La música que nos devuelve este encuentro

La música que nos devuelve este encuentro
Soledad hizo estallar al Cocomarola que el domingo logró atraer a unas 12 mil personas. Ofelia Leiva apostó a lo nuevo y con los clásicos ratificó su relación con el público.

En el Anfiteatro “Mario del Tránsito Cocomarola”, la 23° Fiesta Nacional del Chamamé y 9° del Mercosur se va afirmando sobre un terreno que despierta, una vez más, con el pestañeo de enero bajo cielo correntino. Esta fiesta que cosecha su cimiente después de madurar la espera del fruto mejor, nunca deja de sorprender, por aquello que mágicamente va sacando de su arcón, intercambiando con la inocencia de un niño, en un trueque sencillo y franco, la canción por el silencio, la danza por el aplauso, el pasado por el momento, que siempre es único e irrepetible hasta quedar inmensamente cautivo de la palabra recuerdo.

Cuando va llegando la Fiesta, uno se anuncia a su lado, se arrima a su costado afectivo. Hay muchas formas de expresar la necesidad de existir y la de este pueblo (de acá, de lejos, de todos), es pensar al chamamé en el Cocomarola y dejar intervenir, en ese pensamiento, a los amigos y la familia, a los que trajeron el espíritu y nos lo dejaron a los pies, para que nosotros, en su nombre, continuemos con la ofrenda de repetir hasta el cansancio de los ojos, que hemos de tocar a la puerta de esa casa que queda en una cortada del pueblo de Mantilla y hemos de entregarnos en el puñado de tierra de una música que nos devuelve al encuentro de nuestras más profundas emociones.

Tercera luna

La tercera noche de luna chamamecera despuntó con sus luces y abarcó el Anfiteatro “Mario del Tránsito Cocomarola” con ropa de domingo. Mucha gente ingresó al predio y desde temprano se acomodó en la platea buscando el mejor lugar para ver a la figura favorita del programa: Soledad Pastorutti.

A las 20.45, las voces de Raúl Báez y Virginia Acosta anunciaron que la jugada musiquera estaba abierta y el escenario listo con su brillo para que los artistas paseen su impaciencia por reencontrarse con el público. La ceremonia de presentación es una de las instancias previas que avanza buceando en los sueños de plantarse ante la inmensidad del auditorio y conversar la avidez de una realidad que nunca vuelve a ser la misma luego de ese paso fundamental. Será por los nombres (Cocomarola y Sosa Cordero), será por quienes los precedieron, no se iguala la identidad de ese escenario con otros del país.

El bautizo de los primogénitos

Juan Ignacio Colman (8 años) y Rubencito Wetzel (14 años), tuvieron a su cargo la apertura del programa musical del domingo. Otro jovencito, Franco Zacarías, de la subsede Posadas (Misiones), ganador de la prefiesta, como solista vocal, cantó y tuvo su espacio de aplausos bien merecidos.

De Misiones se acercó a compartir, el consagrado acordeonista Ricardo “Cacho” Barchuk. Una interesante propuesta de la vecina provincia, prolífica en difusores de nuestro decir chamamecero.

La arenga de Alfredo Monzón

El cantautor Alfredo Monzón nuevamente fue invitado a esta patriada chamamecera que instaló su “Fiesta Grande” con exitosa convocatoria. Su repertorio levantó al público de la platea, convocó a Rosita Ramírez Verrastro y ambos, como solistas y a dúo, cantaron con gran soltura.

Muy bonita y cómo canta, Carolina Rojas

La saladeña Carolina Rojas tomó partido de su tiempo en el escenario “Osvaldo Sosa Cordero” y desgranó un repertorio que hizo juego con su belleza. Sumó como invitadas a Mariana Barbieri y Sarah Colque, dos jóvenes voces que se llevaron los consabidos aplausos.

La calle de los Dellamea

Marcelo y Hugo Dellamea fueron muy esperados por sus seguidores, en esta edición. Pasadas las 4 de la madrugada ya del lunes, los hermanos Dellamea se aparecieron con el talento de la interpretación y algunos temas del disco “Calle 11”, que Marcelo grabó hace un par de años. El joven músico chaqueño sorprendió en su momento al mismísimo Luis Salinas.

Corresponde mencionarlos junto con otro nombre que no se debe pasar por alto, el de Lucas Segovia, hijo de Zito, que cantó el emblemático “Cacique Catán”.

El agua del sediento peregrino

Félix Alberto “Cholo” Aguirre llegó al anfiteatro Cocomarola, como quien va a encontrarse con un amor de juventud. Sólo le faltaba una rosa en el ojal de su impecable saco blanco que iluminaba aún más, su tímida sonrisa. El Litoral Cultura siguió de cerca la previa de una cita anunciada: en cada entrevista concedida en estos días, expresó, con voz entrecortada por la nostalgia, que estaba feliz, que la relación con el pueblo de Corrientes fue trepando por la cotidianidad de su vida sin abandonarlo jamás. Pero faltaba que se vieran a la cara, el público y él. Faltaba que la gente supiera que esa emoción que describimos en palabras, era tan cierta como sus lágrimas.

Benjamín Maldonado Michel actuó precediendo al “Cholo” y ahí nomás se apareció Aníbal Maldonado con su acordeón para sacar chispas a las notas de composiciones emblemáticas y los hombres de la familia necesitaron de la frescura de Amancay Maldonado, que cantó y cautivó a los presentes. Destacada también la participación de Nicolás Mascazzini en bajo.

Mientras sucedía el repertorio en el escenario, esas sombras que pocos ven pero que agazapadas en las bambalinas del anfiteatro organizan el notable trabajo de equipo técnico, quizás poco repararon en el hombrecito de saco blanco, el mismo que, convocado por Marcelo Simón, ingresó al escenario como quien busca un sueño para aprisionarlo por siempre en el corazón.

El “Cholo” no pudo hablar y la gente aplaudió porque lo había escuchado. Dijo todo lo que hubiese querido, con un solo gesto: se apoyó la mano en el corazón y se golpeó el pecho mientras lloraba. Fue suficiente.

Después, cuando recuperó la voz, se puso a cantar al río. Y cantó por tantos años de callar, perdonando con su canto al tiempo de espera que le fue robando preciados recuerdos. Con la canción, el “Cholo” avivó sus promesas y dijo que volvería a grabar, señalando a Benjamín Maldonado Michel como sucesor de ese deseo.

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