Ocaso con carpetas y descontrol

Por: Joaquín Morales Solá.

Política o dinero. Esa es la opción que tiene frente a sí cualquier persona con vocación de poder. La decisión de los Kirchner de acumular ambas cosas al mismo tiempo los separó dramáticamente de la sociedad, aceleró la fuga que ya existía de peronistas desamparados y dejó sin argumentos a sus adeptos en el confuso progresismo kirchnerista.

¿Cómo justificar una operación de 2 millones de dólares en medio de una crisis económica y cuando la sociedad se desbarrancaba otra vez hacia la penuria, el desempleo y la inflación? La desesperación de los que gobiernan, cuyos primeros síntomas empezaron tras las elecciones perdidas de junio último, alcanzó en los últimos días cimas inexploradas hasta ahora. El gobierno está descontrolado , resumió un diputado que pasó por Olivos. El descontrol está a veces en las inconsultas decisiones de la administración, que está provocando ya una preocupada reacción de los opositores para frenar la arbitrariedad.

Pero también promovió el arribo de una era de carpetazos , que muchas veces refiere sólo a carpetas vacías que algunos funcionarios lanzan contra nuevos y viejos enemigos. Esa política no trata de explicar la inocencia de los que gobiernan (misión ciertamente imposible a estas alturas), sino de establecer ante la cansada opinión pública que el desprejuicio y los negocios impuros son un hábito de todos.

Les guste o no a los kirchneristas, ambas prácticas habían comenzado en la década del 90. También entonces se mezclaba la acumulación de dinero personal con la del poder en el Estado. También en aquella época se eligió una estrategia que no aludía a la defensa propia, sino que denunciaba una epidemia de inmoralidad entre políticos que equiparaba a todos por igual. El menemismo ha sido, así las cosas, un perfecto maestro de kirchneristas.

Debemos suponer que Néstor Kirchner no tuvo información privilegiada del Banco Central sobre los movimientos diarios del dólar. Todos, incluido Kirchner, tienen derecho a la inocencia hasta que no se demuestre lo contrario. Pero hay dos cosas sobre las que sí tenía información en octubre de 2008, cuando decidió comprar dos millones de dólares.

Una de ellas era la intensa presión que el Gobierno ejercía entonces sobre el Banco Central para que el peso acompañara la devaluación del real brasileño. La devaluación del real había provocado una indisimulada angustia en el propio Kirchner. La otra era la decisión de estatizar las AFJP (que se conoció poco después), con las previsibles consecuencias de volatilidad en el mercado cambiario. Ambas cosas pertenecen cronológicamente al momento en que Kirchner se hizo de esos dólares.

Bueno, hay que buscar otro candidato . Con esa frase se desplomó sobre un sillón uno de los principales referentes legislativos del kirchnerismo, un hombre que militó en la izquierda peronista en su juventud. Según él, será imposible ahora hacer campaña entre progresistas por un líder que eligió el oro en lugar del bronce. Para peor, el infaltable Luis D´Elía mentó al "abuelo usurero" de Kirchner, como atenuante, y la diputada Diana Conti explicó que es necesario tener fortuna para enfrentar al imperialismo y al capitalismo. Sobran los enemigos con semejantes amigos.

Kirchner suele usar carpetas ajenas y falsas cuando lo atrapa la adversidad. El vocero es siempre el mismo: Aníbal Fernández. Después de la votación perdidosa en el Senado por la resolución sobre las retenciones a la soja, el ex presidente les ordenó a varios funcionarios que salieran a denunciar que Julio Cobos había cobrado varios millones de dólares de una multinacional cerealera. Muchos se negaron porque sabían que esa información no era cierta.

Cobos puede ser criticado por sus decisiones políticas, pero su honestidad personal está fuera de toda duda. Tengo las pruebas , le aseguró Kirchner a Alberto Fernández, entonces jefe de Gabinete. Entonces, hacé vos la denuncia , le respondió su hoy ex amigo. El otro Fernández, Aníbal, fue el único que aceptó insinuar en público, sin mayores detalles, esa acusación contra Cobos, que se perdió en el huracán político de aquellos días.

