“Que nadie más permita dividir al pueblo de Dios”

“Que nadie más permita dividir al pueblo de Dios”
Un día antes de los 40 años del asesinato de Mugica, que se cumplen hoy, Cristina Fernández de Kirchner inauguró un monumento en su recuerdo. En el acto le respondió a la jerarquía católica local, rescató párrafos de un documento pontificio y se rodeó de curas villeros afines a Bergoglio.

La Presidenta aprovechó la inauguración de un monumento al sacerdote asesinado Carlos Mugica para marcar dos diferencias y dos semejanzas. Una diferencia, con la Conferencia Episcopal Argentina, que el jueves 8 emitió un documento sobre la violencia en la Argentina. La otra diferencia, con los editores que tomaron como definición más importante la de que la Argentina está “enferma de violencia”. Al mismo tiempo, aunque la jerarquía local ya comenzó a ser moldeada por el Vaticano, Cristina Fernández de Kirchner igual pareció buscar un escenario que la mostrase en sintonía con el papa Francisco y con los curas villeros.

El monumento de Alejandro Marmo descubierto ayer muestra a Mugica mirando al frente desde una pose de tres cuartos de perfil y fue situado en la 9 de Julio, entre Juncal y Arroyo, al borde de un barrio de clase alta y al comienzo de la autopista que hoy está flanqueada por la Villa 31.

La Presidenta comenzó a hablar a las tres y media de la tarde de un día radiante. Ya a las dos estaban llenas las inmediaciones, tarea a cargo de columnas de Peronismo Militante, MUP, La Cámpora, Evita, Kolina, Nuevo Encuentro, Frente Transversal y el resto de las agrupaciones que integran Unidos y Organizados. Los retratos de Mugica se mezclaban con otros de Néstor Kirchner y de la propia Cristina. Un funcionario dijo a Página/12 que la consigna interna no había sido concretar un gran acto de la militancia kirchnerista, objetivo del 25 de Mayo. El clima dominante fue más la escenificación que el contrapunto entre la oradora y los manifestantes.

“Cuando hoy me levanté por la mañana y miré las tapas de los diarios, como lo hago todas las mañanas, y vi que alguien resumía o decía ‘hoy la Argentina es una Argentina violenta’, me di cuenta de que querían reeditar viejos enfrentamientos”, dijo la Presidenta. La frase tiene predicado con el verbo en tercera persona del plural pero carece de sujeto. Es tácito. En otro tramo agregó: “Les pido a todos los argentinos, como Presidenta de la República, también a las instituciones eclesiásticas y de todos los credos, a los sacerdotes, a los laicos, a los obispos, que nadie más permita dividir al pueblo de Dios. Porque cada vez que se dividió el pueblo de Dios masacraron a sus ovejas y además, también, a muchos de sus sacerdotes, a muchos de ellos que fueron mártires como monseñor Angelelli, como los curas palotinos, como tantos otros que ofrecieron su vida, como Carlos Mugica, por los pobres”.

Nacido en 1930, Mugica cumpliría 84 años el próximo 7 de octubre. Fue asesinado el 11 de mayo de 1974, a los 43. Hoy se cumplen exactamente 40 años del homicidio. El principal sospechoso, el jefe operativo de la Triple A Rodolfo Almirón, fue buscado en el exterior desde 1984 pero detenido en Valencia recién en 2006 (ver página 4). Mugica fue asesinado con una ametralladora como las que usaba la Triple A, cuando acababa de dar misa en la iglesia de San Francisco Solano, lejos de la Villa 31 que en aquel tiempo era la mayor de la Argentina y se llamaba Cristo Obrero. En su libro Vigilia de armas, tomo tercero de su Historia política de la Iglesia Católica, Horacio Verbitsky narra un diálogo entre Almirón y otro miembro de la Triple A, Miguel Rovira, en la residencia presidencial de Olivos. “Le vamos a hacer la boleta a ese cura”, fue una de las frases. También consigna un recuerdo de Gustavo Caraballo, secretario Legal y Técnico de la Presidencia. Cuando lamentó el asesinato delante de Perón y de José López Rega, el secretario privado y ministro de Bienestar Social le contestó “no te metas en un tema que no es de tu área”.

