Mujeres “indignadas” ya se preparan para gobernar en Madrid y en Barcelona

Mujeres “indignadas” ya se preparan para gobernar en Madrid y en Barcelona

Manuela Carmena y Ada Colau comienzan a delinear lo que harán al frente de las dos ciudades más importantes de España. Ambas representan los deseos de cambio de la sociedad y el fin del bipartidismo.

“¡Basta de tristeza!”, coreaban entusiasmados centenares de ciudadanos en la Cuesta de Moyano, un lugar céntrico de Madrid, festejando la buena nueva de que “Manuela, la Roja” va camino de ser designada alcaldesa de Madrid. Manuela Carmena, 71 años, con una brillante carrera judicial que la llevó a los lugares más encumbrados de su profesión, saludaba encantada con la vitalidad del canto de sus partidarios. Proclamó: “Ha ganado una mayoría social para el cambio”.

Las coaliciones de izquierda apoyadas por los indignados de Podemos han llegado a los umbrales del poder en los fundamentales ayuntamientos de Madrid y Barcelona. Otra gran batalla, en Valencia, acabó con el mandato interminable de Rita Barbera en la alcaldía de la capital y puede terminar con el líder popular Carlos Fabra, como jefe del ejecutivo valenciano.

Clima de fiesta, de cambio, de final de régimen, de otra vida política. Los acontecimientos tienen rostros femeninos como grandes protagonistas. Ese es un elemento de enorme importancia en estos acontecimientos históricos.

Ada Colau en Barcelona, Manuela Carmena en Madrid y en Valencia Mónica Oltra, una incansable joven dirigente de Compromis, unos indignados locales que han obtenido un resonante triunfo. Ahora son la llave de lo que suceda en las alianzas capaces de imponer autoridades en el Ayuntamiento y la comunidad autónoma.

Ada habla con el corazón en la mano, llora abiertamente y besa a su pareja con entusiasmo. Manuela Carmena llega en una bicicleta a los actos, deslumbra con sus sonrisas de abuela dulce y exalta a sus partidarios con discursos llenos de emoción. Lo mismo sucede con Mónica Oltra. Estas mujeres generan un clima de calidez, de sentimientos a flor de piel que, por fin, logran que los españolitos de a pie crean en su sinceridad.

Los planes de emergencia de Ada Colau, la gran animadora del movimiento contra los desahucios, la cara más espantosa del rigor social tatcherista, están firmemente orientados a apoyar a los más necesitas. Los odiados desahucios quedan prohibidos como la peste en la Ciudad Condal. La Alcaldía de los libertarios va a garantizar la alimentación de los niños, de los jóvenes y cuidará que los enfermos sean atendidos con eficacia poniendo sus recursos en la obra. 

Los lujosos coches oficiales serán reemplazados y la alcaldesa en ciernes recomendó a sus funcionarios acudir al trabajo caminando o en bicicleta, “que es muy sano”. Ya anunció que habrá una disminución generalizada de sueldos burocráticos empezando por ella, que reducirá sus ingresos a la mitad. 

Una de las temidas medidas extremistas de estos “radicales”, como los moteja la derecha, será combatir la pobreza energética. Los más humildes, los trabajadores y buena parte de la clase media menos privilegiada apaga la calefacción para ahorrar. Los medios han multiplicado las imágenes de familias enteras viendo TV, bien abrigados y hasta con mantas.

Algo parecido promete, también con carácter de emergencia, “Manuela, la Roja”. Cinco medidas de aplicación inmediata en los primeros cien días. Paralizar los desahucios, privatización de servicios públicos, garantizar los suministros básicos, las prestaciones sanitarias y aplicar un plan urgente de empleos para los desocupados de edad y que hace años que no reciben ningún subsidio.

No hay detalle que sea más explícito sobre el cambio de clima político que acompaña al resultado de las elecciones locales y autonómicas del domingo. No hubo miedo ni “voto blando”, esa amenaza exaltada por las elecciones británicas y que expone al elector atemorizado, que se decide a ultimo momento, al pie de la urna en la sombra del cuarto oscuro, votar por los conservadores por temor a un cambio que lo deje en peor situación.

Millones de personas decidieron pasarle al PP la factura de la corrupción, la dureza con que ha aplicado los recortes austericidas que han terminado por excluir a un tercio de la población. Nada de compasión ni simpatía. El rigor de la venerada Margaret Thatcher cuando agitaba el dedo amenazador y proclamaba: “No hay alternativa”, como lo ha venido repitiendo el PP. Todo había que tragárselo porque en última instancia prevalecía, en el Parlamento, los miles de ayuntamientos y las comunidades autónomas, el aplastante rodillo de la mayoría absoluta. Pero ahora se ha producido un vuelco que entierra el bipartidismo, multiplica las alternativas gracias a un voto que ha convertido en cuatro las fuerzas políticas decisivas y florece una nueva cultura política que instaura el diálogo, el debate, los acuerdos.

“Hemos ganado las elecciones. Somos el partido más votado”, insistió ayer en una gélida conferencia de prensa el líder del PP y jefe del gobierno, Mariano Rajoy. Pero hay una diferencia cualitativa. El PP ha perdido 2.550.000 votos desde la elección de 2011. Se le han escurrido como arena entre los dedos 500 mayorías absolutas en distintos niveles. El vuelco de la situación es total. 

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