El pueblo que da pelea al hantavirus

El pueblo que da pelea al hantavirus

Todos conocen al menos a una persona que estuvo infectada, muchos conocen a alguien que falleció a causa de la enfermedad. No tienen miedo, pero sí enojo porque “se dicen muchas mentiras” y en otros pueblos los estigmatizan.

 

En Epuyén hay tristeza y enojo. Hay, también, algo más de diez personas (a excepción de algunos choferes y algún coordinador, casi todas mujeres, entre trabajadora social, médicas, psicólogas, coordinadoras que trabajan en otras áreas de la intendencia pero que ahora no podrían ni querrían quedarse en sus casas) que desde hace mes y medio trabajan sin feriados ni fines de semana y que no llevan barbijo. Tampoco usan guantes ni se ve cerca de sus manos frasquitos de alcohol en gel. “Porque no es necesario, porque eso es alarmismo, porque es para algunos casos en particular que hace falta ese cuidado, no para todos”, dice una de esas personas a este diario en lo que era la Dirección de Cultura y que desde hace semanas la necesidad reconvirtió en sede del Comité de Contingencia Sanitaria. A la siesta cae el sol a pleno. Debería estar lleno de turistas, dicen los locales. Pero es un día perfecto de verano patagónico y por la calle solo pasa, cada tanto, una camioneta blanca: dice “Policía científica” y recorre el pueblo persiguiendo un enemigo invisible, el Hantavirus que ya segó diez vidas. Son policías llegados de otras zonas para velar por el cumplimiento de la orden judicial que impide a 31 personas de aquí deambular por la calle o estar en sus propias casas sin barbijo, para cumplir con el “aislamiento respiratorio selectivo”. Aquí algunos creen que la medida fue extrema, pero admiten que resultó efectiva, porque quienes se retobaban ante esa medida ahora la cumplen. De todos modos, insisten: se exageró mucho. “Se ha dicho que es un pueblo fantasma, que estamos todos en cuarentena, por la tele mostraron dos helicópteros de los que bajaban tipos disfrazados como para ir a la luna y eso no era acá. Se ha mentido mucho y eso nos hace daño. Es muy triste”, explica uno de los hombres que lleva semanas trabajando sin descansar, porque “si los chicos no descansan, yo tampoco”. Creen que todavía falta pero que, sino lo encontraron, al menos se acercan a la clave para tener la situación bajo control. No lo cree así, sin embargo, el secretario de Salud de la Nación, Adolfo Rubinstein, que ayer mismo, horas antes de llegar al pueblo –donde se reunió con el gabinete del intendente Antonio Reato, recorrió el hospital y escuchó el estado de situación que describió el Comité de Contingencia–, aseguró que “no se puede decir que está controlado” el brote en Epuyén.

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Las huellas del Hantavirus se leen en la vida cotidiana. “Es toda gente que de un día para el otro no está más”, explica la directora de Cultura, Carla Olivet, quien en estas semanas vio morir a dos compañeros de trabajo, un chofer y una compañera con quien había diseñado el proyecto de gestión para este año. Frente a la Dirección de Cultura, donde se reúne el Comité, vivía uno de los primeros fallecidos por el brote. Había sido concejal, era conocido por todo el pueblo y animaba las milongas que, cada tanto, como evento del taller de tangos, despuntaba en el salón donde ahora seis mujeres actualizan información, febrilmente, en sendas computadoras para relevar el día a día de cada persona sometida a aislamiento. (Al velatorio de ese hombre asistió prácticamente todo el pueblo, no como a los últimos, ocurridos luego de que el intendente Reato dictara la resolución 7/2019 –vigente– que, entre otras medidas, prohíbe reuniones públicas en espacios cerrados, lo que incluye velatorios, pero también misas, como las que celebran habitualmente las muchas iglesias evangélicas presentes en la zona.) Todos saben quién es el peón rural que, sin imaginarlo, llegó a una fiesta de cumpleaños cargado con el virus y contagió a varias personas, entre ellas de su propia familia, que murieron. Alguien recuerda la última vez que abrazó a una vecina para consolarla por su pérdida de un ser querido y el temor que nació días después, cuando se supo que también esa vecina estaba infectada por el virus. Pero ese miedo quedó atrás. Ahora, a la tristeza por los muertos, se suman el enojo, “porque se dicen cosas que no son”, y la incertidumbre de qué pasará este año con el pueblo: la temporada de verano es tradicionalmente la que permite ahorrar dinero para pasar los demás meses. Pero este enero no hay nadie, todas las reservas turísticas se cayeron, la Fiesta del Artesano –100 expositores, más puestos de comida, más actividades culturales ad hoc– programada para este fin de semana próximo se suspendió. Hasta los micros que unen Epuyén con El Bolsón redujeron su frecuencia, y ahora solamente conectan ambas localidades tres veces en todo el día, muy temprano en la mañana, al mediodía y al caer la tarde.  

El pueblo no vive puertas adentro pero todavía no termina de salir a la calle. Gran parte de los habitantes trabajan para el Estado, explica Olivet, pero también hay quienes viven de ser “pequeños productores, artesanos, operadores turísticos” y es preciso evaluar qué sucederá con ellos cuando todas las miradas dejen de estar puestas aquí. En marzo, en abril, ¿qué sucederá con esas familias? De momento no hay respuesta, pero el Comité está armando un relevamiento para tener en cuenta esos casos y gestionar becas o ayudas.

Entre tanto, hay quienes no pueden salir de sus casas al menos hasta mediados de febrero, cuando venza el –hasta ahora– último caso que está bajo control estricto, por sospechas de que podrían haberse contagiado de alguien que sí, efectivamente, dio positivo al virus. “Hay gente con situación judicializada, que no puede salir de su casa por el aislamiento, y hay que asistirlos. Les llevamos pollo, fruta, verdura y alimentos no perecederos. Les dejamos también un teléfono de contacto por cualquier cosa que necesiten, salvo las cosas de Salud, que se encarga la gente del área. Hay gente que tiene recursos y alguien de la familia que vive afuera puede llevarles, pero otros no. A esos también hay que asistirlos porque es más difícil la situación”, detalla Olivet.

En el salón alguien entabla contacto con una delegación del Inadi para pedir auxilio: en los pueblos cercanos se repiten escenas de rechazo a quienes llegan desde Epuyén, por ejemplo, a hacer una compra en algún comercio. Habitantes de aquí cuentan que los echan, directamente. “La gente se sintió estigmatizada”, detalla el médico generalista Jorge Elías, director asociado del Area Programática Noroeste de la provincia de Chubut, responsable de coordinar la reacción sanitaria en la comarca, por la cual, por ejemplo, ayer Esquel se plegó al protocolo que rige en Epuyén y suspendió las “actividades grupales en espacios cerrados” públicas y privadas. “Acá hay una comunidad que está emocionalmente golpeada. Hace muchas semanas. Con pérdida de vecinos, de compañeros de trabajo. Acá el problema es multidimensional: no es sólo clínico, médico, epidemiológico. Es un problema también social”, advierte. Eso recién empieza.

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