El patrón de la villa

El patrón de la villa
José Luis Colombatti fue menemista, duhaldista y delarruista; hoy es delasotista y kirchnerista. Gobierna su pueblo serrano como si fuera su propiedad privada. Los empleados trabajan sin ser formalizados y no permite asumir a un secretario de la oposición.

José Colombatti ingresa al despacho como un huracán.

–Buenas... ¿qué andan haciendo por acá?

No le importa interrumpir la conversación que recién comenzamos con Claudio Torres, el encargado del hospital de día de la comuna. Estamos en la oficina de Torres y acabamos de preguntarle cómo es que dirige un centro de salud pese a ser bombero y no tener título médico. Pero su superior, el jefe comunal Colombatti, está urgido por saber qué hacen un periodista y un fotógrafo en sus dominios; quiere saber cómo alguien se atrevió a ir a hablar con un empleado de su comuna sin primero pedirle permiso a él.

Colombatti está agitado. Tiene los cabellos canosos parados, lleva una boina a cuadros en la mano, viste un rompevientos oscuro y acomoda su metro noventa centímetros en una silla frente a nosotros, con las piernas bien abiertas, y nos mira fijo. Es el patrón de la estancia. O del pueblo que gobierna como si fuera una estancia desde hace 19 años. Hace 17 que tiene el cargo formal de jefe comunal de Villas Ciudad de América, un pueblo serrano estirado a la vera del lago Los Molinos, que cuando no es verano parece una colonia de vacaciones vacía.

–Colombatti, dicen los policías que no tienen hojas para fotocopias. ¿Les doy? –le pregunta una empleada que asoma la cabeza por la puerta del hospital.

–Sí, déles, déles.

Luego, Colombatti nos da a entender que la Policía local es un parásito de la comuna: “Nunca tienen tinta, nunca tienen hojas, les pagamos los repuestos del móvil y hasta la cuenta del celular”.

Colombatti nos lleva hacia su oficina en la comuna, a pocos metros. El encargado del hospital con el que estábamos hablando tenía un hacha sobre su escritorio. Pero Colombatti, en el suyo, tiene algo mejor: una pequeña pistola 22 milímetros, acomodada en el centro, arriba de un expediente.

Su oficina parece una de esas casas abandonadas y revueltas de las películas de invasiones zombies.

Además de la pistola, en su escritorio hay montoncitos de facturas y remitos atados con gomitas y un pisapapeles con la imagen de una Virgen. A un costado, arrojada sobre el piso, hay una montaña de bolsones con comida, otro promontorio con expedientes y una colección de caños de zinc. En las paredes, se ve una foto con el ex presidente Fernando de la Rúa, un escudo radical y un enorme afiche de Colombatti con el gobernador José Manuel de la Sota adherido a la puerta: “Sigue el progreso en Villas Ciudad de América. Progreso somos”, y brillan dos sonrisas.

“Me molestan mucho esas críticas. ¡Si yo vivo para esto!”, dice Colombatti. Luego nos pregunta cuándo va a salir publicada la nota.

Lecciones. Sergio Guardia es uno de los escasos habitantes del pueblo que se atrevieron a disputarle la jefatura comunal a Colombatti en una elección. El año pasado, se presentó en una lista del radicalismo y pudo rescatar 87 votos, pese a que, según cuenta, Colombatti estuvo ocupado durante la campaña repartiendo bolsones con alimentos y bloques de cemento entre los 505 votantes que integran el padrón total.

Colombatti ganó con más del 70 por ciento de los sufragios, pero los votos que obtuvo Guardia bastaron para elegirlo como secretario de la comuna y conseguir el ingreso de otro de sus colaboradores al Tribunal de Cuentas. Guardia denuncia que desde la asunción de autoridades en diciembre pasado y hasta hoy, Colombatti no le permite asumir el cargo.

“Jamás–dice Guardia– me dejó acceder a los asuntos de la comuna. Llevo ocho meses pidiendo un lugar para trabajar y Colombatti me contesta que mi lugar de trabajo es todo el ejido comunal. ¿A usted le parece? No tengo acceso a los libros de la comuna; sólo me dejan ver el libro de actas. El 30 de junio se debió haber presentado el balance, pero hasta hoy nadie sabe si existe”. Hasta llegaron a colocar un cartel en la comuna, con su nombre, prohibiéndole la entrada.

