Una provocación antes de irse

Por Joaquín Morales Solá

Pidió el voto para su partido, pero no lo nombró a Daniel Scioli ni una sola vez. "El nombre no importa", lo despachó, rápida. 

Habló largamente de la fuerza de su organización política, pero recordó dos veces que los votos del domingo pasado fueron una miseria comparados con los suyos en 2007 y 2011. Le reclamó a su militancia no hablar mal del otro cuando ella acababa de hablar mal de todos los otros. Enojada por momentos, cargada de reproches en otros, Cristina Kirchner se movió entre la confusión y la contradicción en su primera (e interminable) exposición pública después de las elecciones.

Fue un discurso cerrado que abarcó sólo a la militancia. En la Casa de Gobierno estaban La Cámpora y Nuevo Encuentro, el partido de Martín Sabbatella que perdió con todas las candidaturas que se presentó. El peronismo (si es que los gobernadores representan al peronismo) se quedó en Tucumán. Fueron dos espectáculos distintos del oficialismo en un mismo día. Tal vez los gobernadores prefirieron volver a sus provincias y terminar con el viejo show. Conocen desde el principio hasta el final esas habituales puestas en escena de Cristina. La Presidenta sólo tuvo un momento fugaz de tolerancia política cuando felicitó a María Eugenia Vidal, pero otra vez el carácter le ganó a la compostura. Poco después, Cristina demostró que es la jefa de los tuiteros kirchneristas, porque no hizo más que repetir la nueva cantinela del oficialismo en las redes sociales. Esto es: un gobierno de Macri (al que tampoco nombró) sería insoportable, dicen, para los sectores populares. Es lo que ella dijo ayer en los momentos más encendidos de su discurso, que otra vez careció de autocrítica o, al menos, del reconocimiento de que una importante mayoría social (cerca del 65 por ciento de los argentinos) votó contra sus postulados. Prefirió recurrir a la manipulación y el miedo, que son los recursos de los que se sienten perdedores.

Exigió a sus adversarios coherencia entre las palabras y los actos. La coherencia es lo que está faltando en ella misma. Si bien se mira sus últimas decisiones, su gobierno es el primero en suponer que el poder del peronismo se terminará dentro de tres semanas. Sin sutileza ni refinamiento político, el cristinismo está tratando con urgencia de quedarse con trozos del Estado (sobre todo, de la Justicia), como si se preparara ante el fin del mundo.

La decisión de nominar a dos candidatos para las futuras vacantes de la Corte Suprema de Justicia no sólo es irrespetuosa con la legalidad. Fue una provocación. Y no se trata sólo de una reflexión de periodistas. Es la conclusión a la que han llegado casi todos las expresiones políticas opositoras con representación en el Senado, que deberá aprobar esas nominaciones con una mayoría especial de los dos tercios.

Esa decisión significó una mala novedad para Scioli por dos razones. Una: demostró que a Cristina no le importa Scioli ni aun cuando sea el futuro presidente, que es quien debería proponer a los futuros jueces de la Corte Suprema en los lugares vacantes. La otra: introduce en la campaña otro elemento irritativo para vastos sectores sociales. Parte importante de los argentinos que votaron el domingo pasado contra el Gobierno lo hicieron también en repudio de un modo de gobernar autoritario y arbitrario. La Presidenta les dio a esos argentinos nuevos argumentos.

Negociación fallida

En primer lugar, debe aclararse que no existen dos vacantes en la Corte, sino una, la del ex juez Raúl Eugenio Zaffaroni. El juez Carlos Fayt renunció al tribunal, pero aclaró en su carta que la renuncia se hará efectiva sólo el 11 de diciembre. Fayt decidió irse después de Cristina precisamente para que Cristina no tenga la oportunidad de meter mano en la Corte Suprema. Dicho de otro modo: la Corte tendrá dos vacantes sólo a partir del 11 de diciembre, cuando en la Casa de Gobierno haya otro presidente. Desde hace dos meses, la Presidenta viene intentando una negociación con el radicalismo y con el propio Macri. Rebotó de inmediato en los dos lugares, pero decidió continuar con su cruzada, ciega, caminando sin remedio hacia otro fracaso.

Los dos tercios del Senado lo pueden aportar el radicalismo o una mezcla de radicales y peronistas disidentes. El radicalismo ya le había dicho mucho antes que esos cargos de la Corte deberán ser cubiertos por el próximo gobierno. La decisión de los radicales se fortaleció aún más después del domingo, cuando establecieron que un aliado suyo podría llegar a la presidencia de la Nación. Macri ya anunció, además, que su ministro de Justicia sería el actual presidente del radicalismo, el senador Ernesto Sanz. ¿Por qué el radicalismo cambiaría de opinión ahora cuando las cosas han cambiado a su favor y no en contra? ¿Qué lectura ha hecho Cristina de las elecciones como para suponer que tiene márgenes de los que ya carece? ¿No reconoce a estas alturas que sólo le quedan 42 días de gobierno?

Ella demostró que ya perdió toda sensibilidad política. Uno de los abogados propuestos por Cristina para integrar la Corte, Domingo Sesín, es un antiguo, encarnizado y perpetuo enemigo personal del senador Adolfo Rodríguez Saá por muchas más razones de las que se conocen. Rodríguez Saá es el que tiene mayor ascendiente entre los senadores del peronismo disidente. Ayer, todo ese bloque se alineó con el radicalismo para rechazar cualquier intento de Cristina de nombrar a los jueces de la Corte. Los candidatos no tendrán el acuerdo del Senado. Fin de la historia. Duró menos de 24 horas.

Anoche, la Presidenta no hizo en su discurso ninguna mención a esa fracasada decisión sobre la Corte Suprema. No podía ignorar que el intento terminaría mal. Quizá la empujó también la constatación de que llevaba tres días sin que su nombre figurara en ninguna primera plana. Scioli y Macri. Macri y Scioli. Nada de Cristina durante 72 horas fastidiosas. Esa abstinencia de protagonismo se hizo ver anoche cuando fatigó la televisión durante casi dos horas. Pasó de anunciar medidas propias de un intendente a espolear con frases heroicas a una militancia que estaba más dispuesta al llanto que a la alegría.

Está intentado algo más en la Justicia. En el Consejo de la Magistratura, la mayoría oficialista se prepara para designar nuevas autoridades, antes del 22 de noviembre, que durarán hasta fines del próximo año. Un académico kirchnerista iría en lugar de la actual presidenta, Gabriela Vázquez, y ésta se convertiría en vicepresidenta. También se propone nombrar en la planta permanente a unos 200 contratados, la mayoría de ellos de La Cámpora. Decidiría igualmente la remoción de funcionarios de carrera del Consejo, que serían reemplazados por representantes cristinistas. El oficialismo tiene mayoría para hacerlo, pero carece de legitimidad. Ése es el principal conflicto. Nada de eso se haría si Cristina confiara en la victoria de Scioli.

Con todo, y a pesar de todo, la mayor contradicción de Cristina se exhibió ayer sin pudor: habló como si se quedara para siempre con palabras de una despedida triste y resignada.

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