El pueblo vs. O. J. Simpson: cóctel explosivo de misoginia y racismo

Galardonada en la última entrega de los premios Emmy para la producción televisiva estadounidense, El pueblo vs. O. J. Simpson retrata un cóctel explosivo de sistema penal y entretenimiento.

Por Celeste Murillo

Cuando todavía no se enfriaba el clima que habían dejado las revueltas por el asesinato de Rodney King a manos de la Policía en 1992, las tensiones raciales volvieron a explotar en Los Ángeles. La miniserie American Crimen Story, producida por FX, lleva a la pantalla uno de los juicios más famosos de la historia reciente de Estados Unidos: la causa contra el popular jugador de fútbol americano O. J. Simpson. En 1994, Simpson fue acusado por el homicidio de su exesposa Nicole Brown y un amigo de ella, Ronald Goldman. Luego de un extenso juicio penal plagado de irregularidades, fue absuelto por el jurado (luego fue declarado culpable en un juicio civil).

Su primera temporada, El pueblo vs. O. J. Simpson, basada en el libro The run of his life: The people vs OJ Simpson del periodista Jeffrey Toobin, pone en juego el impacto de los juicios televisados, donde se mezclan investigación, proceso penal y entretenimiento. El verdadero suspenso arranca cuando se vuelve difícil distinguir dónde empieza una cosa y termina la otra, cuando gana más tiempo en las noticia la vestimenta de la fiscal que las pruebas y los argumentos. Una vez más, la televisión hablando sobre la televisión y su impacto en la vida del otro lado de la pantalla.

Tráiler de American Crime Story, El pueblo vs. O. J. Simpson

Quién está en el banquillo de los acusados

Una de las cosas más interesantes que recorre la serie creada por Ryan Murphy es que el principal acusado sentado en el banquillo es el sistema penal estadounidense y su relación con la industria del entretenimiento y las noticias. A lo largo de diez capítulos vemos la construcción de un juicio basado más en los prejuicios y las consecuencias políticas de su veredicto que en las evidencias (como muchos otros).

¿Cuánto afectaría el caso las ambiciones políticas del fiscal general de Los Ángeles? ¿Avivaría las tensiones raciales que seguían en el aire? ¿Qué pasaría si un “intocable” era condenado por el homicidio de su esposa? ¿Cargos reales o fabricación racista? Todas las preguntas son válidas, y obtienen mediante el guión y las actuaciones una respuesta lo suficientemente compleja, enrevesada y realista como para mantener en vilo a los espectadores, aun cuando ya conocemos el veredicto.

Racismo y misoginia: dos herramientas indispensables

Existen dos grandes protagonistas, O. J. Simpson y Marcia Clark, que resumen el antagonismo acusado-acusador y, a la vez, representan dos grupos sociales discriminados y estigmatizados hasta el hartazgo: los afroamericanos y las mujeres. No solo destacan por muy buenas actuaciones de Cuba Gooding Jr. como Simpson y Sarah Paulson como Clark, sino también por la construcción de dos personajes que condensan la complejidad del enfrentamiento entre un afroamericano millonario y adorado por el público y una mujer que personifica el poder del Estado.

Las dos posiciones de poder son excepcionales. Tanto es así que cuando el abogado inescrupuloso Robert Shapiro (John Travolta) le propone a Simpson aprovechar la bronca contra el racismo para “armar” su caso e invitar a la defensa a una eminencia de los derechos de la comunidad negra (Johnnie Cochran, interpretado por Courtney Vance), O. J. le responde con honestidad brutal: “¿Querés transformar esto en un tema de negros? Yo no soy negro. Soy O. J.”. A partir de ese momento, asistimos a la construcción del O. J. Simpson “digno” de ser defendido como afroamericano: desde redecorar su casa de millonario blanco hasta reducir al mínimo la lejanía que el propio Simpson sentía con la comunidad negra.

