Los dos mundos de Macri

Por Eduardo Van der Kooy

El marco del G-20 salió mejor de lo esperado. La organización y la seguridad funcionaron muy bien.

 

La Argentina ha vivido un puñado de días en los cuales la realidad se enredó con la ficción. Nuestro país, de poco peso y geografía remota, se convirtió en el centro de gravedad del mundo. Al menos de aquel al cual aspira a pertenecer el gobierno de Mauricio Macri. El Grupo de los 20 que deliberó aquí representa el 85% del PBI global, el 66% de la población mundial, el 75% del comercio internacional y el 80% de las inversiones globales. Nadie, en su sano juicio, desearía estar en la vereda de enfrente.

 

La dimensión del acontecimiento tampoco debe distorsionar los sentidos políticos. Desde mañana el Presidente tendrá que volver a lidiar con su cotidianeidad desangelada. Una severísima crisis de la economía, la volatilidad extrema del sistema político-institucional, los brotes de crispación y violencia social, que el frustrado partido entre River y Boca convirtió sólo en vidriera amplificada.

Quizá por aquellas razones, de la Cumbre del G-20 haya que barrer bien la hojarasca. Discernir los beneficios para una organización global que a partir del cisma del 2008 –que supo capear-- empezó a exhibir alteraciones, con la cosecha concreta y temporal que pueda recibir el Gobierno. Macri tuvo una constancia alentadora. En el eje de sus preocupaciones prevalece largamente la economía. Allí anida el futuro de su administración y la posibilidad de ser reelecto el año que viene. Las principales potencias, a través de sus jefes de Estado, respaldaron este rumbo de emergencia. Que implica un ordenamiento de cuentas y un duro ajuste. En esa lista se anotaron Estados Unidos, Alemania, Japón, Francia, Italia, Gran Bretaña y Canadá. Los siete países fueron clave para los dos salvatajes del Fondo Monetario Internacional (FMI), luego de que el terremoto financiero de mayo enterrara el gradualismo de Cambiemos.

A ese encadenamiento de apoyos se agregó el pronóstico de la titular del FMI. Christine Lagarde mostró entusiasmo con el programa argentino. Dejó una presunción que sonó como melodía para el Gobierno. Sostuvo que la recuperación de la economía podrá verificarse en el segundo trimestre del 2019. Ni el ecuatoriano Jaime Durán Barba está convencido sobre eso mientras diseña la estrategia electoral e inventa un relato nuevo.

Todos los vaticinios, sin embargo, parecen prendidos con alfileres por dos razones. La inestabilidad de los sistemas políticos que afectan a muchas importantes naciones del planeta. Los graves incidentes de ayer en París estallaron apenas a un año y medio de la asunción de Emmanuel Macron. También, indicadores económicos que circularon en la Cumbre del G-20 y representan señales de alerta. ¿Cuáles? En el tercer trimestre de este año EE.UU. registró un crecimiento de 3,5%. Será menor en el próximo. China del 6,5%, por debajo de lo esperado. Pero Japón, en el mismo período, cayó un 1,5% y Alemania 0,8%. Nadie atina a asegurar si esos valores descendentes son consecuencia de la guerra comercial que Donald Trump mantiene con China. O, tal vez, los primeros indicios de una desaceleración de la economía mundial que se encamina a cumplir, con altibajos, una década de crecimiento. El ciclo corresponde a los tiempos clásicos del capitalismo. El freno podría ser mala noticia para la Argentina, que aspira a iniciar su recuperación a partir del año que viene.

La batalla de Trump con Xi Jinping, premier chino, acaparó la atención de la cumbre. Tuvo ramalazos que afectaron a la Argentina. El jefe de la Casa Blanca hizo decir a su vocera que había hablado con Macri sobre el depredante comercio chino. La Cancillería tomó distancia lógica. Apremios de un país débil. El Presidente salió del paso con una equidistancia. Destacó a EE.UU. como principal inversor y a China como una oportunidad. Otro síntoma: la imposibilidad de no haber logrado introducir en el temario global el problema de las migraciones. Incumbe a todos. Venezuela, en ese aspecto, es un incordio para Colombia, Brasil y nuestro país.

Macri, amén del lustre que le proporcionó ser anfitrión de la cumbre, recibió un sinfín de insinuaciones y propuestas para inversiones en la Argentina. La imaginaria lluvia de dólares que nunca se descargó en sus tres años de mandato. Ninguno de esos negocios está inmunizado de riesgos políticos. China insiste con la construcción de una central nuclear. Rusia también. De ambas recela Washington. Trump ofreció los primeros US$ 250 millones para que empresas de su país ingresen en la obra pública a través del PPP (Participación Pública Privada). Teresa May, premier inglesa, que hace malabares para cumplir con el mandato del Brexit sin enojarse con la Unión Europea, dejó claro que no habrá cambios en la situación de las islas Malvinas, pero abrió la posibilidad de cooperación bilateral en energía y pesca.

