase media, a la que tal vez enfade más con otras declaraciones.

El Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) y el Partido Obrero hicieron notar ayer el cese de actividad en numerosas plantas de la zona norte donde el trotskismo, en especial el PTS, controla las comisiones internas. La insistencia pretende resaltar que Caló (metalúrgicos), Daer (alimentación) o Pignanelli (mecánicos) fueron desobedecidos.

El paro de ayer puede resquebrajar la alianza sindical del kirchnerismo. Desde la CGT-Balcarce avisaron a los funcionarios que redoblarán la presión de los reclamos: ganancias, asignaciones familiares, jubilaciones. ¿Comenzó la diferenciación respecto del Gobierno? Anoche en esa central no se animaban a dar una respuesta.

La incógnita se extiende a todo el peronismo. Capitanich intentó reducir el desafío sindical a una picardía táctica: dijo que era "el paro de Massa". Massa, que es de piel sensible, se apartó de Moyano y Barrionuevo. Quizás ya se haya arrepentido. Quizás Capitanich le hacía un favor. Pero la complicidad del diputado con la huelga es una anécdota. Massa converge con Moyano y Barrionuevo porque, como a ellos, le conviene el deterioro del Gobierno. Sólo si Cristina Kirchner se mantiene al borde del abismo se producirá lo que Massa está esperando desde que ganó las elecciones bonaerenses: que el PJ lo elija como líder y, al hacerlo, le provea esa estructuración territorial de la que todavía carece.

Para esta dinámica el paro también tiene un mensaje. En los dirigentes de la CGT-Balcarce se miran los gobernadores e intendentes que temen ser afectados por la antipatía del ajuste. Salvo Daniel Scioli. Ayer se abrazó al palo mayor de la nave kirchnerista y, como si fuera un ministro más del Poder Ejecutivo, caracterizó el paro como "un gran piquete al progreso del país"..

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