Una palmada del juez para digerir el ajuste

Por Francisco Olivera

Una palmada del mediador elegido por el juez puede valer casi tanto como una sentencia. En el momento en que Luis Caputo, secretario de Finanzas, y Mario Quintana, vicejefe de Gabinete, se aprestaban a retirarse de una de sus tantas visitas al despacho de Daniel Pollack, special master en el juicio que la Argentina enfrenta por la salida del default, el anfitrión les dio un sugestivo consejo táctico. "Váyanse sin saludar a los representantes de los holdouts -dijo-.

No hablen más: ellos tienen que estar convencidos de que para ustedes es un mal acuerdo". Pollack los acompañó entonces al ascensor, donde no ocurrió lo que temía: la delegación argentina se retiró del recinto sin cruzarse con nadie. Faltaban pocas horas para que, el lunes, él mismo anunciara públicamente el acuerdo entre la Argentina y los cuatro fondos buitre más agresivos. Fue el principio del fin de un conflicto que, si todo sale como lo espera, el Gobierno cerrará el mes próximo mediante el pago a los acreedores.

Este último espaldarazo de Griesa fue un gesto hacia el mundo financiero, pero contribuyó también a la cohesión interna de un gobierno que, hasta hace unas semanas, siempre en voz baja, empezaba a inquietarse ante variables económicas que asoman más rebeldes de lo que algunos pensaban. Será un año largo. Guillermo Oliveto, uno de los asesores del Gobierno en cuestiones de tendencias, acababa de plantearlo delante de funcionarios: así como en la administración macrista porteña hubo un resultado visible, el Metrobus, que volcó masivamente los comentarios de la prensa y el público hacia la gestión, el arranque en la Nación recorrió el camino inverso: venía muy bien hasta que algo lo trastocó y, de pronto, las opiniones de apoyo inicial empezaron a mezclarse con las negativas. Oliveto cree que ese punto de inflexión funesto fue el aumento de tarifas, una evaluación que parte del equipo económico acepta.

He ahí la importancia de lo simbólico. Marcos Peña suele decir que, como es imposible llegar a mostrar resultados contundentes en poco tiempo, lo más aconsejable es llegar a las elecciones de 2017 exhibiendo algún acierto taquillero o al menos que se está en la buena senda.

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El acuerdo con los holdouts parece haber cumplido dentro del Gobierno ese cometido. Y el envión se potenció el martes, con un discurso del Presidente ante la Asamblea Legislativa que la mayor parte de sus aliados juzgó acertado y que contó además con un apuntalador involuntario: el abucheo del bloque del Frente para la Victoria, el adversario público elegido por los estrategos de comunicación oficial. "Parecían adolescentes, no los superpoderosos de hace tres meses", se entusiasmaron al día siguiente en la Casa Rosada.

El oficialismo volvió desde entonces a sentirse unido. Justo en momentos en que Macri empezaba a llamarles la atención sobre las internas entre funcionarios. Es probable que la postergación de los aumentos en gas y transporte, pensados inicialmente para ayer, apunte a no romper el hechizo con marketing negativo. El miércoles, en Tecnópolis, durante una reunión de gabinete extendida a todo el espacio de Cambiemos, el Presidente insistió con la idea de pensar en equipo especialmente en las declaraciones que se hacían a la prensa. Ese encuentro de dos horas ayudó además a develar no sólo parte de la estrategia, sino también a uno de sus principales demiurgos: Gustavo Lopetegui, el otro coordinador, con Quintana, del gabinete económico.

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Lopetegui no es hombre de andar cuidando las palabras. Fue, por lo pronto, quien calculó en casi 700.000 millones de dólares -más de un PBI- el monto adicional que recibió la Argentina en ingresos tributarios entre 2003 y 2015 respecto de los años 90, comparación con que el Presidente arrancó su discurso ante la Asamblea Legislativa. En Tecnópolis, Lopetegui les pidió a los funcionarios que le enviaran los presupuestos de cada área y los exhortó a bajar el gasto. Al ritmo que venimos, alertó, no llegamos al 4,8% de déficit fiscal sobre PBI que nos propusimos para fines de año.

El impulso anímico será entonces bienvenido para acompañar ese ajuste tan necesario como complicado de explicar en público y que, con endeudamiento, una vez resuelto el default, el Gobierno intentará atenuar lo más que pueda. De ahí, también, la necesidad de reservarle el martes un tercio del discurso a la herencia recibida. Macri le viene dando a la comunicación casi tanta importancia como Cristina Kirchner; ortodoxia sin globos amarillos puede ser en la Argentina muy difícil de digerir. Más si, como esta semana, el Banco Central apela a subir las tasas de interés para atenuar el apetito por el dólar. Ese giro monetario conservador reabrió las diferencias entre los economistas de Cambiemos. "Con la política de Prat-Gay estoy de acuerdo; con Sturzenegger, no, porque juega a la ortodoxia", dijo Javier González Fraga, economista de Cambiemos, y al día siguiente se rectificó celebrando la "coordinación" entre el ente monetario y el Palacio de Hacienda.

Si atiende al método de Oliveto, es indudable que Macri necesitará este año varios Metrobus. Hitos capaces de generar aprobación que prolonguen la paciencia no sólo de la sociedad, sino también de sectores empresariales. Esta tensión entre lo que se espera y lo que se viene logrando se exhibió claramente el martes, durante la reunión del comité de la Unión Industrial Argentina, cuando el metalúrgico Carlos Garrera y el maderero Pedro Reyna se quejaron ante sus pares de que no hubiera existido en el discurso de la Asamblea Legislativa una sola palabra dedicada al sector fabril, y Adrián Kaufmann, presidente de la entidad, que venía de ese acto en el Congreso, los alentó a ser menos exigentes con una administración que no lleva tres meses. La ansiedad de los industriales empieza en realidad en Brasil: afirman estar 30% por debajo en competitividad del socio del Mercosur y, para peor, ven que sus pretensiones de bajar los costos mediante una mayor devaluación se extinguen ante el riesgo inflacionario. La suba de tasas acabó esta semana por convencerlos de que lo del Gobierno es todavía un plan de estabilización, no de desarrollo.

Es cierto que la imagen de los camporistas exaltados en el Congreso parece haberles extendido a varios de ellos el umbral de tolerancia. "La opción era esto o ella, y a mí no me da más el físico para ella", concluyó en la intimidad Héctor Méndez, líder de los plásticos, en alusión a Cristina Kirchner. La encerrona superada versus la salida que se demora. Es un poco la lógica de Griesa, el juez que llegó en 2014 a acusar al país de difundir "información muy engañosa" y ahora aprueba. Más que de entusiasmo,

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