Macron se ocupó de enfriar el deseo de un acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea. Ese proceso progresó poco en la última reunión técnica celebrada en Montevideo. Sobre todo porque el bloque regional está a la espera de un cambio trascendente cuyo destino es impreciso: la asunción de Jair Bolsonaro en el Planalto.

Bolsonaro es aún indescifrable para muchos líderes de los países de Occidente. Como no lo es Macri. Quizá porque el ingeniero ha sido responsable de desalojar del poder al kirchnerismo. Habrá que ver qué sucede el año que viene, como subrayó Lagarde. El fin del lulismo en Brasil ha tenido otras derivaciones. No se trata de una excepcionalidad en la región. Los ojos, especialmente de Washington, están colocados en Manuel López Obrador que asumió ayer como nuevo mandatario de México. El ex alcalde del Distrito Federal anunció la puesta en marcha de una democracia plebiscitaria. Que practicó seis veces cuando fue intendente. Un mecanismo que seduce a Cristina Fernández. Variante que desafía los mecanismos tradicionales de las democracias occidentales.

López Obrador ensayó la primera antes de asumir. Llamó a un referéndum de cuatro días para decidir si se continuaba o no la construcción del aeropuerto de Texcoco, en el DF. Cuestionada por organizaciones ambientalistas. Esa obra está avanzada en un 30%. Pero el resultado de la votación lo indujo a paralizarla. Los mercados se estremecieron.

Aquellos plebiscitos tienen singularidades. No son vinculantes. En la mayoría de los casos se realizan por teléfono. No resultan obligatorios. La participación popular suele ser magra. Pese a todo, López Obrador mantiene en carpeta sus audacias: un referéndum nacional para aprobar un proyecto de un ramal ferroviario que uniría las costas este-oeste en el extremo sur del país; otro para consultar a la ciudadanía si los ex presidentes deben ser sometidos a investigación y juicio. La indignación por la corrupción y la impunidad también sacuden a México. Aunque la receta imaginada no sonaría ni equilibrada ni tranquilizadora.

Macri pasó delante de todos los visitantes otro examen: el de la organización. Tuvo sus desajustes –el olvido con Macron—pero cumplió con una demanda crucial: la seguridad. Un tópico que había quedado en observación después del desastre que significó el frustrado partido entre River-Boca. El clásico recalará en Madrid. Postales incomprensibles de la Argentina.

La cumbre del G-20 y aquel partido avivaron el fuego de una vieja puja en Cambiemos. La sostienen la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich y el jefe porteño, Horacio Rodríguez Larreta. Ese antagonismo procede de lejos. Las diferencias se acentuaron en el prólogo de River-Boca. Bullrich consideró incomprensible el error que concluyó con el ataque al micro que trasladaba a los jugadores boquenses. El operativo resultó similar al del partido anterior. Pero en esa ocasión se pasó por alto un detalle. El micro de River también fue apedreado, con menor magnitud, en 9 de Julio esquina Brasil. Pasó inadvertido porque el espectáculo había concluido en paz.

Tampoco se habría llevado hasta la raíz la acción que concluyó con el allanamiento en la casa de un barra brava de River. A Héctor “Caverna” Godoy se le secuestraron 300 entradas y casi $ 10 millones. Nadie lo detuvo. A juicio de Bullrich no habría existido la voluntad de avanzar. Al ladero principal de “Caverna”, capo también de los llamados Borrachos del Tablón, ni se lo rastreó en su lugar de trabajo: la Secretaría de Comercio. Pertenece a la planta permanente. Llegó de la mano de Guillermo Moreno. Le apodan “Diarierito” y tiene lazos firmes con el kirchnerismo. Fue responsable de grandes banderas que supieron aparecer en el estadio de River con inscripciones “Néstor vive”, “Fuerza Cristina” y “Clarín miente”. Los exploradores de ese submundo aseguran que tendría llegada a la comisión directiva del club.

La tesis sobre cierta inacción de la Policía de la Ciudad tuvo otra base. La Bonaerense interceptó cerca de Mar del Plata a varios micros con hinchas de River que viajaban para ver el partido con Gimnasia por la Copa Argentina. Se secuestraron drogas, alcohol y armas blancas.

El Ministerio de Seguridad tomó todos los recaudos posibles para la cumbre del G-20. Calculó con certeza el estallido de incidentes. No de escaramuzas aisladas. Constató el ingreso de dos palestinos y un italiano pertenecientes a grupos antiglobalización. Fiscalizó el arribo de micros con militantes provenientes de Uruguay, Chile y Brasil. Negoció con las organizaciones de DD.HH. y movimientos sociales cada detalle de la protesta.

Más allá que esas cosas salieron mejor de lo esperado, quizás la mejor novedad para Bullrich –de paso para Macri—no provino del escenario del G-20. La Justicia Federal cerró la causa por la muerte de Santiago Maldonado. No hubo desaparición forzada. Falleció en el río Chubut y allí estuvo los 79 días. Epílogo para una farsa. Desenmascaramiento para sus autores y sus cómplices.

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