La noche más oscura e impredecible

La noche más oscura e impredecible

Hacía tiempo que la entrega del Oscar no reunía un lote de películas tan vistas y discutidas como este año. Si a eso se le suma que el resultado es menos previsible de lo habitual, esta vez valdrá la pena quedarse despierto hasta tarde.

Por Luciano Monteagudo

Bueno, ahora no es cuestión de quejarse. Es la primera vez en años que una ceremonia de la Academia de Hollywood –y ya vamos por la número 85– reúne en los principales rubros no sólo un puñado de películas que vale la pena ver, discutir, amar u odiar. También es la primera vez en bastante tiempo en que –más allá de lo que digan los rumores de la web y las casas de apuestas de Las Vegas– hay la suficiente incertidumbre con respecto a los premios como para que tenga cierto sentido quedarse esta noche cabeceando frente al televisor hasta las dos de la mañana.

Como siempre, la transmisión empieza temprano (a las 21.30, por TNT), pero además de la consabida alfombra roja y su desfile de vanidades, habrá que atravesar una nutrida selva de números musicales –pensados para todas las edades, desde Adele hasta Shirley Bassey y Barbra Streisand, pasando por Norah Jones– para llegar al momento culminante de la madrugada en que se anuncien en el Dolby Theater de Los Angeles los premios Oscar en las principales categorías.

Se supone que la fiesta anual en la que Hollywood se celebra a sí misma esta vez va a ser también más llevadera gracias a su nuevo maestro de ceremonias: Seth McFarlane. Actor, guionista, director, animador compositor y cantante, este verdadero hombre orquesta por acá no es todavía demasiado conocido, pero se ha ganado fama de ácido comediógrafo gracias a la sitcom animada Padre de familia (Fox) y a su primera película como realizador, Ted (por la que está nominado, dicho sea de paso, a la mejor canción). Habrá que ver si es capaz –ahora como stand up comedian, delante de sus pares de Hollywood– de alcanzar el mismo nivel de irreverencia al que se atrevía a través de su procaz osito de peluche.

Si quisiera, tiene para hacerse un festín, empezando por la política, por supuesto. Hace tiempo, también, que Hollywood no parecía tan marcado por la agenda de Washington, desde Lincoln y Django sin cadenas, que pueden leerse como sendos comentarios sobre los hechos históricos que prefiguraron la era Obama, hasta Argo y La noche más oscura, donde la CIA es protagonista absoluta, al punto de que la Academia debería haberle reservado esta noche una fila completa a la agencia de inteligencia, para que disfrute de esta impensada celebración de su tarea.

Ahora bien, ¿y cuáles son las favoritas, las tapadas y las fijas (si es que las hay)? En el rubro mejor película, viene corriendo de atrás y en atropellada Argo. La película dirigida y protagonizada por Ben Affleck, que recrea la recordada toma de rehenes en la embajada estadounidense en Teherán, allá por 1979, no parecía tener demasiadas chances frente a Lincoln, en principio por una pura cuestión estadística. La película de Steven Spielberg acumula doce candidaturas contra siete que consiguió la de Affleck. Y las más nominadas suelen ser (aunque no siempre) las ganadoras en los principales rubros. También es altamente infrecuente que el Oscar al mejor film no coincida con el de mejor director. Y en este caso Spielberg está nominado y Affleck no. Hay que retroceder hasta Conduciendo a Miss Daisy (1989) para encontrar un caso equivalente, en el que la película ganadora no tenía como candidato a su director.

Pero sucede que, en un sorprendente sprint en la recta final, Argo arrasó en las últimas semanas con todos los premios que se consideran un antecedente y barómetro de lo que puede suceder con el Oscar: los Globos de Oro y los de las asociaciones de productores, de directores y hasta el Bafta británico. Y el de la Sociedad de Actores, por supuesto, que es un grupo particularmente numeroso y que seguramente va a volver a votar con simpatía hacia uno de sus pares, ahora en su rol no sólo de intérprete sino también de productor y director.

