El negocio que cayó del cielo

El negocio que cayó del cielo

El oficio del sacabollos cobró auge en Tucumán, luego de las últimas granizadas. El objetivo es disimular los daños y ahorrar el gasto de pintura.

Las lluvias con granizo no son frecuentes en Tucumán. Sin embargo, cuando el cielo suelta piedras, las huellas quedan en el capot y en los techos de los vehículos. Este fenómeno climático abrió una subespecialidad en el rubro de la reparación de rodados: elsacabollos. En general, son trabajadores formados, durante años de experiencia, en el oficio de chapistas. Pero en los últimos años, surgieron, especialmente en Buenos Aires, cursos para formar expertos en borrar las abolladuras del granizo.

Los sacabollos debe cumplir, esencialmente, dos objetivos fundamentales: disimular al máximo los daños de las piedras y, en la medida de lo posible, evitar que el cliente deba repintar su vehículo. Para lograr sus propósitos, los expertos utilizan una herramienta llamada varilla de sacabollos. El precio para reparar abolladuras de granizo se define por el tiempo que demora el trabajo y por el grado de las abolladuras. De este modo, el valor promedio arranca en los $300 por bollo y puede llegar a entre $ 15.000 y $ 20.000 en arreglos más grandes, que requieren pintura.

Gonzalo Fidalgo, propietario de un taller de reparaciones en Yerba Buena, señaló que lo primero que hace un sacabollos es identificar, sobre la chapa del vehículo, la gravedad de los daños. “Hay algunas abolladuras que se pueden reparar sin pintar y otras que no”, explicó. Además, precisó que los daños de una granizada se miden en tres grados de magnitud, según el diámetro y la profundidad del bollo. “Los de grado 1 tienen un centímetro de diámetro y entre tres y cuatro milímetros de profundidad. Este tipo de daño se repara con facilidad. La dificultad aumenta si es de grado 2, es decir con dos centímetros de diámetro y unos cinco milímetros de profundidad”, detalló. En el caso de las abolladuras de grado 3, Fidalgo precisó que alcanzan hasta un centímetros de profundidad, por lo cual el trabajo de reparación es más complicado y costoso, ya que demanda más tiempo e incluso el repintado de las autopartes.

Con precisión quirúrgica

El chapista Luis González, propietario de un taller en Alderetes, explicó que los sacabollos usan para su trabajo una varilla de acero, que se confecciona en talleres de tornería. “La punta de la varilla se apoya sobre la abolladura y, con la ayuda de un martillo, se golpea muy despacio. Así, se levanta la chapa dañada, desde abajo y hacia arriba, hasta que el bollo desaparece. No es nada y hay que tener buena mano”, subrayó el experto.

Los sacabollos consultados por DINERO coincidieron en que su oficio está en auge, pese a que las lluvias de granizo no son tan frecuentes en Tucumán como en Buenos Aires, donde los automovilistas hasta aseguran sus vehículos contra los daños que provocan las piedras. Además, afirmaron que los clientes, en general, piden que se borren los bollos de la chapa, sin pintar la chapa. “Lo ideal es evitar el gasto de repintura. Lo que pasa es que cuando no queda otra, por ejemplo si los daños son graves, y se ubican tanto en el techo como en el capot, es necesario pinar todo el vehículo porque sino queda feo”, argumentó González.

Por último, Fidalgo advirtió que aunque los daños en la chapa sean severos, muchos clientes piden que se intente disimularlos para mantener la pintura original del vehículo. “Hay quienes prefieren esto, sobre todo los propietarios de vehículos de alta gama”, concluyó el especialista.

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