Pechito: la muerte que revolucionó al barrio de Palermo

Pechito: la muerte que revolucionó al barrio de Palermo
El deceso de Pechito, el linyera que vivía en Scalabrini Ortiz y Santa Fe movilizó al barrio. Exigen poder velarlo y, también, respuestas sobre la actuación del Estado. ¿Hubo abandono de persona?

La historia de Pechito, fallecido el sábado pasado, es la historia de los desclasados, de los que viven en los márgenes de los márgenes, es la historia de los que son paisaje. O no tanto. Pechito fue regado por mil soles y besado por mil vientos pero, a diferencia de la canción de Antonio Tormo, lo suyo no era llevar la casa a cuestas como el caracol. Adrián Alejandro “Pechito” Ferreiro, quien el 28 de marzo había cumplido 40 años, vivió más de una década en Palermo, primero por el parque de Santa Fe y Malabia, luego cerca de las bodegas Giol, hasta recalar hace unos años en la esquina de Scalabrini Ortiz y Santa Fe, a metros del restaurante Plaza del Carmen, casi pegado a la boca de la estación Scalabrini Ortiz del subte de la Línea D. Su viejo colchón, un par de frazadas, una tele con cable y un equipo de música eran todas sus pertenencias. Sus perros, que paradójicamente había rescatado de la calle, el Weimaraner al que llamó Galo y el cuzco Pechín, su familia. Por esa lógica espasmódica que tienen los medios y esa viralidad tan instantánea de las redes sociales, los vecinos enseguida dieron a conocer que el viernes 30, cerca de las 11.30, mediante un operativo del programa Buenos Aires Presente (BAP), que depende del ministerio de Desarrollo Social del GCBA, Pechito había dejado su lugar, el lugar de la querencia. “¡Yo vi cuando se lo llevaron!”, soltó Mario en la despedida simbólica que los vecinos, al cierre de esta edición, le ofrecieron a Pechito en la esquina que fue su casa. Hubo muchas lágrimas. Y eran de las que se contagian.

El periplo posterior de Pechito es casi un misterio o, cuanto menos, es una cronología con algunos agujeros negros. Pechito se sentía mal, se le notaba. Varios vecinos comentaron a NU que unos días antes de que se lo llevara el móvil del BAP “apenas levantaba la cabeza para saludar y después seguía durmiendo”, aunque la afección que revestía su estado, a simple vista, no indicaba demasiada gravedad. Gravedad de muerte. Cuentan también que periódicamente, BAP mediante, se le hacían chequeos. Aquel viernes, aparentemente, un vecino llamó al programa, preocupado: no lo veía bien. Lo llevaron, entonces, con la promesa de una vacante, para él y sus perros, en el hospital Rawson. Allí nunca ingresó. Luego pasó por el Penna, donde le hicieron placas y exámenes de rutina. Sin embargo, no está registrado su paso por el hospital de Parque Patricios. Lo que sigue es una desaparición de dos días. ¿El resultado? Pechito golpeado, semidesnudo y descompensado en las inmediaciones del Nuevo Gasómetro, la cancha de San Lorenzo. En el hospital Piñero estuvo en la guardia, y en el Fernández, con la salud deteriorada, solo lo trataron en la guardia: terminó en el Rivadavia, en terapia intensiva, encontrando la muerte el sábado al mediodía. Los vecinos lo acompañaron en el periplo hospitalario, turnándose para cuidarlo. Dicen que murió de neumonía. Eso dicta, al menos, su partida de defunción. Hoy su cuerpo yace en la morgue porteña. En Palermo quieren saber de la autopsia pero con peritos de parte. Y quieren despedirlo. Sobre todo, despedirlo.

Noticias Urbanas habló con Pablo Tesija, abogado y vecino de Palermo, quien ya lleva presentados varios pedidos ante la Justicia: “Para que se investigue por qué una camioneta del BAP lo levantó el 30 de agosto, por qué estuvo desaparecido 48 horas, por qué murió; queremos saber si hubo o no abandono de persona con Pechito”.

Rápidos de reflejos, en el GCBA pergeñaron una movida mediática para hacer frente a las críticas. Como siempre, la tele embebe de efecto más fácilmente. Así, por ejemplo, uno de los mejores espadachines macristas, Horacio Rodríguez Larreta, estuvo el lunes en Intratables, el programa que Santiago del Moro conduce en la noche de América. Pasemos en limpio: el jefe de Gabinete de ministros porteño se excusó en el clásico comodín que se suele usar para estos casos: Pechito quería estar ahí, en esa esquina, con sus perros, y había que respetarlo, pues esa era su voluntad. Ahora bien, respecto al itinerario de Ferreiro por distintos hospitales de la Ciudad, su desaparición, la golpiza que aparentemente sufrió, mucho gesto y poca palabra.