A pocos metros de la comuna, vive otra de las víctimas políticas de Colombatti. Matilde Echevarri armó una lista vecinal para competir en las elecciones de 1995 contra Colombatti. Luego de ese gesto de osadía, perdió casi todo el terreno donde tiene su casa. La comuna construyó un enorme tinglado sobre su lote, aduciendo que esa propiedad le pertenecía. Matilde sólo pudo conservar 250 metros cuadrados de su lote de 1.700. Desde hace más de una década, convive, empalizada de por medio, con todo el parque automotor de la comuna, la autobomba de Bomberos y una guardería. Todo instalado donde antes tenía su jardín.

Según Matilde, la comuna cambió el lugar de un mojón para poder hacer una medición que le quitara casi toda su propiedad. Luego, Rentas le inició juicio, porque pensó que el tinglado era suyo, y como no pudo demostrar que no le pertenecía, porque figura en su terreno, no tuvo más opción que hacer un plan de pago para pagar la deuda. “Son años de vivir esta locura. Escuchando la sirena a la madrugada, sintiéndome vigilada y viendo cómo la comuna instaló el tanque de combustible, con el que carga a sus vehículos, justo al lado de la guardería. Imagine el peligro que es eso”.

El bombero del valle. Las mejores horas de fama de Colombatti coinciden con la temporada de incendios que cada año azota a la provincia. Es como el bombero de todo el valle de Calamuchita, una figura que aparece por radios y canales de televisión apenas la primera llama se enciende sobre los cerros. Es una voz que, con marcado sentimiento, se lamenta por las pérdidas que deja el fuego cada invierno. Su hijo, Marcelo, fue hasta hace poco tiempo la máxima autoridad provincial del Plan de Manejo del Fuego.

El pueblo de Colombatti ya tiene construidas 10 casas desde hace años, que fueron solventadas con dinero provincial para suplir a las viviendas afectadas por el fuego. Esto estaría muy bien, si no fuera que... ninguna vivienda de Villas Ciudad de América fue tocada por los incendios. Nunca se quemó una casa en la localidad, pese a que Colombatti hacía dramáticas declaraciones en medios nacionales y provinciales, como si las llamas hubieran corrido por la calle principal. La decena de casas sigue sin ocuparse, y el motivo sería un conflicto por la propiedad de la tierra donde se construyeron.

Guardia, el rival de Colombatti que también fue bombero, recuerda que, con el fuego ya iniciado, el jefe comunal los hacía esperar durante horas, tomando mate cocido con criollitos, antes de entrar en acción. “El frente de fuego, que era de unos 300 metros, llegaba a ser de kilómetros cuando empezábamos a trabajar. Supongo que, a más daño por el fuego, más eran los fondos que enviaba la Provincia para la comuna”.

Otras personas de la zona también apuntaron a Colombatti por la actitud que mantuvo en algunos incendios. El empresario forestal Ernesto Neher fue uno de los que, luego de perder mil hectáreas forestadas, señaló al jefe comunal y de Bomberos por demorar tres horas en responder su pedido de ayuda y haber dado una respuesta inoperante al incendio.

Más sorprendente es lo que ocurre con el basural a cielo abierto de la comuna del bombero Colombatti: es quemado regularmente para disminuir la cantidad de desechos. El último de estos incendios, el 19 de julio pasado, se fue de control, y cualquiera que pase hoy por la ruta al borde de Villas Ciudad de América puede ver las sierras negras y sin un solo árbol, luego del incendio que rodeó el tanque de agua de la población, la antena telefónica, un hotel y casi quemó unas viviendas, lo que obligó a evacuar a algunas familias. Colombatti –faltaba mencionar este dato– es también el jefe local de Bomberos. Cuando iba por su segundo mandato, a fines de la década de 1990, Colombatti pronosticó que iba a ir por la re-re-reelección y que sería jefe comunal hasta 2010. En aquel momento pareció una bravuconada. Pero estamos en 2012.

–¿Va a seguir hasta 2020, Colombatti?

–Prefiero no decir nada.

Nos acompaña hasta fuera de la comuna, se despide, se alisa el pelo con una mano, se acomoda la boina y regresa, tranquilo, a su despacho.

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