Un presidente seductor e irascible que ahora enfrentará la tentación del poder total

Un presidente seductor e irascible que ahora enfrentará la tentación del poder total
Por Maria Paula Markous |

QUITO.- En octubre de 2006, Rafael Correa era un outsider , un carismático profesor universitario que hacía alarde de su figura no política y prometía una "revolución ciudadana" para reformar la democracia en un Ecuador cansado de la inestabilidad.

Cuando asumió la presidencia, fueron muchos los que creyeron en el discurso de aquel joven economista de Guayaquil, de verbo fácil y ojos verdes, que decía admirar la revolución socialista del presidente venezolano, Hugo Chávez.

Lo veían como una figura carismática y verdaderamente preocupada por la pobreza, que afectaba al 65% de Ecuador. Era, además, la esperanza para acabar con el vértigo político en un país que había tenido siete presidentes en una década.

A otros, en cambio, Correa les daba mala espina: su postura les parecía demasiado radical y su estilo, muy prepotente y agresivo. No les convencía tampoco su paso de 106 días por el Ministerio de Economía del gobierno de Alfredo Palacios, en 2005, cuando se opuso a las restricciones de gasto público que aconsejaba el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Quienes conocen a Correa afirman que el líder tiene estas dos caras. Por un lado, que es un hombre amable, con fama de seductor y con convicciones sociales. De hecho, su gobierno estuvo marcado por un fuerte gasto en programas sociales, subsidios e inversión en educación y salud. Pero, por el otro, su costado más oscuro es el de una persona irascible, que muchos no dudan en tildar de autoritaria.

Esa faceta irascible quedó expuesta al máximo en el momento más difícil de su gobierno, durante la rebelión policial de 2010 que según el gobierno fue un intento golpista. Desencajado, agarrándose la camisa, Correa encaró a los policías y los desafío abiertamente: "Si quieren matar al presidente, aquí está, mátenlo", gritó, con los ojos inyectados en sangre.

Con esa misma energía logró poner bajo su ala a la justicia y a los organismos fiscalizadores de Ecuador y marcó como su enemigo a los medios de comunicación, víctimas de un hostigamiento permanente.

A Correa, que cumplirá 50 años el 6 de abril, el poder siempre le llamó la atención. Su propia madre, Norma Delgado, contó que cuando era chico le dijo que llegaría a ser presidente de Ecuador. Y su hermano mayor, Fabricio, dijo que Correa solía jugar en la ciudad portuaria de Guayaquil a ser jefe de Estado con sus amigos, que cumplían el papel de ministros y recibían sus órdenes.

Criado en una familia de clase media baja, el presidente tuvo una infancia con limitaciones económicas, que no le impidieron realizar un doctorado en Estados Unidos y una maestría de Economía en Bélgica, donde conoció a Anne Malherb, su esposa y madre de sus tres hijos.

Pero a pesar de haber estudiado allí, Estados Unidos y Europa son siempre el blanco de sus críticas. En realidad, nadie escapa de la filosa lengua del presidente. "Sicarios de tinta", "corruptos", "mafiosos", son algunos de los calificativos más suaves que les profiere a los periodistas en sus cadenas nacionales.

Los continuos embates contra la prensa son sólo una de las estrategias comunicacionales de Correa. Su gobierno montó un gran multimedio estatal, incautó medios privados y emprendió juicios millonarios contra la prensa.

Su personalidad combativa e irascible le ha generado varios enemigos, incluso dentro de su movimiento. Su mentor y ex amigo, el izquierdista Alberto Acosta, se separó de su partido, Alianza País, y en las elecciones de ayer compitió contra el presidente. Acosta acusó a Correa de ser un "caudillo autoritario" y de haber traicionado a las bases del partido: los indígenas y los sindicatos.

Huérfano de la izquierda radical y del apoyo del movimiento indígena, los analistas coinciden en que Correa viró hacia a la derecha en los últimos años. De hecho, en su círculo más cercano ahora hay figuras de esta tendencia, como los hermanos Vinicio y Fernando Alvarado (el secretario de la Administración Pública y el ministro de Comunicación, respectivamente) y su compañero de fórmula, Jorge Glas.

Además de pelearse con Acosta, en un plazo de dos años Correa separó a unos diez aliados de su círculo íntimo. También lo acusan de echar a cientos de empleados públicos y poner en su lugar a gente de su confianza. Sus defensores apoyan este estilo combativo y el liderazgo fuerte de Correa. Dicen que es necesario para lograr la gobernabilidad en un país políticamente inestable. Sus opositores hablan de un político soberbio, frío y pragmático, tentado de convertirse en el árbitro supremo de los ecuatorianos..

Comentá la nota