A esto hay que sumarle que, según toda la prensa de Hollywood, Affleck, actor al fin (y auxiliado por su carismático coproductor George Clooney), ha sabido jugar muy bien su papel de víctima, declarándose ingenuamente sorprendido por su exclusión del panteón de los directores, con lo cual es muy probable que él –y por carácter transitivo su película– se gane la simpatía de el grueso de los 5900 votantes que hoy por hoy conforman la masa societaria de la Academia con derecho a voto.

Si el Oscar a la mejor película va para Argo, se diría que, ergo, la estatuilla al mejor director va para Spielberg. Pero este año, ¡ay!, esta categoría es la más imprevisible de todo el tablero. El director de Tiburón ya tiene dos de estas estatuillas en su chimenea, y por películas que abordaban también temas históricos con trasfondo bélico, como La lista de Schindler y Rescatando al soldado Ryan. Sin embargo, más de una encuesta en boca de urna da como ganador en el rubro al taiwanés Ang Lee por Una aventura extraordinaria, una película que –con once candidaturas– le pisa los talones a Lincoln. Y que además fue un soberano éxito de público en casi todo el mundo, empezando por el mercado estadounidense.

Donde nadie parece dudar es en el rubro mejor actor. Acá todos ponen sus fichas a Daniel Day Lewis por su impresionante composición de Abraham Lincoln, una figura a la que supo desvestirla del bronce y mancharla con el barro de la política. Si gana –y es lo más probable– sería su tercer Oscar después de Mi pie izquierdo (1990) y Petróleo sangriento (2008). Y la primera vez en la historia de este premio que un mismo actor se lleva esta estatuilla por tercera vez.

El Oscar a la mejor actriz, en cambio, va a estar más peleado. En principio, hay aquí una curiosidad que nadie se ha privado de destacar. Compiten entre sí la actriz más joven que alguna vez haya aspirado a este premio, Quvenzhané Wallis (9 años), por La niña del sur salvaje, y la más veterana, Emmanuelle Riva, por Amour, que cumple 86 años hoy mismo. Sí, esta misma noche. Hasta hace un mes, muchos apostaban por la estupenda Jennifer Lawrence, por esa loca tan cuerda que compone en El lado luminoso de la vida, pero en las últimas horas la balanza parece inclinarse hacia el lado de Mme. Riva, la legendaria protagonista de Hiroshima mon amour (1959), que al final de su carrera ha vuelto a entregar una actuación memorable.

Hablando de Amour, del austro-alemán Michael Haneke. Extrañamente, figura en varios rubros principales (película, director, actriz, guión original) a pesar de ser un film producido fuera de Hollywood y hablado en francés. En tanto estrenada en el período reglamentario en el distrito de Los Angeles, las reglas de la Academia la habilitan para ello, al igual que muchas otras películas extranjeras. Lo que es absolutamente infrecuente y habla del impacto que tuvo entre los miembros de la Academia es que haya sido reconocida en tantas y tan importantes candidaturas, con lo cual se descuenta que por lo menos lo gana seguro en la quinta que pone en juego: al mejor film en idioma extranjero.

Last but not least, la de esta noche quizás sea la de la reconciliación de Robert De Niro con la Academia. En su mejor momento, ganó el Oscar al mejor actor secundario por El Padrino II (1974) y al mejor protagónico, por su impresionante Toro salvaje (1980). Pero desde entonces, hace 32 años que sus pares lo tienen olvidado, en la mayoría de los casos con razón, debe decirse. Ahora, en cambio, como ese padre maniático obsesivo que dibuja con tanto humor y precisión en El lado luminoso de la vida, De Niro –favorito a llevarse la estatuilla al mejor secundario– tiene la posibilidad de reivindicarse de tanta intrascendencia con la que se intoxicó en las últimas tres décadas.

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