De pactos y pactitos, de Cristina y su librito

Por Carlos M. Reymundo Roberts

A la tierna edad de 4 o 5 años, mi padre me sentó en la falda y me dio tres grandes lecciones políticas: "Primero. Los grandes acuerdos con la oposición se firman cuando el gobierno es fuerte, no cuando está más débil; cuando asume, no cuando se está yendo. Segundo. El pez por la boca muere. Tercero. En las manifestaciones, nunca te pongas delante de las tanquetas".

Lo increíble es que el expresidente uruguayo Pepe Mujica debe de haber recibido de su padre la misma lección sobre cómo moverse en una protesta. Esta semana, al justificar que tanques del régimen de Maduro hayan pasado por encima de chicos de 14 y 15 años, reduciéndolos a una mancha de sangre sobre el pavimento, dijo precisamente eso: "No hay que ponerse delante de las tanquetas". Claro que no. La visión de los conductores de tanques es reducida.

En cambio, se ve que Franco Macri nunca le habló a Mauricio sobre el mejor momento para llegar a grandes acuerdos sobre políticas de Estado. También es cierto que muchos otros sí se lo dijeron, de todas las formas y en todos los idiomas, y la propuesta pereció debajo de las orugas de Marcos Peña y Durán Barba. Yo sinceramente no sé si cuando asumió Macri había espacio para firmar algo, y tiendo a pensar que no: la única oposición era, y sigue siendo, el peronismo, que después de la traumática experiencia kirchnerista acudía a hechiceros, brujos y astrólogos para tratar de dilucidar no qué había pasado, sino si había vida después de Cristina. Los acuerdistas pedían un Pacto de la Moncloa. OK, ¿pero firmado con quién? ¿Con el enorme bloque de diputados que responde a Máximo Kirchner? ¿Con los senadores sometidos a Cristina? ¿Con Sergio Massa, que enseguida empezó a coquetear con los del Club del Helicóptero? ¿Firmar acuerdos con una oposición dispuesta a avanzar sobre el Congreso e incendiar la ciudad por un razonable cambio en el régimen de aumentos a los jubilados? Creo que en ese momento no estaban dadas las condiciones, y estoy seguro de que ahora, en las actuales circunstancias, menos. El pacto de estabilidad de 10 puntos que de apuro impulsa el Gobierno está buenísimo: si se concreta, tendremos que revisar todos los manuales de política, la historia argentina y la ley de gravedad.

El senador Pichetto ve esta movida con cariño, porque si se trata de aislar a CFK, su exjefa, él es un scout: siempre listo. Lavagna ya dijo que no, aunque por ahora don Roberto es más bien un fenómeno mediático; igual que Tinelli: firme en el rating, flojo en las encuestas. Me resulta divertido ver las convicciones del Gobierno. Presentó el plan con la siguiente advertencia: "Todo es negociable". Son 10 puntos, pero podrían ser 5 o 3; amaga con cambios profundos, estructurales, pero si no los consigue, todo bien. No va por un pacto tipo Moncloa o Pacto de Olivos, sino por algo más módico, que lo saque de apuros: digamos, un Pacto Airbnb.

El expresidente Federico Pinedo me dice que no estoy entendiendo. Que lo que está en danza es una conversación madura del Gobierno con gente seria. Creo que habla de Pichetto, Schiaretti, Urtubey y alguno más. "No es un pacto. Es una conversación para lograr consensos que generen confianza y previsibilidad". Ayer, Felipe González, uno de los hacedores de la Moncloa, desayunó en el Círculo de Armas con un grupo de legisladores, dirigentes políticos y empresarios argentinos, y, recontrapragmático, les dijo: "Es más importante el hecho de que haya un acuerdo que el contenido del acuerdo". Mirá vos qué picarón. Por eso hay chistes de gallegos y no de andaluces.

La otra lección: el pez por la boca muere. Sí, lo digo por Sinceramente. Más que un libro, parece un reality. Muy reality, porque Cristina se desnuda. Quiero decir, se muestra tal cual es, con los escabrosos repliegues que trae desde la cuna. Es una Cristina al natural, no intervenida por asesores, no lookeada por Alberto Fernández. La reaparición de Cruella de Vil en todo su esplendor. Si se propuso dar la imagen de una mujer mala, malísima, vengativa, lo consiguió. Hay decenas de ejemplos a lo largo de las 594 páginas. No solo es impiadosa con Macri, del que dice que cuando fue a verla a Olivos, para acordar el traspaso de mando, se demoró en llegar al despacho donde ella lo esperaba porque "estuvo un buen rato en el baño". ¿Hacía falta, Cris? También deja ver una relación ambivalente, y hasta de competencia, con Néstor. Cuenta, por caso, que tenía que escribirle todos los discursos. Obvio, ella es muy buena para eso. Para escribir (aunque no escribió este libro) y para hablar. Dice en la página 48, al justificar las cadenas nacionales: "Creía que tener una presidenta que hablaba sin leer, de corrido, con un vocabulario muy amplio, con un hilo conductor de principio a fin y sin equivocarse, era motivo de orgullo para los argentinos y las argentinas". Tomá mate con bizcochos.

Sinceramente ( Sincera miento, dijo Nik) se ha convertido en un boom editorial, y no solo por el llamativo hecho de que muchos compren de a 10 ejemplares. Tan calladita estaba que la extrañábamos. Claro que después de semejante abstinencia Cristina volvió ampliada y no corregida.

¿El libro inquieta, escandaliza, asusta? Lógico. Nunca hay que ponerse delante de una tanqueta.

 

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