Murió el presidente de la transición

Murió el presidente de la transición

“Siento mía la tragedia ocurrida en Chile, pero combatí con fiereza la dictadura y, así como me equivoqué yo, nos equivocamos muchos”, supo decir el líder democratacristiano reconociendo su primer apoyo a la intervención militar.

Por Christian Palma

Página/12 En Chile

Desde Santiago

“Verdad y justicia en la medida de lo posible”, fue una de las frases que marcó –a fuego– parte de la carrera política de Patricio Aylwin Azocar, el primer presidente electo luego que Chile recobrara la democracia a principios de los 90, que encabezara el período denominado Transición y el primer gobierno de la Concertación. Tenía 97 años y padecía una enfermedad que lo tenía viviendo con respiración artificial, suero y postrado. Se fue rodeado de sus seres queridos. Tranquilo, como casi toda su vida. Esto porque tal afirmación no sólo reflejó la dura relación que tuvo este Demócrata Cristiano con los militares y la sombra de Augusto Pinochet –que pasó de dictador a Comandante en Jefe del Ejército– planeando sobre La Moneda y el país, sino que con todo intento de esclarecer las violaciones a los Derechos Humanos cometidas en dictadura. La sentencia, dicha ya en democracia, lo persiguió hasta su muerte ayer por la mañana, pero la historia comenzó a escribirse mucho antes.

Días antes del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, Aylwin aseguraba al diario The Washington Post que si le dieran a elegir entre “una dictadura marxista y una dictadura de nuestros militares, yo elegiría la segunda”. Sabido es que el, por ese entonces presidente de la DC, apoyaba la intervención militar para derrocar al presidente Salvador Allende. Nunca lo negó y el mote de “golpista” también lo acompañó por más que haya reconocido que fue un error, que justificara su accionar pensando que los militares estarían en el poder de una manera moderada y por no más de cinco años y que, más tarde, se haya enfrentado duramente a Pinochet cuando éste sacaba lustre a las botas, bayonetas y fusiles para gobernar.

“Todos tuvimos la culpa, todos tenemos responsabilidades a partir de lo ocurrido en 1973. ¡Es que tuvimos una visión errónea de lo que eran los militares chilenos! (...) en esa época yo actué honradamente y de acuerdo a mi conciencia, pero reconozco que me equivoqué medio a medio. Siento mía la tragedia ocurrida en Chile, pero combatí con fiereza la dictadura y, así como me equivoqué yo, nos equivocamos muchos (...) quien dirige un gobierno con poderes omnímodos, en el que se cometen crímenes, hasta los más despreciables, como ocurrió con Pinochet, no podría evitar que su responsabilidad sea dilucidada no sólo ante los tribunales, sino necesariamente ante la historia”, diría tiempo después.

Criticado por muchos, también los que escriben la historia se han encargado de ponerlo en el lugar que le corresponde. Según el analista político Ascanio Cavallo “Aylwin llegó a la presidencia empujado por una sociedad que buscaba la paz. No la pax romana, no la pax britannica, no la paz total –tan parecida a la muerte–, sino una modesta pero ansiosa necesidad que lo eligió para representarla: el deseo de los chilenos de poner fin a muchos años de confrontación y violencia”.

Cavallo agrega que “los críticos de la transición le reprocharán hasta el final de los tiempos la frase ‘justicia en la medida de lo posible’, la que interpretan como una rendición de los principios ante el conformismo. Algunos considerarán ese gesto como una ‘traición’. Pero Aylwin entendió, correctamente, que su victoria electoral significaba la derrota, no sólo de los militares que querían seguir en el poder, sino también la de quienes habían decidido que la única vía justa era la violenta... Lo posible era, para él, la restauración de la paz social”.

