Plantó bandera en el Aconcagua

Plantó bandera en el Aconcagua

Se trata de Rubén Peña, un riogalleguense que escaló los 6.962 metros que mide la montaña más grande de América, ubicada en Mendoza, para cumplir su sueño y plantar la bandera de Santa Cruz. Fue el único que llegó de un grupo de hombres que llegó con la misma intención.

 

El Aconcagua, ubicado en la provincia de Mendoza, es la montaña más alta del mundo, fuera del sistema de los Himalayas, y la segunda de mayor altura relativa detrás del monte Everest.

Escalar esa montaña es el sueño de muchos, pero un desafío que pocos pueden cumplir y entre ellos está Rubén Peña, un riogalleguense sin experiencia previa en andinismo que se propuso el objetivo y lo cumplió, siendo el orgullo de la provincia.

Una vez cumplido el sueño, y ya de regreso en Río Gallegos, dialogó con TiempoSur sobre la experiencia y comenzó contando que “en realidad fue un sueño que está pensado hace más de un año y hablado con la familia que me dio el visto bueno”.

Contó que para eso se entrenó todo un año, pero en Río Gallegos, corriendo en la autovía, en la escalera y la rampa, por lo que reconoció que su entrenamiento fue rústico.

“Llenaba mi mochila de arena y salía a entrenar a las cinco y hasta las siete, por lo que luego llegaba, me bañaba e iba a trabajar, ya que trabajo en Servicios Públicos.”

Luego agregó que a partir de allí empezó a coordinar con la gente de mendoza para la expedición que duraba 22 días.

El arrancó el 26 de febrero, arribando a Mendoza, cuando chequeó el equipo y comenzó con seis extranjeros: un brasilero, dos noruegos, un belga y un estadounidense.

EL INICIO

“Al día siguiente partimos y en realidad fue todo bastante complicado, porque son varios campamentos que vas haciendo paso a paso. Apenas llegué a Penitentes, que es como a loa 1.100 metros de altura, tenía vómitos y mareos. Eso me preocupó porque era muy rápido para sentirme mal, aunque yo siempre viví en Río Gallegos y no tenía experiencia en el andinismo. Fue un desafío para el cual me mentalicé”,relató y agregó: “Pasando los dos mil metros, me sentí mejor. Yo no hablaba otro idioma, pero el paso de los días hacía que nos vayamos entendiendo con los compañeros.”

Ellos arrancaron en el parque Aconcagua y llegaron a Confluencia, sintiendo el cansancio porque son jornadas de nueve horas de andar con la mochila al hombro.

“Hicimos la famosa Cuesta Brava, que son tres horas de ascenso y ahí me di cuenta dónde estaba y a qué me tenía que atener. Ahí llegamos con tormenta de nieve, así que armamos las carpas y al otro día retomamos”, indicó.

Haciendo memoria de lo difícil que fue todo, resaltó que así era todo de nivel a nivel; con la mochila, caminando y ascendiendo con pendientes no muy pronunciadas al principio, pero con el peso de la mochila al hombro, algo que desgasta.

Un dato no menor indica que Rubén fue el único del grupo que pudo ascender, ya que el resto abandonó en el primer campamento, ubicado a poco más de cinco mil metros.

LA LLEGADA

Rubén comenzó a saborear la gloria cuando se acercó al campamento tres, estando a 900 metros de la cima.

“En ese momento había tormenta y peligraba el ascenso porque había mucho frío, por lo que la decisión dependía del guía, ya que todo era inhóspito para mí”, aseguró.

Rubén contó que la decisión pasaba por el guía y hubo momentos ese día en que todo era incertidumbre, ya que había tormenta y el guía decía que no iban a poder ascender, aunque también indicó que había una mínima ventana para poder ascender, por lo que el guía le preguntó si estaba fuerte y con ganas de hacer la cumbre y Rubén le dijo que no, que para eso había ido. Un grande.

Entonces, la historia dirá que el 24 de febrero partió él con un compañero y el guía, más otra comisión por otro lado, completando tres horas de ascenso hacia la cumbre, cuando se descompuso el único compañero que le quedaba y en ese momento tenía que decidir si volvía con ellos o me unía al otro grupo.

“En ese momento hubo una camaradería entre guías, porque yo tendría que haber vuelto con mi guía, pero me permitieron seguir con la otra compañía”, destacó.

“Desde el campamento tres a la cima hay nueve horas y al llegar a la cumbre lloré, agradecí a mi familia, después me saqué un par de fotos con la bandera de Santa Cruz y estaba chocho porque era algo soñado. Cuando uno cumple un sueño, se derrama en lágrimas, pero después de esos 15 minutos uno tiene que volver, así que cargamos mochila y descendimos. Me costó horrores pero descendimos”, contó con brillo en los ojos, recordando su hazaña.

Luego detalló que en ese momento había mucho frío y que tuvieron que asistirlo para sacarle las botas, porque tenía los dedos entumecidos, pero que se recuperó al tomar una sopa bien caliente y dormir. “El sueño estaba cumplido”, sostuvo orgulloso.

AGRADECIDO

Su regreso con gloria motivó decenas de felicitaciones (más las que se sumarán con esta nota) y Rubén se mostró agradecido: “La gente se portó muy bien y he tenido mucha ayuda. Antes del viaje me ayudaron muchos proveedores, compañeros de Servicios Públicos y Julián Osorio que me dio una mano bárbaro y tengo que agradecerles porque sin esa ayuda hubiera sido difícil porque está todo bastante caro.”

Para finalizar, se lo dedicó a su familia, a los que le tuvieron fé y a los que no igual, asegurando que fue un desafío extraordinario.

“Hay gente que decía que tenía que buscar algo con menos altura y yo me fui a lo más grande de América de una. No tuve dudas y siempre me tuve fe”, afirmó el hombre del que hoy hablará toda la ciudad.

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