Cuando lo mataron, Mugica tenía diferencias políticas con Montoneros, a quienes criticaba por la continuidad del uso de las armas con Perón de presidente. “Hay que dejar las armas y empuñar los arados”, dijo a fines de 1973, ya producido el asesinato del secretario de la Confederación General del Trabajo, José Ignacio Rucci. Pero las diferencias de vida o muerte eran con López Rega, de cuyo ministerio llegó a ser asesor. Cuando decidió alejarse, según el mismo libro de Verbitsky, el propio López Rega le discutió de tal modo que, tras esa pelea y el comienzo de las amenazas, Mugica comentó a un amigo: “Va a mandar a que me maten”. Una versión autobiográfica de Mugica publicada en 1973 por la revista Cuestionario, de Rodolfo Terragno, puede leerse en la página web El Historiador o en el link http://bit.ly/1lf81vb.

Estos y otros detalles no figuraron ayer en el breve documental presentado durante el acto. El texto del guión solo dijo, en una parte, que “los sectores poderosos quisieron callarlo para siempre”. Pero ese guión se abstuvo de aportar precisiones históricas o presentar el estado de las suposiciones sobre el asesinato de Mugica, que en su mayoría llevan a la autoría de la Triple A. La organización parapolicial o paramilitar comenzó en 1974 la masacre que el golpe del 24 de marzo de 1976, tras la ocupación total del Estado, convertiría en un plan sistemático de asesinatos, tormentos, encubrimientos y robo de bebés.

La Presidenta dijo en su discurso que Mugica “fue también víctima de una Argentina violenta”. Contó: “Su juventud había transcurrido en una Argentina violenta, donde los argentinos se enfrentaban entre sí. No hablo ni con eufemismos, ni con hipocresías, ni con parábolas. Le tocó vivir en una Argentina donde se dirimieron las cosas a los tiros. Venía de una familia peronista, que se hizo antiperonista en el ’54 por el enfrentamiento entre la Iglesia y el gobierno de Juan Domingo Perón”. El padre de Mugica llegó a ser uno de los ministros de Relaciones Exteriores de Arturo Frondizi. Mugica se hizo peronista.

Uno de los curas villeros que ayer compuso el cuadro principal de quienes rodeaban a Cristina en el palco, Guillermo Torres, leyó la oración que Mugica recomendaba decir a los militantes de clase media que iban a trabajar a los barrios pobres. Se llama “Meditación en la villa” y dice: “Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos que tienen 8 años parezcan de 13. Yo me puedo ir. Ellos no. Me puedo ir de las aguas servidas. Ellos no. Señor, puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie hace huelga con su hambre. Señor, sueño con morir por ellos. Ayúdame a vivir para ellos. Quiero estar con ellos a la hora de la luz”.

Además de rodearse de los sacerdotes relacionados con Jorge Bergoglio, la Presidenta citó varias veces al Papa en su discurso. Lo hizo mediante la lectura de párrafos de la exhortación apostólica “La alegría del Evangelio”, que mostró con su tapa roja. “Algunos deberían viajar menos a Roma y leerlo más”, recomendó. Leyó el punto 34 del documento pontificio, donde una frase menciona “la velocidad de las comunicaciones y la selección interesada de contenidos que realizan los medios” para advertir que “el mensaje que anunciamos corre más que nunca el riesgo de aparecer mutilado y reducido a algunos de sus aspectos secundarios”.

También el punto 60: “Los mecanismos de la economía actual promueven una exacerbación del consumo, pero resulta que el consumismo desenfrenado unido a la inequidad es doblemente dañino del tejido social. Así, la inequidad genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás”. El mismo apartado 60 contiene una crítica a quienes “se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males”. Leyó la Presidenta: “Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países –en sus gobiernos, empresarios e instituciones– cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes”.

El acto en recuerdo de Mugica estuvo precedido por un diálogo televisado entre un grupo de funcionarios mezclados con dirigentes y vecinos de la Villa 31 a quienes encabezaba el diputado nacional Juan Cabandié. El ex legislador porteño contó que “aquí se pintaron doce murales de homenaje a Carlitos Mugica”. Uno de los vecinos, antiguo estibador, agradeció los planes de educación y salud.

La Presidenta, al final, sonrió y dijo que sólo calificaría el momento y el clima como “una hermosa tarde de sol”, referencia obvia a la expresión “hoy es un día peronista”. Pidió disculpas “a los vecinos que hayan tenido algún inconveniente de tránsito” y agradeció “a los sacerdotes que entienden el mensaje pastoral del Evangelio y de Jesucristo, haciéndolo junto a los pobres”.

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