“Nada me indigna más que la frivolización del tema de la gente en situación de calle”, tuiteó la legisladora Gabriela Cerruti ante la repercusión que el caso cobró por estas horas. El tipeo apuntó, en rigor, hacia la defensa del programa Buenos Aires Presente, prácticamente desmantelado por el Pro a comienzos de año y reactivado hace poco: “Perdón por la catarata de tuits, pero mi respeto a cada trabajador social que hoy, bajo esta lluvia, está recorriendo la Ciudad” (sábado 7); “Solo en caso de que sean menores, por la ley de protección, el Estado puede actuar obligando a ir a un refugio. Y con los padres”; “Se excluyen (los linyeras) a veces de su propio cuerpo, por eso no sienten ni frío ni calor, por eso muchas veces lo primero es rehabilitación muscular”; “Son casos psiquiátricos. Ni siquiera sienten frío o calor en sus cuerpos”.

“La desidia de algunos funcionarios, la naturalización de las personas en situación de calle y una política del GCBA de exclusión conllevan estas consecuencias. Seguiremos la causa penal hasta las últimas consecuencias. Ahora se transforma en homicidio culposo. Pero ya es tarde para salvarlo”, expresó, por su parte, María José Lubertino, diputada K. “Pechito es un desaparecido en democracia”, afirmó a NU. “En la Ciudad, no tenemos registros oficiales de personas en situación de calle, y lo peor de esto es que puede volver a pasar”, agregó.

De ahora en más, todos los miércoles habrá reuniones en la vereda del Banco Francés para sostener esta militancia insospechada. Además de ir por el recurso de amparo colectivo por las personas en situación de calle, en breve, los vecinos piensan montar una fundación. Y en lo inmediato, allí habrá una baldosa que recordará a Pechito para siempre.

La despedida simbólica concluyó cuando Virginia González Gass llegó a Scalabrini Ortiz y Santa Fe, directo de la Legislatura. “El bloque del Pro denegó el tratamiento del pedido de informes que queremos presentar al Poder Ejecutivo en la sesión de esta semana”, explicó, preocupada. No fueron buenas nuevas. Por eso, este jueves al mediodía, los vecinos de Pechito se autoconvocaron en Perú 160. “No pedimos más que nos escuchen, e intentaremos velar a Alejandro, porque lo sucedido con él tiene que ser parte de la agenda de los legisladores. Queremos llegar al conocimiento de la verdad”, expresaron los vecinos a este medio. También relataron que Galo y Pechín hoy son cuidados por Felipe, miembro de una empresa que nuclea paseadores de perros.

Es que los vecinos pretenden, sin más, saber dónde llevarle flores a ese hombre oriundo de San Miguel, de mamá muerta en su parto, de papá mujeriego, de hermano atropellado por un auto, de toda una vida llevando, como el caracol, la casa a cuestas (ahora sí, Tormo). Pretenden llevarle flores como esas flores que hoy ocupan ese cachito de vereda donde vivía el hombre que, paradójicamente –otra vez, las vueltas de la vida–, después de haber puchereado paseando perros, cantando temas de Cacho Castaña, haciendo trámites, baldeando, arreglando motos a cambio de pizza, no murió de frío. Porque a Pechito no lo mató la calle.

La ley, letra (casi) muerta

La Ley 3.706, sancionada en 2010, conocida como Ley de Protección de los Derechos de las Personas en Situación de Calle, fue presentada en 2009 en el contexto de una fuerte lucha de las organizaciones y fue vetada dos veces por el Ejecutivo porteño antes de su aprobación. ¿Su reglamentación? Recién se concretó en agosto de este año.

Entre varias cuestiones, la ley estipula la realización de un censo de personas en situación de calle. Las organizaciones sociales vinculadas a esta temática están bregando para que se efectúe antes de 2014 porque entienden que se trata de una herramienta estratégica para alimentar el armado de políticas habitacionales.

“Todos y cada uno de los servicios socioasistenciales (…) se garantizan mediante la prestación articulada y de forma continua durante todos los días del año y las 24 horas del día”, indica el texto, en su artículo 7. Esto significa dar por tierra oficialmente la política de los paradores nocturnos, inútiles para aquellos que tuvieron asegurada una cama de noche (muchas veces con maltrato incluido) y el completo abandono de día. Por otro lado, el costado menos amable de la cuestión pasa por el artículo 5, vetado por Macri, que establecía el derecho a la Ciudad: “Atribución de libertad sobre el uso igualitario y no discriminatorio del espacio público, su uso y disfrute y el derecho de acceso a los servicios por parte de todos los habitantes”.

