Una película que ya vimos, pero con final incierto

Una película que ya vimos, pero con final incierto

Porque se conocían de la facultad, porque tenían necesidades comunes, porque eran del mismo o de diferente partido, pero tenían la misma visión, porque habían trabajado juntos, los romances (más o menos públicos) que mantuvieron y mantienen el presidente y el gobernador de Córdoba signaron varios períodos históricos desde la restauración democrática.

 

Pese a haber sido rivales electorales, Carlos Menem y Eduardo Angeloz –viejos compañeros de estudio en Derecho de la UNC– mantenían una aceitada sintonía allá por finales de la década de 1980. Apenas asumió la presidencia, el riojano le ofreció ser jefe de Gabinete (figura que aún no se había creado constitucionalmente) al cordobés, quien declinó porque consideró que le era más útil siendo gobernador.

La sintonía Menem-Angeloz tuvo dos efectos prácticos para ambos en los esquemas políticos. A nivel nacional, el gobernador le mantuvo el radicalismo fragmentado fogoneando su rivalidad con los alfonsinistas; y en lo cordobés, el peronismo quedó sumido en una atomización alentada por la Casa Rosada y no lograba constituirse en opción electoral, incluso con la provincia en llamas.

 

Eso sí, Menem miró para otro lado cuando su poderoso ministro de Economía, Domingo Cavallo, colaboró activamente con aquel incendio.

 

Pero la sucesión local quedó en manos radicales, y Ramón Mestre padre también era un viejo conocido de Menem y los suyos. Había compartido con los arquitectos del menemismo la Convención Constituyente que habilitó la reelección pos-Pacto de Olivos. Esa aceitada relación tuvo efectos políticos concretos: Menem le allanó una serie de reformas a Mestre que sus propios correligionarios angelocistas se negaban a votar y le mantuvo el peronismo atomizado. El sanjuanino radicado en Córdoba le devolvió gentilezas: fue un tenaz cuestionador de la coalición nacional que se formaba para enfrentar al menemismo entre el radicalismo y el llamado “Frepaso”, que derivó luego en la Alianza.

José Manuel de la Sota, el líder de un peronismo cordobés que se había debilitado por esos acuerdos entre el presidente del PJ y los gobernadores de la UCR, le tuvo que ofrecer a Menem una sociedad política que incluía la vicegobernación, la candidatura a intendente de la ciudad de Córdoba y otros entendimientos no escritos para poder terminar con 16 años de gestiones radicales.

Años después, De la Sota tendría un rol de sumisión al presidente como habían tenido sus antecesores. Se subordinó a Néstor Kirchner, pese a que ambos se detestaban.

Kirchner decidió hacer otro juego en Córdoba, el de la doble canasta de su transversalidad y desde la Casa Rosada los tenía al gobernador y al intendente capitalino Luis Juez peleados acá, pero tributando ambos al esquema K. “Como juega el gato maula con el mísero ratón”, según reza el tango.

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