Esta vez le tocó el turno a Alberto Fernández. Aníbal Fernández vinculó la intención de compra de tierras en El Calafate (nunca concretada) del esposo de una ex colaboradora de Alberto Fernández con una operación personal del ex jefe de Gabinete. Es curioso, pero la ex funcionaria involucrada, Marcela Losardo, fue viceministra del propio Aníbal cuando éste fue titular del Ministerio de Justicia.

Entre Alberto y Aníbal hay (o había) una vieja relación personal, que incluyó cierto apoyo del ex jefe de Gabinete al actual cuando éste fue designado. Aníbal tiene cabeza política , solía decir Alberto. Aníbal montó ahora una deducción respaldada en una inferencia por orden, otra vez, del propio Kirchner. El descontrol es incalculable cuando la política empieza a perder hasta las más esenciales referencias humanas.

Ahora bien, ¿qué habrían dicho del periodismo si las crónicas hubieran vinculado a Kirchner con las compras de tierras en El Calafate por parte de todos los kirchneristas que lo hicieron, incluidos personajes muy allegados personalmente al ex presidente, como Rudy Ulloa? Las cosas siempre terminaron mal cuando empezaron los carpetazos en la política , reflexionaba un viejo zorro del peronismo.

El descontrol no sólo está en las carpetas. Néstor Kirchner les aseguró en los últimos días a ex gobernadores y actuales legisladores peronistas que él no perdió en la provincia de Buenos Aires en junio. Frené el recuento de votos para no crear la imagen de un fraude , les aseguró muy suelto de cuerpo.

Eso no es cierto. Ningún fraude perjudicó a Kirchner. La explicación de sus exóticas aseveraciones está en la desesperación por mostrarse como un líder que no fue derrotado, porque la derrota es un pecado imperdonable para los peronistas, y en la necesidad de devaluar a Francisco de Narváez, a quien le teme en estos días más que a cualquier otro dirigente político.

Antes había dado otra explicación. En septiembre último, le dijo a Martín Redrado que había perdido el segundo cordón bonaerense por tres razones: la inseguridad, la situación económica y la "ineptitud de Scioli". Anunció entonces que estaba dispuesto a volcar enormes recursos estatales en el segundo cordón para reconquistarlo. Ahí está el origen de la apropiación indebida de las reservas nacionales para desarrollar sólo un proyecto político personal.

La intuición de que ésa era la verdadera intención detrás de la crisis de enero promovió una reciente reunión de radicales y macristas para frenar la aprobación parlamentaria del Fondo del Bicentenario. Les temen a la herencia que recibirán y a la inflación desbocada en igual medida. Lo primero que se han propuesto hacer es cambiar la ley que reglamenta los decretos de necesidad y urgencia, y que coloca a éstos por encima de las leyes. Tal como está la legislación, esos decretos son supraleyes , subrayó el presidente del radicalismo, Ernesto Sanz. En rigor, se convierten en leyes con la aprobación de una sola de las dos cámaras del Congreso.

El tema de las reservas está en la Justicia, que hasta ahora le ha dado la razón a Redrado en el manejo de ellas. El Gobierno quiere el protagonismo inmediato de la Corte Suprema de Justicia, pero nadie sabe en qué se justifica la urgencia. No hay vencimientos inminentes de la deuda. Y la Corte no puede rever medidas cautelares sin el riesgo de convertirse en un permanente tribunal de primera instancia.

El problema es que la Justicia también está en la sospecha conspirativa del Gobierno. La Justicia está buscando un golpe , le zampó Cristina Kirchner al propio presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, en el último encuentro institucional que tuvieron. Lorenzetti transmitió esa conversación al máximo tribunal. El presidente de la Corte trató de explicarle a Cristina que las instancias de la Justicia son independientes entre sí, pero recibió otro sermón: No, no. La Justicia quiere repetir aquí el golpe de Honduras , asestó la Presidenta.

El descontrol está en las palabras también. ¿Dónde está la similitud entre Honduras y la Argentina? ¿O, acaso, el Gobierno se dispone a imitar el conflicto hondureño? ¿Se trata, en cambio, sólo del desafuero de las palabras, el mismo que llevó a la Presidenta a denunciar censura donde no la hubo? El irremediable ocaso suele provocar melancolía o furia, pero ni lo uno ni lo otro pudo evitarlo nunca.

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