Horacio Ávila: “Nadie quiere vivir en la calle”

“En la Ciudad de Buenos Aires mueren por año unas 100 personas en situación de calle, y hay unas 17 mil que viven en esas condiciones y otras 700 mil que se encuentran en emergencia habitacional”, precisa, de arranque, Horacio Ávila, director del Centro de Integración Monteagudo, de Parque Patricios, y referente de la ONG Proyecto 7, que trabaja en la revinculación de personas en situación de calle.

“Ojalá que el caso de Pechito sea un detonante para atender esta problemática, aunque yo no lo creo. Pero lo cierto es que el Estado no puede seguir sosteniendo muertes en la calle por falta de políticas públicas. La diferencia de la muerte de Pechito con tantos otros es que este caso tomó visibilidad, si no hubiese sido un NN más. Por eso es importante hacer algo, por él y por todas las muertes que se vienen”, anuncia en diálogo con NU.

“Por un lado, los vecinos lo sostenían, pero por otro lado uno no se explica cómo nadie hizo nada para evitar que siga durmiendo en la calle. Creo que está mal que ahora se esté tratando de convertir en mártir a una persona que de haberse actuado antes, porque Pechito estuvo más de una década en la zona, a la vista de todos, probablemente no hubiera fallecido. No me olvido de las últimas notas que le hicieron donde decía claramente que estaba ahí esperando su muerte. Ninguno de nosotros supo interpretar su mensaje”, lamenta Ávila, quien de vivir en la calle sabe mucho: lo sabe por propia experiencia desde 2002, cuando la debacle lo dejó, hasta cinco años después, sin casa por no poder pagar el alquiler. Hoy valora desde el hábito de afeitarse tranquilo hasta el mate en la cama.

“Le discuto a quien sea que nadie quiere estar en la calle. No conocí a nadie elegir eso como opción de vida. Nadie elige pasar por esa situación, pero hay una cuestión muy compleja –continúa– anímica, psicológica, emocional y un contexto que no da una salida válida. Hay que indagar más a fondo este problema. En el Centro Monteagudo, en el que ya resocializamos a 70 personas, hay gente que estuvo 20 años en la calle y solo aceptó ir ahí”.

Y concluye: “Hay circunstancias determinadas para que una persona pueda empezar a salir; pero a la vez es muy loco, desde lo psicológico, que una persona quiera volver a un lugar que lo expulsó y al que además nadie le asegura que no vuelvan a expulsarla”.

Florencia Montes Páez: “Exigimos políticas integradoras”

Florencia Montes Páez, integrante de la organización No Tan Distintas, que trabaja sobre la problemática de las mujeres en situación de vulnerabilidad social, señala: “Venimos exigiendo que haya políticas públicas integradoras en la Ciudad para evitar cosas como la que le pasó a Pechito”.

“Este caso tiene dos aristas: una, la ausencia estatal que permite que esto pase, y la otra tiene que ver con el tema de cómo esta muerte cobró renombre cuando en realidad hay muchos casos similares. Esto habla de la frivolidad de la gente de esa zona de Palermo, donde estaba Pechito, porque en el relato, la gente dice que ‘era buena persona’, que ‘qué lástima que se murió alguien bueno’, cuando en realidad estamos hablando de una persona que tenía sus derechos vulnerados”, cuestionó.

Montes Páez expresó, a su vez, que para los vecinos este hombre “era como un adorno del barrio, como un cachorrito, lo cual es terrible, pero además lo que hay que entender es que nadie elige vivir en la calle”.

Los números del desamparo

Según el Censo 2010, en la Ciudad de Buenos Aires hay medio millón de personas afectadas por el déficit habitacional, mientras 340 mil viviendas están vacías. La Encuesta Permanente de Hogares (EPH) elaborada por el Gobierno porteño, en tanto, confirmó este año una tendencia en franco ascenso desde 2003: hay cada vez más inquilinos. En 10 años se pasó del 23,9 por ciento al 31 por ciento.

El mismo instrumento da cuenta de que el 4,8 por ciento de los porteños (138.768 personas) vive en inquilinatos, conventillos y pensiones, y que el 0,7 (20.237 personas) son ocupantes ilegales. No hay datos oficiales –el punto constituye uno de los blancos de los cuestionamientos opositores– del número de desalojados ni de las personas que están en juicio de desalojo. Las organizaciones sociales estiman que la cifra oscila entre 4.000 y 5.000 familias por año.

En 2009, por otra parte, Médicos del Mundo llevó a cabo un conteo que, contemplando a cartoneros y personas desalojadas, marcaba 15.253. Ya pasaron casi cuatro años y la situación, en todo caso, parece empeorar.

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