Una pasión que no muere

Una pasión que no muere

El “Templo Santo” se inspiró en la canción de la hinchada y para cumplir el sueño de los fanáticos

La Ciudadela lo canta, lo pide, lo sueña... “Y acá está, hecho realidad...”. Francisco Arroyo se apura emocionado y así completa la frase. Tiene ojos sólo para el cajón blanco con el escudo del “Templo Santo” en el medio; con una cruz roja de hierro, franjas rojas cortas en las partes inferior y superior y a los dos costados la frase: “un ciruja de ley”. Su admiración es toda para el sarcófago que un famoso cajonero le hizo pensando en que sea centro de la sala velatoria temática que preparó a pulmón, especialmente para cumplir el sueño de los más fanáticos. De aquellos que se quieren ir a la tumba envueltos en un trapo rojo y blanco.

“Este es el primer cajón de los 100 que encargamos. Algunos ya lloraron encima de él... Se emocionan y me dicen ‘mi viejo quería uno de estos’ y me preguntan cómo no apareció antes”, relata “Fran”, que no sabe qué título ponerse cuando piensa que “hincha de San Martín” ya le quedó corto. Esa pasión extrema es la que comparte con aquellos en quienes pensó cuando decidió cambiar el centro de rehabilitación en la planta baja de su casa por el complejo velatorio de la “Organización Cardales”, ubicada en calle Pellegrini (¿cuál otra?) 1.563, con una sala de aquel nombre: “Templo Santo”.

Como en la cancha

Las cortinas al tono son la puerta al paraíso de los hinchas “santos”. El suelo es césped sintético y las paredes en realidad son las tribunas de La Ciudadela. De frente aparecen las plateas y los palcos que darían a calle Matienzo, y a la izquierda una tribuna repleta un fin de semana, con banderas y frases de las canciones que entonan partido a partido. 

Es una verdadera obra de arte la de “Luizito” Mendoza. “A él, que es el que hace las banderas para la hinchada, tres meses atrás le dije: te tengo un trabajo... Y salió todo esto”. Los asientos de cemento salen de las mismas paredes, con almohadones rojos y blancos.

“Estar acá es como estar en la cancha. Como estar sentado en una platea de La Ciudadela”, dice con razón Francisco.

A la derecha está él, “el ciruja”, llorando a la par del cajón. “Lo único celeste en este lugar son sus lágrimas”, resalta. Y es verdad, porque claro que en esta sala el rojo y el blanco ganan por goleada. Atrás, un pequeño patio “ciruja”, donde sobra verde y detalles sanmartinianos.

Así como La Ciudadela es la casa de los miles de fanáticos, este es “Templo Santo” literal. “Y eso que comenzó como una locura. De tanto escuchar los pedidos de la hinchada en su más famoso cancionero. Y como ninguna empresa fúnebre lo iba a hacer…”, recuerda el hombre su idea, fomentada también por el otro gran fan de la familia: su hijo Facundo.

El principio de la historia

“Antes de pensar en todo esto, cuando el equipo jugaba en la Liga, un domingo viajábamos a Monteros para ver el partido. Un muchacho por la Avenida Independencia nos hizo seña para que lo lleváramos. Vestía un short, camiseta del “santo” y una gorra. No tenía nada más. En el camino paramos en casa de un amigo para hacer un asado, y el chico nos dijo: ‘amigo, me voy a quedar en la puerta nomás, porque no tengo una moneda. Ni para la entrada’. Claro que lo hicimos pasar igual, pero fue de vuelta en la ruta cuando ‘Facu’ me miró y me preguntó: ‘papá, ¿por qué el hincha de San Martín nunca tiene nada. Nadie hace nada por él’?. Y era verdad...”. 

Con su relato, Francisco avisa que tiene muy en cuenta quiénes serán los destinatarios del servicio que comenzará a brindar. 

“No le apunto a la gente que tiene, a los que cuentan con obra social que sé que tendrán servicio fúnebre. Le apunto al ‘ciruja’ que no tiene nada. Como se dice: no tiene dónde caerse muerto. Pero bueno, ahora sí”.

El sueño cumplido

Francisco no sabe si lo que emprendió le dará tanto rédito económico. A su verdadera meta ya la alcanzó y eso es suficiente para estar orgulloso en cada paso que da dentro del templo. “Cada ‘ciruja’ que viene quiere ayudar y entonces pienso que ya triunfé. No sé si voy a hacer plata, pero: ¿quién me quita el gusto de haber hecho todo esto? El corazón ya está lleno, el bolsillo veremos”, cuenta y respira profundo otra vez mirando fijo el cajón impecable: “Y ya está. Si me muero ya tengo para que me metan ahí adentro”.

Francisco sabe que lo único que no morirá será su pasión por San Martín, y por eso no se impresionan conversando de estos temas. Al contrario, y lo dice: “es un dolor muy grande perder a cualquier ser querido, pero acá por lo menos les damos el gusto a los miles que piden morir en un lugar como este”.

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