Para evitar confusiones: en el juicio de O. J. Simpson hubo prejuicios racistas todo el tiempo y las divisiones fuera del juzgado estuvieron al borde del estallido. No porque a Simpson se lo tratara injustamente por el color de su piel, sino porque a la mayoría de los afroamericanos se los trataba y se los trata injustamente, se los discrimina y son el 90 % de las personas asesinadas por la Policía como denuncia hoy el movimiento Black Lives Matter. Pero es imposible no ver que esa bronca legítima fue manipulada para convencer al público de que a O. J. lo juzgaban por ser negro y nada tenían que ver las repetidas denuncias de su esposa, previas a su muerte, por violencia y abuso, o las evidencias que lo comprometían. Y no está de más recordar que a comienzos de los años ‘90 la violencia contra las mujeres todavía era “doméstica” y los femicidios eran “crímenes pasionales”.

Algo similar sucede con la fiscal Marcia Clark, criticada menos por ser la representante del Estado, que acusa en nombre de las víctimas, y más por su condición de mujer. Era sabido que el talón de Aquiles de la fiscalía era la Policía de Los Ángeles, indefendible luego del asesinato de King. Lo inesperado fue que una funcionaria con expediente intachable y bajo perfil poblara las revistas y programas de entretenimiento. De repente, una mujer divorciada con dos hijos es puesta bajo la lupa de la humillación, ¿por estar del mismo lado que la Policía racista? No. ¿Por acusar a una estrella del deporte? Quizás. ¿Por no ser un objeto digno de deseo? Absolutamente.

Evitemos nuevamente las confusiones. Clark subestimó el racismo de la Policía (no hay inocentes en esta historia). Era cierto que la defensa manipulaba la bronca por el asesinato de King, pero la fiscalía soslayó el racismo institucional que destilaba la Policía que investigó el caso. Sin embargo, la destrucción sistemática a la que fue sometida Clark nada tenía que ver con eso. Se la juzgó por no ser atractiva, por ser una “perra histérica” que acusaba al “ídolo” de asesinar a su esposa, por tener hijos, por no pasar suficiente tiempo con ellos, por divorciarse, por tener cabello enrulado, por vestirse como una puritana.

 

El poder invisible de la televisión

En los medios de comunicación humillaban a Clark pero el mensaje que dejaría es que las mujeres no pueden y no deben cuestionar la forma en que un varón trata a su esposa, mucho menos si ese varón es una estrella del deporte. En la pequeña destrucción de cada día se les recordaba a las mujeres que veían el juicio por TV que nunca serían consideradas por sus habilidades profesionales o políticas; siempre se las juzgaría por su aspecto. La imagen de una mujer poderosa desmoronándose y llorando producto de la humillación cotidiana es una muestra de la realidad que vive la mayoría de las mujeres. Si así se siente la fiscal, imaginemos lo que pasa por la cabeza de la secretaria, la empleada de limpieza, la enfermera o la operaria. Ese es el efecto de los prejuicios y la misoginia, su alcance es inimaginable.

La serie muestra cómo televisión, los diarios y la revistas pasaron meses enteros humillando a una mujer (Clark) y manipulando los prejuicios racistas sobre un afroamericano (Simpson). Pero los prejuicios que se amasaron durante el juicio tuvieron y tienen un efecto mucho más poderoso sobre los O. J. Simpson que no son millonarios y las mujeres humilladas que no están en una posición de poder como Marcia Clark.

Los intereses de la defensa y la fiscalía, con la colaboración de la TV, enfrentaron a la comunidad negra que denunciaba la brutalidad policial racista con las mujeres que denunciaban el silenciamiento de la violencia, cuando siempre se trató de un sistema que no dejaría de tratar injustamente a los afroamericanos y continuaría discriminando y humillando a las mujeres. El pueblo vs. O. J. Simpson no logra evitar todos los lugares comunes de las dramas legales estadounidenses, pero (quizás lo más interesante) son más las verdades incómodas que no se molesta en esconder.

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