El propio analista recuerda que al terminar el cuatrienio de Aylwin no quedaba ninguno de los presos políticos del 90, se había establecido la suerte de casi mil desaparecidos, el FPMR y el Lautaro estaban desarticulados, los hombres de la CNI se iban fuera de servicio o procesados... “Ya no había delitos terroristas, se habían reabierto los procesos por los crímenes de Orlando Letelier y Carlos Prats y la amenaza militar se había reducido a los cheques del hijo de Pinochet. Sin saberlo, el general se encaminaba al ocaso”.

Cuando en 1988 Aylwin se convirtió en el líder de la campaña del NO, que finalmente derrocó a Pinochet y abrió la opción de ir a elecciones, Aylwin de alguna manera también comenzó a reparar el error histórico cometido 15 años atrás. Lo hizo bien. No sólo mantuvo controlado –aunque con dificultades o menos de los que muchos esperaban– a los militares, sino que además a un 44 por ciento de la población que apoyó a Pinochet en las urnas. Dio espacio a una coalición de gobierno diversa y numerosa y sacó el óxido a las viejas instituciones empolvadas por la dictadura y que hizo andar nuevamente.

Tampoco se puede pasar por alto la creación de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, que tras 9 meses de investigación culminó con la entrega del “Informe Rettig”, que determinó que entre 1973 y 1990 hubo 2279 personas que perdieron la vida, de los cuales 164 los clasificó como víctimas de la violencia política y 2115 de violaciones a los Derechos Humanos. Difícil de olvidar a Aylwin, con los libros en mano, pidiendo perdón al país por los atropellos a los DD.HH.

Abogado de la Universidad de Chile, Aylwin comenzó su carrera política en 1945 al ingresar a la Falange Nacional, siendo su presidente en 1950. Seis años más tarde participó de la fundación del Partido Demócrata Cristiano, y desde el año siguiente presidió la colectividad en siete oportunidades.

A partir de 1987, nuevamente como timonel de la DC, negoció con Pinochet las reformas a la Constitución Política de 1980 que fueron aprobadas en el plebiscito de 1989 y fueron el primer paso hacia una transición pacífica a la democracia.

El 14 de diciembre de 1989 Aylwin ganó las elecciones con un 55,2 por ciento de los votos, derrotando al ex ministro de Pinochet Hernán Büchi.

A raíz del fallecimiento del ex presidente, el gobierno de Michelle Bachelet decretó 3 días de duelo nacional mientras las banderas de todas las dependencias fiscales y unidades de las Fuerzas Armadas ya lucen a media asta. Sus funerales comenzarán hoy donde recibirá un homenaje de 10 minutos encabezado por Bachelet frente a La Moneda para luego ser velado en la sede del Congreso Nacional en Santiago de manera abierta y popular.

El jueves el féretro será trasladado hasta la Catedral de Santiago, para continuar con el velorio hasta el viernes 22 de abril, día en que habrá un responso y posteriormente ser llevado al Cementerio General.

“Don Patricio fue un hombre demócrata, profundamente convencido de la importancia de justicia, de libertad, la paz. Fue esencial en un momento que nuestro país lo necesitaba con urgencia en poder construir la unidad de todos los demócratas para poder continuar avanzando en una transición hacia una democracia plena”, dijo Bachelet al enterarse de la noticia.

Recordó también la frase “justicia en la medida de lo posible”... esa medida de lo posible es lo que nos permite estar donde estamos hoy en día”, valoró Bachelet.

En tanto, el ex presidente Sebastián Piñera sostuvo que “se ha ido uno de los más grandes hombres de la política chilena. Siento que Chile le debe mucho a don Patricio Aylwin. Le tocó vivir los momentos más estelares de la historia y siempre supo hacer aporte en función de virtudes, fortalezas, espíritu conciliador. Jugó un rol fundamental en la forma ejemplar en que Chile recuperó su democracia”, indicó.

También afirmó que “normalmente las transiciones de gobiernos militares a democracias son en medio de la crisis política, caos económico, violencia social. Lo de Chile fue distinto y creo que su huella tiene mucho que ver con esa transición ejemplar”.

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