Precaución y alivio entre las voces del no

Exigen que la guerrilla se someta a un sistema de justicia menos laxo.

Luis Gregorio Rivera vive en Toribío, un municipio en el sudoeste de Colombia donde la guerra era pan de cada día. Ahora teme que vuelva la cotidianidad del conflicto armado, tras el rechazo en las urnas al acuerdo de paz con las FARC.

"Uno como colombiano y que ha sufrido la guerra se preocupa mucho, es que la gente no valora esto", dice este agricultor que también se dedica a tareas de construcción, sobre el pacto entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las marxistas FARC.

"Tenía una expectativa muy grande por el sí. Dije: «Pues si todos vamos a votar por el sí, este país lo vamos a cambiar»", sostiene Rivera.

Toribío, anclado en las fértiles montañas del norte del convulso departamento del Cauca, se pronunció a favor del acuerdo: el 84,80% de los votantes respaldó lo convenido tras casi cuatro años de negociaciones en Cuba. Un clamor silenciado por el 50,21% de los votos que dijeron no en todo el país al acuerdo.

"Estamos pensando siempre en la guerra, y en arreglar todo a plomo, y eso no es así. Hay otros sectores de la política que no están de acuerdo y ahí es cuando uno siente esa frustración de que no se haga esta paz", afirma, desde la plaza de un municipio que centra su economía en la caficultura y la siembra de maíz.

Rivera cuenta que en los momentos críticos del conflicto salir a las calles de Toribío, con histórica presencia de las FARC , era un acto de fe. "Hemos sufrido la guerra en carne propia", explica.

Para algunos de los 26.000 habitantes del lugar, la mayoría de la etnia indígena Nasa, el triunfo del no fue un "baldazo de agua fría". Especialmente, porque la violencia del conflicto bajó a niveles nunca antes vistos luego de que la guerrilla decretara una tregua unilateral en julio de 2015. "Esperaba un futuro mejor para mí y para las demás personas que han sido afectadas por el conflicto", indica Jimmy Bermúdez, un campesino que perdió la pierna izquierda por una mina antipersonal.

Pero el anhelo de un futuro sin confrontaciones también es compartido en zonas de aplastante triunfo de la oposición al acuerdo. "Dimos el voto por el no... Ese tratado de paz que se estaba haciendo en La Habana fue un tratado exprés", dice John James García, un vendedor ambulante de 34 años que trabaja en Medellín.

La segunda ciudad de Colombia es el bastión del ex presidente Álvaro Uribe, el más feroz opositor a lo pactado en La Habana. Allí, 62,97% rechazó lo convenido. En esta urbe, la actividad guerrillera afectó a los barrios más pobres, donde eran frecuentes los enfrentamientos entre las FARC y los grupos paramilitares.

"Creemos también que la justicia debe de prosperar ante todos estos tratados, el que haya hecho y cometido algo tiene que pagar de alguna o de otra forma", afirma García en plena calle, rodeado de otros vendedores ambulantes que coinciden.

"Usted se roba un celular, a la cárcel se va. Gente con tanto homicidio y tanta cosa, relajados", asegura el también vendedor ambulante José Nicolás Murillo, que llegó a Medellín desplazado por la violencia.

Pese a la polarización que mostró el plebiscito, seguidores del sí y el no mantienen la esperanza de que el pacto se pueda reconducir.

En "un país que se acostumbró a la guerra (...), la esperanza es que (...) se siga dando el diálogo", dice Rivera, el campesino de las montañas verdes de Toribío, que por años se han teñido de rojo.

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